A René Girard lo encontré por primera vez en algunos de los
dietarios de José Jiménez Lozano. Hace unos días, Pablo d’Ors, en un artículo
sobre el libro de Lucetta Scaraffia “Desde el último banco’, escribía que
algunos de los males de la Iglesia actual es que había leído poco y mal a René
Girard y a Claude Levi-Strauss. Decidí buscar cosas sobre uno y sobre otro.
Encontré un largo artículo de Ramón Alcoberro sobre René Girard que me dio
hambre para seguir conociendo a este antropólogo francés.
René Girard (Aviñón 1923 – Stanford 2015) emigró desde su
Francia natal a Estados Unidos a los 24 años, donde se convirtió al
cristianismo. Y este es un hecho fundamental, porque toda su teoría del ‘deseo
mimético’, encuentra uno de sus fundamentos en la Biblia. Cuatro temas
centrales ocupan la amplia obra de este antropólogo controvertido, admirado y
vilipendiado a partes iguales por pensadores y lectores:
1.
La
importancia del deseo mimético en las relaciones humanas: el deseo de ser
otro y el deseo de poseer lo que el otro posee está en la raíz de toda
violencia. La modernidad ha exacerbado el deseo mimético y de ahí la ‘religión
del consumismo’. Cada vez hay que trabajar más para obtener menos (¡El
progreso!) El hombre actual es un ‘disciplinado consumidor’. Girard es un
adversario del progreso que es una de las ‘mitologías contemporáneas’ y que nos
arrastra a la idolatría del consumo autodestructivo. El deseo es un drama
existencial que se juega a tres bandas: nosotros, los otros y la cosa deseada.
Creemos, equivocadamente, que el otro tiene una plenitud que a nosotros nos
falta. La rivalidad mimética se resuelve siempre en violencia. Caín y Abel son
el ejemplo bíblico de ese deseo mimético que engendra el asesinato y la
destrucción. Parece que este deseo mimético está en la propia estructura
biológica del ser humanos (las neuronas espejo). Nos volvemos desgraciados ante
el solo hecho de pasarnos la vida comparándonos. El deseo instaura la violencia
como ley. Las personas libres son las que gestionan y controlan el deseo. La
reiterativa comparación con el otro conduce a la insatisfacción y condena a la
infelicidad.
2.
El
criterio arcaico de religión que gira sobre el mecanismo victimario del chivo
expiatorio. Nietzsche con su teoría del eterno retorno supone un retroceso
sombrío respecto al cristianismo, pero definiendo al cristianismo como
‘religión de esclavos’ ha revelado lo mejor y más verdadero del cristianismo.
El chivo expiatorio es un rito habitual en las religiones primitivas: para
apaciguar la cólera de los dioses, se sacrifica a una víctima inocente, al
tiempo que se exige la complicidad de los ‘fieles’ obligándoles a participar
del ritual. El mito de Edipo es un ejemplo clásico (peste en Tebas. El pueblo se pregunta el porqué de
esta peste. Se busca una víctima. Se descubre a Edipo. El oráculo: si os
desembarazáis de él, estaréis curados. La ciudad se desembaraza. La ciudad está
curada (eso al menos cree). El chivo expiatorio permite superar la desunión del
grupo (búsqueda de un enemigo común).
3.
La apología del cristianismo como superación del
mito fundador (el chivo expiatorio) mediante el sacrificio de Cristo y su
propuesta de amor y de perdón para resolver la violencia en las relaciones
humanas. Uno de los objetivos del judeocristianismo es la lucha contra la
fatalidad sangrienta del deseo. Sin el papel moderador de lo sagrado, la
violencia sería imparable. En el antiguo Testamento, se produce un cambio
significativo respecto a las religiones anteriores: El Dios de Abraham detiene
el brazo en el sacrificio de Isaac (se cambia de víctima: de un ser humano a un
animal). Job se mantuvo fiel frente al entorno hostil. Con la sola fuerza del
hombre no se podía resolver la eterna rivalidad de los humanos, era preciso el
sacrificio de un hombre que fuese Dios. Y
Jesús se presenta como la última víctima, la que rompe el esquema victimario
del eterno retorno. Él es el Inocente. Su resurrección indica que la muerte no
es la última palabra y da esperanza así a todas las víctimas. En el
cristianismo lo esencial es la piedad ante el dolor de la víctima, ante el
dolor del inocente. Esto es un ‘novum’. Este hecho (entrevisto en el sacrificio
de Abrahan) funda una civilización: las víctimas no son culpables. Las víctimas
son inocentes. Si el mal no está en la víctima, hay que hallarlo en la
sociedad. La revelación cristiana desvela la verdadera naturaleza del hombre:
el mal y el pecado personal e individual. Con Cristo se torna vacía la
mentalidad sacrificial. Cristo pone al desnudo el mecanismo victimario; por
ello, el cristianismo es la religión de los parias, los únicos que pueden
comprender el absurdo de la violencia y de la búsqueda de víctimas
propiciatoria. El mecanismo de la venganza queda desarticulado. Sólo podemos
participar de Cristo, si renunciamos a la violencia sacralizada.
Para Girard el ‘Dios ha muerto’ de Nietsche se ha traducido
en ‘el hombre no existe’. Cuando se logra convencer a los sabios y al ‘pueblo’
de que el hombre no existe, es posible hacer cualquier cosa con los seres
humanos, ya que se trata de ‘fantasmas’. El lager y el gulag serían las
expresiones aterradoras, pero muy ilustrativas, de la muerte de Dios y de la
muerte del hombre.
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