martes, 27 de febrero de 2018

El Yacente de Venancio Blanco.



 
El pasado 22 de febrero moría Venancio Blanco. Vi en muchos sitios y en muchas exposiciones obras suyas, pero fue en la catedral de Salamanca, en las Edades del Hombre, cuando su escultura ‘Cristo yacente’ me subyugó por completo. Curiosamente se trata de una obra de madera, un material poco habitual en la trayectoria artística de Venancio Blanco. Una cofradía salmantina le encargo un ‘yacente’, para su paso titular de Semana Santa, pero la obra no gustó a los cofrades y, de este modo, la escultura se quedó en el taller del artista.
 
Se trata de una escultura prácticamente sin policromar. Vemos la madera de pino de Valsaín al desnudo con todas sus vetas. Pero él supo transformar esta madera en carne. Venancio no hizo un ‘yacente’ al uso, tal como los ‘yacentes’ que Gregorio Fernández convirtió en canónicos. Venancio eligió el momento en que Cristo muerto se incorpora lentamente a la vida. Es el primer paso de la resurrección. No es ya un yacente, pero todavía no es un resucitado. Cuando se lo contempla de cerca, se tiene la sensación de que a Dios le cuesta resucitar a su Hijo, la sensación de que la tortura, los golpes, las vejaciones, el dolor y la muerte fueron tan reales y tan terribles que se necesita toda la omnipotencia para restaurar ese cuerpo maltrecho y esa alma devastada.
Cuantas veces lo he vuelto a ver (en Santa María de Valbuena o en Salamanca), siempre me he sentido conmovido por esa carne de Cristo que aún conserva las huellas de la pasión y de la muerte, pero que poco a poco, por una misteriosa fuerza que ni el mismo cuerpo dolorido parece entender, empieza a volver a la vida, a respirar, a incorporarse. Dentro de unos momentos el Cristo se mostrará erguido y triunfante, pero en el momento en que Venancio Blanco nos lo muestra, todo el dolor parece estar presente: la impotencia y la debilidad de un Dios ‘mortal’ no han sido aún vencidas del todo.

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