Conocía la instalación ‘La abdicación del Rey’ de Cristóbal
Toral desde el momento en que se produjo su exhibición en una sala de arte
madrileña, pocos meses después de la abdicación del Rey, en 2014. La obra dio mucho que hablar, ya que provocó una cierta
polémica. En un contenedor de escombros, junto a una bañera, una mesilla de
noche, otros cachivaches inservibles y muchos cascotes, aparece un retrato de
Juan Carlos I.
Hoy me he encontrado de nuevo con la foto de esa
instalación, y puedo decir que no sólo no me ha parecido irreverente, como la tacharon algunos, sino
dramáticamente cierta y certera. Cristóbal Toral ya había dicho en su día, que
no quería ser una ofensa contra el Rey emérito, contra el que no tenía nada,
sino simplemente constatar un hecho: Todos acabamos ahí, en un contenedor de
basura o de escombros, junto a todas las demás cosas inservibles e inútiles.
La instalación me parece exactamente una constatación de lo
que sucedió al propio monarca, que tuvo un papel destacadísimo en la escena
nacional e internacional, y que durante décadas gozó de una popularidad de la que
no disfrutó ninguna otra institución española.
Pero el rey joven y campechano, el rey de la concordia que
había sabido poner de acuerdo a izquierdas y derechas para construir la España
de la modernidad, cayó en desgracia al final de su largo reinado. Fue justo en el
momento en que España estaba pasando por la peor crisis económica del último medio siglo de historia. Y el rey se hizo viejo y además enfermó. Y
por si fuera poco, al rey se le ocurrió frivolizar con cierta dama con la
que se marchó de safari africano. Fue el final.
Las personas viejas y enfermas sobran en todos los sitios
pareció sentenciar el pueblo. El gran error de Juan Carlos fue creerse impune y
pensar que los medios le respetarían como lo habían hecho hasta entonces. Pero
la ‘lealtad’ saltó por los aires. Y no sólo no continuó el respeto y la
adulación hacia el monarca, sino que las críticas acerbas explotaron e hicieron
añicos el personaje. Juan Carlos se vio obligado a abdicar la corona en su hijo
Felipe. Y, como en la instalación de Cristóbal Toral, acabó en el contenedor de
los escombros, donde acabaremos todos, por cierto.
La historia juzgará a Juan Carlos I con ecuanimidad y con
justicia. Pero me temo que, en esta época de posverdades, la rehabilitación del
papel del Rey Emérito aún queda lejos.
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