miércoles, 8 de noviembre de 2017

El humus cristiano en la obra de J. Jiménez Lozano



 
José Jiménez Lozano recibió hace unos días la condecoración Pro Ecclesia et Pontifice, la máxima distinción de la Santa Sede para un seglar. A primera vista, podría pensarse que los méritos del ilustre escritor para tan alto honor estarían en su participación en las primeras Edades del Hombre. José Velicia, Pablo Puente, Eloísa Watemberg y José Jiménez Lozano constituyeron un estupendo cuarteto y dieron a luz a una forma de hacer exposiciones que no se habían hecho con anterioridad antes. Las imágenes guardadas durante siglos en iglesias y monasterios hablaron de nuevo y contaron sus historias a los miles de visitantes. Y la gente, que quizás no sabe si una obra es manierista o barroca, se dejó interrogar por esas imágenes que durante siglos habían oído rezos y escuchado súplicas de tantos fieles.


 
Pero el servicio que J.J.L. ha prestado a la Iglesia no está sólo en su faceta de ‘promotor’ de Las Edades, sino en su inmensa obra de escritor, de escribidor, como le gusta decir. A él no le hace ninguna gracia que les clasifiquen o descalifiquen como escritor católico, pero reconoce que el humus que subyace en toda su obra es un humus cristiano, con toda su tradición de grandes relatos del Antiguo Testamento y con el ‘novum’ que vino a traer Cristo al mundo.
Empecé a leer a J.J.L. hace unos 30 años. Y comencé precisamente con Historia de un otoño, una estupenda novela sobre el final del monasterio de Port Royal. Un reducido grupo de monjas pagaron cara su libertad de pensar y su desprecio de la corte y del mundo. Pero los libros que más me han influido han sido sus diversos dietarios. Sus finas observaciones sobre “el junco pensante que es el hombre”, y sus comentarios a lecturas, me abrieron los ojos a otras formas de pensar y, gracias a él, yo pude conocer, por ejemplo, a Simone Weill.

 
En muchas ocasiones, el autor afincado en Alcazarén, ha expresado su idea de que los buenos libros proporcionan una buena compañía.  A mí, ciertamente, sus libros me han hecho mucha compañía. Por todo ello, José Jiménez Lozano tiene un altar en mi corazón desde hace 30 años. Y ocupa, también, un amplio espacio en mi biblioteca.

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