En la película Rumbos, de Manuela Burló Moreno,
hay una escena que cada vez nos tocara ver con más frecuencia en la vida real.
En ella reparan los dos conductores de la ambulancia nocturna que recorre la
ciudad. Una mujer, a las 6 de la mañana, pasea a su perro. De pronto se acerca
adonde duerme un sintecho, y deja un poco de comida para el perro que acompaña
al mendigo. Al instante el mendigo se lo arrebata al perro y se lo come. La
mujer no ha visto al mendigo, sólo ha visto al perro. La mujer ni ha saludado
al mendigo ni le ha dado algo de comer. Sólo ha tenido ojos y corazón para el
perro. Los dos ambulancieros se quedan estupefactos. ¿Qué ciudad es esta donde
damos de comer a los animales y no a las personas, donde las personas no
merecen ni un hola, ni una mirada ni un trozo de pan? ¿Qué mundo es éste donde
los perros se convierten en los dueños de sus amos?
Parece que la directora de la película vio una
escena similar, en una noche cualquiera barcelonesa, y quiso trasladarla a su
película. Probablemente ésta sea una de las señales de la decadencia de nuestra
Europa: las personas después de los animales.
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