lunes, 20 de noviembre de 2017

Un mundo demasiado líquido.


 
 
A principios de 2017 moría Zigmunt Bauman. Lo descubrí tarde, en 2014, pero le leí con gusto y con interés. Tiempos líquidos, Esto no es un diario y Vidas desperdiciadas. Fue este último el libro que más me gustó. La sociedad líquida va dejando, a velocidad cada vez mayor, a muchas personas al margen, descartadas, vidas desperdiciadas porque, para los cánones actuales, son vidas sin valor, vidas inútiles. Su expresión ‘modernidad líquida’ es una de las mejores definiciones que se hayan hecho de nuestra época, de tal forma que no se pueda hablar de nuestro mundo sin apellidarlo ‘líquido’.
   
 
La ‘modernidad líquida’ describe un mundo contemporáneo en tal flujo que los individuos se quedan sin raíces y privados de cualquier marco de referencia predecible. "El hombre está huérfano de referencias consistentes". Bauman lo proclamaba de sí mismo: "lo único sólido en mi vida es Janine, mi esposa desde hace sesenta años". Sus obras expresaban la fragilidad de la conexión humana en estos tiempos y la inseguridad que crea un mundo en constante cambio.

"En una vida moderna líquida no hay vínculos permanentes, y cualquier cosa que ocupemos por un tiempo debe estar ligada libremente para poder desatarse de nuevo, tan rápido y sin esfuerzo como sea posible, cuando las circunstancias cambien", afirmaba Bauman. “
El paso de la modernidad a la postmodernidad se caracteriza por una profunda crisis que provoca fuertes zozobras institucionales y personales y la sensación de que la vida es un tiempo desperdiciado. El Estado era en el pasado una referencia, una sólida estructura, que ha sido substituida por unas fuerzas globales que parecen surgidas de lado obscuro de la vida. Ahora todo es fluido y dura poco.

Zigmunt Bauman. También su vida fue azarosa y líquida. Había nacido en Pozman en 1925, en el seno de una familia humilde, judía pero no practicante. En 1939, huyó a la Unión soviética, cuando los nazis invadieron Polonia. Se unió al ejército rojo como militar y fue profesor de sociología en la universidad de Varsovia. Pero la ola de antisemitismo que explotó en Polonia a raíz de la Guerra árabe-israelí de los Seis Días, le despojó de su rango militar, de la Universidad y de Polonia. Emigró a Israel, para finalmente asentarse en la ciudad inglesa de Leeds, en cuya universidad fue profesor y donde ha muerto a los 91 años.
 
Bauman se confesaba un ‘pesimista esperanzado’, porque, según decía  "yo no soy optimista pero tengo esperanza. Hay una diferencia entre optimismo y esperanza. El optimista analiza la situación, hace un diagnóstico y dice, por ejemplo, hay un veintinco por ciento de posibilidades, etc. Yo no digo eso, sino que tengo esperanza en la razón y la consciencia humanas, en la decencia. La humanidad ha estado muchas veces en crisis, y siempre hemos resuelto los problemas. Estoy bastante seguro de que se resolverá, antes o después. La única verdadera preocupación es cuántas víctimas caerán antes. No hay razones sólidas para ser optimista. Pero Dios nos libre de perder la esperanza”.

Fernando Arámburu hablaba de Zygmunt Bauman, de José Luis Sampedro, de Vargas Llosa y de Stéphane Hessel como de ‘avisadores’ de estos tiempos que giran entre el ilusionismo y la ferocidad:  “Nuestros abuelos padecieron la guerra y sus consecuencias. Nuestros padres se mataron a trabajar. Los siguientes disfrutamos de la época más apacible en la historia de Europa, hemos arrasado con las provisiones de bienestar y a los chavales de hoy les hemos dejado el desorden y los desperdicios de la fiesta. Ah, y las deudas. Cada día están más lejos los jardines”.

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