miércoles, 14 de febrero de 2018

El Santo Entierro de Juan de Juni.




Juan de Juni esculpió en madera este grandioso Santo Entierro de Cristo en torno al año 1540 para la capilla funeraria de Fray Antonio de Guevara, en el desaparecido convento de San Francisco, situado en la Plaza Mayor de Valladolid. Fue la obra que más me impresionó en mi primera visita a Valladolid, y una de esas obras que uno no se cansa de ver. Otras obras maestras de la escultura policromada le hacen compañía, pero probablemente ninguna le hace sombra. Y a mí me sigue cautivando cada vez que  me acerco al Museo.
Juan de Juni, natural de Borgoña, había vivido un tiempo en Italia, formándose como artista, para recalar finalmente en España. En torno a un Cristo muerto, de potente corporalidad y cuya cabeza parece inspirada en el Laooconte, seis figuras parecen apresadas, subyugadas y rotas de dolor ante el cuerpo sin vida del que fuera la razón de su vida y el porqué del latir de su corazón. Son la madre y cinco amigos los que, primero, han descendido el cuerpo de Cristo de la cruz y, luego, lo han limpiado, lavado y aseado, precipitadamente porque la pascua judía estaba a punto de comenzar y esta era una tarea ‘impura’. La jarra y el paño junto a Nicodemo y el tarro del bálsamo en la mano de María Magdalena parecen sugerirlo así.
El grupo escultórico, que más que esculpido en madera parece modelado en barro, recoge el momento preciso en que, una vez limpio el cuerpo de Jesús, contemplan al que acaba de morir y, al mismo tiempo, da rienda suelta a su dolor. Cinco de las figuras concentran su apenada mirada en Cristo, mientras que uno, José de Arimatea, mira directamente al espectador, mostrándole acusatoriamente una espina que acaba de quitar de la cabeza de Jesús. Juan por su lado, el brazo abrazante en torno a Maria, parece intentar sujetar y consolar a María para que no se desplome del todo ante el rostro golpeado y sin vida del hijo.
 
Volúmenes rotundos de las figuras, ropajes que parecen girar como torbellinos, rostros que representan todas las edades del hombre, cuerpos modelados como arcilla, volúmenes que se contraponen formando equilibrios armoniosos: Juan y María inclinados, Nicodemo y José de Arimatea, rodilla en tierra, María Magdalena y María de Salomé, de pie.
En la policromía, predominan los tonos dorados, creando una sensación de hoguera llameante entorno al cuerpo inerte y frío de Cristo. Danza sagrada alrededor del Dios muerto. Teatro sacro que busca la conmoción y el arrepentimiento de los fieles ante la muerte mil veces injusta del más inocente de los hombres.

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