viernes, 12 de febrero de 2021

Esta es la verdad

 


Fue a pasar unos días de verano a casa de sus amigos Theodor y Hedwig. Una tarde, sus amigos tuvieron que viajar a otra ciudad para un compromiso social. Edith Stein se quedó sola en casa. Después de cenar, se sentó en la biblioteca y tomo al azar uno de los muchos libros bellamente ordenados en los estantes. Era el Libro de la Vida de Teresa de Jesús. No pudo dejar de leer hasta acabarlo. Cuando leyó la última línea, se dijo: “Esta es la verdad”. Era el verano de 1921.

Treinta años antes, justo en el día del Yon Kippur judío (15-16 septiembre) había nacido en Breslau, Alemania (hoy Wroclaw, en Polonia) en el seno de una familia judía. A los dos años quedó huérfana de padre. Su madre, profundamente devota, no logró transmitir la fe a su hija que, a los 15 años, abandonó toda práctica religiosa. En los estudios empezó a destacar de manera sobresaliente. Dotada de una inteligencia brillante, pronto se decidió por los estudios filosóficos. 

En 1917 defiende ante Edmund Husserl (probablemente el filósofo más renombrado del momento) su tesis “Sobre el problema de la empatía”. La universidad de Friburgo le otorga el summa cum laude, impensable en la cátedra de filosofía y más impensable para una mujer. De hecho fue su condición de mujer lo que la impidió ser propietaria de una cátedra. Se convirtió en la asistenta de Husserl, cuya obra sobre la fenomenología (desplazar al sujeto como protagonista de la teoría del conocimiento y centrarlo en las cosas mismas, en el ‘fenómeno’ -que en griego significa ‘lo que aparece’- afirmando que el mundo existía con independencia de la conciencia humana), estaba cambiando la filosofía mundial.

Otro acontecimiento doloroso vino a sumarse a toda esa ebullición que se estaba produciendo en su interior: La muerte de su gran amigo, Adolf Reinach. Este hecho la  impresionó profundamente. Pero fue la actitud de su viuda, Pauline, a la que visitaba a menudo, lo que marcó un hito importante en su acercamiento al catolicismo. En la fe de Pauline en la vida eterna y en el consuelo que Jesús le ofrecía y la manera en que aceptó el misterio de la cruz, Edith descubre la existencia de un amor sobrenatural.

Entre 1916 y 1921, Edith Stein empezó a tomar contacto con el cristianismo. Leyó a San Agustín y a Ignacio de Loyola. Un día, cuando se encontraba visitando la catedral católica de Frankfurt, vio que entraba una mujer del mercado para hacer una breve oración ante el Santísimo: “En las sinagogas y templos que yo conocía, íbamos allí para la celebración de un oficio. Aquí, en medio de los asuntos diarios, alguien entró en una iglesia como para un intercambio confidencial. Esto no lo podré olvidar jamás».

Unos meses después de toparse con la Vida de Teresa de Jesús,  recibe el bautismo en el seno de la Iglesia Católica. Era el 1 de enero de 1922. La prueba más dura para ella fue comunicárselo a su madre, una ferviente judía, en un momento en que el antisemitismo crecía como un incendio, y no solo en Alemania. Inteligente, brillante y disciplinada, Edith Stein no para de escribir, de leer y de dar conferencias u organizar los escritos de Husserl, y eso desde las seis de la mañana hasta las 12 de la noche. Pero los tiempos turbulentos están llegando y el poder nazi hace sentir cada vez más su bota de hierro sobre la Universidad. Las destituciones están a la orden del día, lo mismo que la prohibición total de publicar libros o dar conferencias para los intelectuales judíos. Ella tiene que abandonar sus aspiraciones universitarias y dar clase en colegios católicos. En sus escritos y en sus conferencias, defiende, con su lúcida inteligencia, el papel de la mujer en la sociedad. La situación del pueblo judío la llena de angustia. Escribe al Papa para que condene la persecución contra los judíos.

En 1933, privada, como judía, del derecho a enseñar y a hablar públicamente, Edith pide entrar en el convento carmelita de Colonia. Cambia su nombre por el de Teresa Benedicta de la Cruz. Tiene 41 años. En el convento, animada por sus hermanas, prosigue sus estudios y escritos filosóficos. Allí dio fin a su libro Ser finito y ser eterno, que no pudo publicar por las prohibiciones judías. Estaba en el convento cuando se organizó el plebiscito para decir ‘sí’ a los plenos poderes del Fuhrer. Ella no tenía derecho a voto por no ser aria, pero, a la caída de la tarde, dos funcionarios del Reich se presentaron en el convento de Colonia, echando de menos su voto. Juzgó entonces prudente no revelar su condición judía, lo que hubiera sido temerario, pero no se recató de decir: “Si estos señores conceden tanto valor a mi ‘no’, yo no puedo rehusárselo”, y fue a votar.

A finales de 1938, ante el cariz que estaba tomando la política en Alemania, Edith Stein se traslada el convento carmelita de Echt, en Holanda. Allí la alcanzará su hermana Rosa, también carmelita. Poco después redacta su testamento, como un presentimiento de lo que la esperaba. En él imploraba al Señor que tomara su vida “por la paz del mundo y la salvación de los judíos”. Cada día es más consciente de pertenecer a un pueblo, el judío, que está siendo torturado y eliminado. Holanda es invadida. Los obispos holandeses publicaron una carta para ser leída en todos los púlpitos de Holanda. En contra de las autoridades del país, condenaban los actos antisemitas e invitaban a los católicos a proteger a los judíos. Pocos días más tarde, como venganza, empezó el arresto de los ‘judíos de religión católica’. El 2 de agosto de 1942, Edith Stein y su hermana fueran arrestadas por la Gestapo. Desgarrada por el dolor, la abadesa gritó: “Que Dios sea testigo de la violencia que se nos hace”.

Compartió vagón de tren con otros tantos desdichados. Y las dos hermanas solo pudieron consolar a los niños que iban con ellas, sufriendo idéntica vejación. Al llegar a Auschwitz la marcaron con el número 44.074. El 9 de agosto, Edith Stein, su hermana y otros muchos fueron conducidos a un barracón ‘para ducharse”. En pocos minutos el gas cianhídrico acabó con sus vidas.

Una madre, superviviente del campo de concentración dio testimonio de ella: “Había una monja que me llamó especialmente la atención y a la que jamás he podido olvidar: una mujer, con una sonrisa que no era una simple máscara, sino que iluminaba y daba calor. Era la imagen de una mujer algo mayor, con aspecto juvenil, de una pieza, auténtica y verdadera. En una conversación dijo ella: “El mundo está lleno de contradicciones; en último término nada quedará de estas contradicciones. Solo el gran amor permanecerá. ¿Cómo podría ser de otra manera?”.

Juan Pablo II la beatificó, canonizó y la nombró Patrona de Europa: “Una hija de Israel, que durante las persecuciones de los nazis permaneció unida en la fe y el amor al Señor Crucificado, Jesucristo, como católica, y con su pueblo como una judía”

Cuando fue arrestada y conducida a la muerte, Edith Stein estaba trabajando en un nuevo libro ‘Ciencia de la Cruz”, una profunda reflexión a partir del pensamiento de Juan de la Cruz. Queremos imaginar que entró en la ‘noche oscura’ de la mano de este frailecillo y, con él, pudo decir: “Ave Crux, spes única”.







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