miércoles, 23 de noviembre de 2022

Un balón de bolsas de plástico y cuerdas

 


De mis viajes a África, guardo algunas figuras de artesanía en madera y algunas pinturas en batik o arena. Y junto a ellas un pequeño balón hecho por niños congoleños. Una tarde en Kinshasa-Congo, vi a unos niños descalzos corriendo tras un balón que ellos mismos habían hecho con bolsas de plástico y cuerdas. Fue entonces cuando me pareció que el fútbol tenía un aire de grandeza y de pureza. Era un campo polvoriento. Las porterías, marcadas con dos ramas. Los niños se jaleaban a gritos,  y celebraban cada gol con abrazos y piruetas, como si se tratase de una gran final. Pedí a esos niños que me hicieran un balón, y aquí lo tengo todavía mientras escribo.

Estos días, sin interés y sin voluntad, oigo noticias sobre el Mundial de Fútbol que se celebra en Qatar. Ya la propia designación de la sede en 2009, (se supo más tarde cuando explotó el escándalo Platini-Francia), estuvo amañada. Por lo visto, millones de dólares compraron voluntades de algunos miembros de la FIFA. Pero la investigación no llegó a más ni tampoco hubo marcha atrás en la decisión de la sede designada para 2022.

La construcción de los estadios, llevada a cabo por miles de emigrantes, especialmente de Nepal, India o Bangladesh, en francas condiciones de precariedad laboral (trabajos a 50º de temperatura, largas jornadas, malas condiciones de alojamiento, medidas de seguridad escasas, salarios bajos), ha dejado, según el periódico The Guardian, unos 6.500. La todopoderosa FIFA, en cambio, dice que sólo tres trabajadores han fallecido durante la construcción. No cabe duda de que los ocho estadios construidos son magníficas obras de arquitectura. Pero si nos fiamos de Amnistía Internacional y otras Ongds, en todos ellos hay rastros de sangre obrera. Parece que no han escatimado dinero en pagar sumas elevadas a los arquitectos estrellas, menguando, tal vez por ello, los salarios de los jornaleros.

Qatar, ya se sabe, no es famoso por su legislación garantista, ni por su preocupación por los derechos humanos. Ni es conocido por su respeto y promoción de la mujer ni de los derechos de la comunidad LGTBI ni de la libertad religiosa, de opinión o prensa, por citar solamente unos pocos.

Los futbolistas se están haciendo algún selfie con brazaletes ‘solidarios’ y alguna fotografía de postureo. Y hasta los entiendo, lo justo para quedar bien, no comprometerse y que no les saquen tarjeta amarilla (tal vez la excepción podrían ser los jugadores de Irán que se negaron a cantar su himno, manifestando así su cercanía con su compatriota Mahsa Amini, la mujer muerta en extrañas circunstancias tras negarse a llevar el velo). Mostrarse solidario, sin que nuestro bolsillo se vea afectado, no es algo nuevo. Es lo que toca en el guión de cada momento y lugar.

Y Europa, la pobre, ya se sabe, no hará nada, salvo alguna frase en algún mitin para ganar una ovación momentánea. Los señores de los petrodólares son dueños de medio mundo. Y Europa, que ha perdido la costumbre de arrodillarse en las iglesias, se arrodilla sin rubor ante los dioses del dinero y los combustibles, buena parte de los cuales están en Qatar y petromonarquías del área.

Nada nuevo, por otra parte. El mundo ha sido siempre así. Y no hay que escandalizarse, porque es la costumbre. Durante casi un mes, en nuestro propio país, se hablará poco de la inflación que a diario hace temblar la cesta de la compra, de la subida generalizada de impuestos a la clase media, del recorte de las libertades, del atosigamiento a la independencia de la justicia, de la cultura de la cancelación a todo el que no dance al son del que manda, de un tambaleante sistema sanitario tras el covid. Sabremos todo de los futbolistas españoles y de sus rivales: balones que tocan, regates, tiros, corners que sacan, pero también vida y milagros: mujeres y ligues, colección de coches, calzoncillos que anuncian, fiestas que organizan, cambio de corte de pelo, gustos, aficiones y manías. Y escucharemos diariamente las declaraciones del entrenador y de los jugadores con la misma reverencia que los griegos escuchaban el oráculo de Delfos o los católicos la bendición urbi et orbi. Esta es la sociedad que nos ha tocado vivir: un joven con un libro en la mano es más peligroso que un joven levantando pesas. Todo el esfuerzo y el tiempo dedicados al gimnasio y a la cancha suelen ir en detrimento del tiempo dedicado a la lectura y a la cultura.

Los grandes eventos deportivos son, a veces, una fabulosa operación de blanqueo de un sistema. Al igual que las empresas que más contaminan patrocinan ongds verdes para limpiar su imagen, las naciones puede utilizar una cita universal del deporte, para ofrecer una imagen de tolerancia que no es tal. Nada nuevo bajo el sol.

Para mí el fútbol verdadero será siempre el que practican unos niños descalzos –y felices porque sí- con un balón hecho de bolsas de plástico y cuerdas.










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