Juan de Juni esculpió en madera este grandioso Santo
Entierro de Cristo en torno al año 1540 para la capilla funeraria de Fray
Antonio de Guevara, en el desaparecido convento de San Francisco, situado en la
Plaza Mayor de Valladolid. Fue la obra que más me impresionó en mi primera
visita a Valladolid, y una de esas obras que uno no se cansa de ver. Otras
obras maestras de la escultura policromada le hacen compañía, pero
probablemente ninguna le hace sombra. Y a mí me sigue cautivando cada vez
que me acerco al Museo.
Juan de Juni, natural de Borgoña, había vivido un tiempo en
Italia, formándose como artista, para recalar finalmente en España. En torno a
un Cristo muerto, de potente corporalidad y cuya cabeza parece inspirada en el
Laooconte, seis figuras parecen apresadas, subyugadas y rotas de dolor ante el
cuerpo sin vida del que fuera la razón de su vida y el porqué del latir de su
corazón. Son la madre y cinco amigos los que, primero, han descendido el cuerpo
de Cristo de la cruz y, luego, lo han limpiado, lavado y aseado,
precipitadamente porque la pascua judía estaba a punto de comenzar y esta era
una tarea ‘impura’. La jarra y el paño junto a Nicodemo y el tarro del bálsamo
en la mano de María Magdalena parecen sugerirlo así.
El grupo escultórico, que
más que esculpido en madera parece modelado en barro, recoge el momento preciso
en que, una vez limpio el cuerpo de Jesús, contemplan al que acaba de morir y,
al mismo tiempo, da rienda suelta a su dolor. Cinco de las figuras concentran
su apenada mirada en Cristo, mientras que uno, José de Arimatea, mira
directamente al espectador, mostrándole acusatoriamente una espina que acaba de
quitar de la cabeza de Jesús. Juan por su lado, el brazo abrazante en torno a
Maria, parece intentar sujetar y consolar a María para que no se desplome del
todo ante el rostro golpeado y sin vida del hijo.
Volúmenes rotundos de las figuras, ropajes que parecen girar
como torbellinos, rostros que representan todas las edades del hombre, cuerpos
modelados como arcilla, volúmenes que se contraponen formando equilibrios
armoniosos: Juan y María inclinados, Nicodemo y José de Arimatea, rodilla en
tierra, María Magdalena y María de Salomé, de pie.
En la policromía, predominan los tonos dorados, creando una
sensación de hoguera llameante entorno al cuerpo inerte y frío de Cristo. Danza
sagrada alrededor del Dios muerto. Teatro sacro que busca la conmoción y el
arrepentimiento de los fieles ante la muerte mil veces injusta del más inocente
de los hombres.
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