lunes, 12 de febrero de 2018

A propósito de René Girard.




A René Girard lo encontré por primera vez en algunos de los dietarios de José Jiménez Lozano. Hace unos días, Pablo d’Ors, en un artículo sobre el libro de Lucetta Scaraffia “Desde el último banco’, escribía que algunos de los males de la Iglesia actual es que había leído poco y mal a René Girard y a Claude Levi-Strauss. Decidí buscar cosas sobre uno y sobre otro. Encontré un largo artículo de Ramón Alcoberro sobre René Girard que me dio hambre para seguir conociendo a este antropólogo francés.
René Girard (Aviñón 1923 – Stanford 2015) emigró desde su Francia natal a Estados Unidos a los 24 años, donde se convirtió al cristianismo. Y este es un hecho fundamental, porque toda su teoría del ‘deseo mimético’, encuentra uno de sus fundamentos en la Biblia. Cuatro temas centrales ocupan la amplia obra de este antropólogo controvertido, admirado y vilipendiado a partes iguales por pensadores y lectores:
1.       La importancia del deseo mimético en las relaciones humanas: el deseo de ser otro y el deseo de poseer lo que el otro posee está en la raíz de toda violencia. La modernidad ha exacerbado el deseo mimético y de ahí la ‘religión del consumismo’. Cada vez hay que trabajar más para obtener menos (¡El progreso!) El hombre actual es un ‘disciplinado consumidor’. Girard es un adversario del progreso que es una de las ‘mitologías contemporáneas’ y que nos arrastra a la idolatría del consumo autodestructivo. El deseo es un drama existencial que se juega a tres bandas:  nosotros, los otros y la cosa deseada. Creemos, equivocadamente, que el otro tiene una plenitud que a nosotros nos falta. La rivalidad mimética se resuelve siempre en violencia. Caín y Abel son el ejemplo bíblico de ese deseo mimético que engendra el asesinato y la destrucción. Parece que este deseo mimético está en la propia estructura biológica del ser humanos (las neuronas espejo). Nos volvemos desgraciados ante el solo hecho de pasarnos la vida comparándonos. El deseo instaura la violencia como ley. Las personas libres son las que gestionan y controlan el deseo. La reiterativa comparación con el otro conduce a la insatisfacción y condena a la infelicidad.
 
2.       El criterio arcaico de religión que gira sobre el mecanismo victimario del chivo expiatorio. Nietzsche con su teoría del eterno retorno supone un retroceso sombrío respecto al cristianismo, pero definiendo al cristianismo como ‘religión de esclavos’ ha revelado lo mejor y más verdadero del cristianismo. El chivo expiatorio es un rito habitual en las religiones primitivas: para apaciguar la cólera de los dioses, se sacrifica a una víctima inocente, al tiempo que se exige la complicidad de los ‘fieles’ obligándoles a participar del ritual. El mito de Edipo es un ejemplo clásico (peste en  Tebas. El pueblo se pregunta el porqué de esta peste. Se busca una víctima. Se descubre a Edipo. El oráculo: si os desembarazáis de él, estaréis curados. La ciudad se desembaraza. La ciudad está curada (eso al menos cree). El chivo expiatorio permite superar la desunión del grupo (búsqueda de un enemigo común).
 
3.       La apología del cristianismo como superación del mito fundador (el chivo expiatorio) mediante el sacrificio de Cristo y su propuesta de amor y de perdón para resolver la violencia en las relaciones humanas. Uno de los objetivos del judeocristianismo es la lucha contra la fatalidad sangrienta del deseo. Sin el papel moderador de lo sagrado, la violencia sería imparable. En el antiguo Testamento, se produce un cambio significativo respecto a las religiones anteriores: El Dios de Abraham detiene el brazo en el sacrificio de Isaac (se cambia de víctima: de un ser humano a un animal). Job se mantuvo fiel frente al entorno hostil. Con la sola fuerza del hombre no se podía resolver la eterna rivalidad de los humanos, era preciso el sacrificio de un hombre que fuese Dios.  Y Jesús se presenta como la última víctima, la que rompe el esquema victimario del eterno retorno. Él es el Inocente. Su resurrección indica que la muerte no es la última palabra y da esperanza así a todas las víctimas. En el cristianismo lo esencial es la piedad ante el dolor de la víctima, ante el dolor del inocente. Esto es un ‘novum’. Este hecho (entrevisto en el sacrificio de Abrahan) funda una civilización: las víctimas no son culpables. Las víctimas son inocentes. Si el mal no está en la víctima, hay que hallarlo en la sociedad. La revelación cristiana desvela la verdadera naturaleza del hombre: el mal y el pecado personal e individual. Con Cristo se torna vacía la mentalidad sacrificial. Cristo pone al desnudo el mecanismo victimario; por ello, el cristianismo es la religión de los parias, los únicos que pueden comprender el absurdo de la violencia y de la búsqueda de víctimas propiciatoria. El mecanismo de la venganza queda desarticulado. Sólo podemos participar de Cristo, si renunciamos a la violencia sacralizada.  
 
 4.    El análisis de los tiempos apocalípticos que vivimos (neopaganismo): una violencia sin redención y una vuelta a las religiones primitivas. El mismo Cristo fue consciente de que en este mundo no cabría nunca la justicia total, porque este mundo es el de la violencia que nunca desaparecerá del todo. “Mi reino no es de este mundo” es capital para entender el ‘fracaso’ parcial del cristianismo. El cristianismo sólo obtendrá victorias parciales. El Evangelio termina con el libro del Apocalipsis que no es una profecía sino un aviso: el fracaso de la religión cristiana. El Apocalipsis está ahí para indicarnos que el hombre que no quiera escuchar a Cristo sucumbirá ante Satán y ante su propio deseo de violencia. El Apocalipsis es un anuncio de lo que está sucediendo en Europa desde hace 200 años (desde Las Luces): la violencia de este mundo puede conducir a la desaparición del propio ser humano como especie (la destrucción de la naturaleza, los genocidios, la amenaza nuclear, el retroceso hacia las religiones primitivas, la neomentalidad de que las ‘víctimas’ son culpables). La paradoja está en que cuando los tiempos son apocalípticos, el Apocalipsis deja de leerse
Para Girard el ‘Dios ha muerto’ de Nietsche se ha traducido en ‘el hombre no existe’. Cuando se logra convencer a los sabios y al ‘pueblo’ de que el hombre no existe, es posible hacer cualquier cosa con los seres humanos, ya que se trata de ‘fantasmas’. El lager y el gulag serían las expresiones aterradoras, pero muy ilustrativas, de la muerte de Dios y de la muerte del hombre.

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