José Jiménez Lozano recibió hace unos días la condecoración
Pro Ecclesia et Pontifice, la máxima distinción de la Santa Sede para un
seglar. A primera vista, podría pensarse que los méritos del ilustre escritor
para tan alto honor estarían en su participación en las primeras Edades del
Hombre. José Velicia, Pablo Puente, Eloísa Watemberg y José Jiménez Lozano
constituyeron un estupendo cuarteto y dieron a luz a una forma de hacer
exposiciones que no se habían hecho con anterioridad antes. Las imágenes
guardadas durante siglos en iglesias y monasterios hablaron de nuevo y contaron
sus historias a los miles de visitantes. Y la gente, que quizás no sabe si una
obra es manierista o barroca, se dejó interrogar por esas imágenes que durante
siglos habían oído rezos y escuchado súplicas de tantos fieles.
Pero el servicio que J.J.L. ha prestado a la Iglesia no está
sólo en su faceta de ‘promotor’ de Las Edades, sino en su inmensa obra de
escritor, de escribidor, como le gusta decir. A él no le hace ninguna gracia
que les clasifiquen o descalifiquen como escritor católico, pero reconoce que
el humus que subyace en toda su obra es un humus cristiano, con toda su tradición
de grandes relatos del Antiguo Testamento y con el ‘novum’ que vino a traer
Cristo al mundo.
Empecé a leer a J.J.L. hace unos 30 años. Y comencé
precisamente con Historia de un otoño, una estupenda novela sobre el final del monasterio
de Port Royal. Un reducido grupo de monjas pagaron cara su libertad de pensar y
su desprecio de la corte y del mundo. Pero los libros que más me han influido han
sido sus diversos dietarios. Sus finas observaciones sobre “el junco pensante
que es el hombre”, y sus comentarios a lecturas, me abrieron los ojos a otras
formas de pensar y, gracias a él, yo pude conocer, por ejemplo, a Simone Weill.
En muchas ocasiones, el autor afincado en Alcazarén, ha
expresado su idea de que los buenos libros proporcionan una buena
compañía. A mí, ciertamente, sus libros
me han hecho mucha compañía. Por todo ello, José Jiménez Lozano tiene un altar
en mi corazón desde hace 30 años. Y ocupa, también, un amplio espacio en mi
biblioteca.
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