Una foto para una vida:
El bote de agua. No sabemos quién
fue el autor de esta fotografía, tomada en Aguilar de Campoo el año 1969 ó
1970. No es un posado. Alguien lo vio así y apretó el disparador. Esa
espontaneidad consiguió la foto más lograda. En el murete de piedra junto al
huerto, el hermano Juan, con su guadapolvo de diario, es sorprendido en el
momento en que riega una humilde flor o hierba que ha crecido entre las
piedras. Con un bote de hojalata derrama un poco de agua sobre una planta en la
que nadie habría reparado, y destinada, muy probablemente, a morir ahogada
entre las piedras y bajo el sol. La mano izquierda apoyada en el muro, la vista
fija en ese insignificante hierbajo, ¿pensaría que tal vez esa sencilla planta
podría lucir algún día ante el sagrario? ¿Veía acaso en esa hierbecilla una
metáfora de la vida insignificante de tantos seres humanos que pasan
inadvertidos para todos, salvo para la mano amorosa de un ser querido o de
Dios?
Podemos considerar que
esta instantánea es un retrato poético de la personalidad del hermano Juan:
sensible, delicado, tierno, atento, entregado. Y también una buena foto de su
misión apostólica en los últimos años de su vida: la búsqueda sacrificada de
muchachos en las aldeas más humildes, donación generosa hacia ellos, cuidado
amoroso de sus almas. Si la vida de cualquier seminarista florecía y daba
frutos podría llegar también, como la planta, al altar del Señor.
Tal vez por todo ello,
esta foto le representa mejor que ningún otro retrato. Este es el hermano Juan.
A todas las personas con las que se encontró a lo largo de su vida, ya fuesen
humildes o encumbradas, importantes o insignificantes, pobres o pudientes, les
aseguró, con palabras, pensamientos y obras: yo me encargo de ti. Yo me ocupo y
preocupo por ti. No te faltará el agua de mis cuidados, para que tu vida
crezca, florezca y fructifique, con libertad y con alegría.
Nota
inicial
“Da
molti anni desideravo scrivere dei...” (Desde hace muchos años deseaba
escribir de... ”). Así comienza Giorgio
Bassani su obra El jardín de los Finzi-Contini. Este bellísimo principio me ha
venido a la cabeza cuando estoy a punto de publicar en mi blog “Adan Breca
en camino”, el ensayo “Juan Vaccari: un hermano para siempre”. Desde
hace muchos años deseaba escribir del hermano Juan. Conocí al Hno. Juan en la
escuela de Quintanilla de Arriba, otoño de 1970, cuando él iba buscando niños
para su seminario. En septiembre de 1971
ingresé como interno en el Colegio San José de Aguilar de Campoo y allí
coincidí con él apenas 35 días. Guardo, como una reliquia, una postal con la
imagen del Beato Luis Guanella que me envío al pueblo en ese mismo verano. De
esa breve convivencia, recuerdo ‘el pensamiento de las buenas noches’
que nos dirigió en tres o cuatro ocasiones. En las noches septembrinas, al
acabar de jugar a ‘la cadena’ en el patio, nos reunía para rezar unos minutos y
desearnos las buenas noches antes de acostarnos. Yo tenía 12 años.
Recuerdo que el día
anterior a su muerte me pidió que le ayudase a regar los pequeños pinos de la
parte posterior del colegio. Probablemente, dado mi desinterés y torpeza deportiva,
era uno de los pocos alumnos que merodeaba por el patio, sin ocupación precisa
en el campo de fútbol o en la cancha de baloncesto. Yo le acercaba cubos de
agua y él cavaba alrededor del pino y regaba. No sé de qué hablamos. Sólo su
alegría, mientras se afanaba en este menester jardinero, se quedó grabada en mi
cabeza de niño.
No se me olvidará
fácilmente aquella semana de octubre de 1971, desde la desoladora noticia de su
fallecimiento a la melancólica tarde de la despedida de sus restos mortales poco
antes de que el furgón fúnebre abandonase Aguilar de Campoo camino de la ciudad
italiana de Como. La memoria del hermano Juan fue mantenida viva, como un fuego
sagrado, en el Colegio de los Italianos.
Años después, en 1996,
Andrés García me entregó un cartapacio con los diarios de Juan Vaccari, de
cuyos originales él había logrado hacer una copia, no sé si ‘confidencial’, en
Roma. En 2005, José Ángel Villegas me invitó a la Ciudad Eterna para que le
hiciera de ‘ayudante’ en su trabajo de investigación en el Archivio de la Pia
Unione. Aprovechando la coyuntura, decidimos acercarnos al Centro Studi para
escanear el material sobre el hermano Juan allí depositado en tres
cajas-archivador, con las signaturas 195/1, 195/2 y 195/3. Asimismo, el
superior general emérito, Nino Minetti, tuvo a bien acompañarnos y facilitarnos,
a través de sus contactos, la visita al palacio de
Desde aquella ‘canonización
no canónica’ que el buen párroco de Aguilar de Campoo proclamó en la tarde
de su funeral, Juan Vaccari tiene un altar en mis devociones. Por ello, esta
biografía, forzosamente, es una hagiografía, en el genuino sentido de la
palabra.
Con este cumplo, creo
que definitivamente, mi deseo de escribir algo sobre el hermano Juan.
Prólogo:
“Un mundo mejor y más bello gracias a él…”
Empiezo esta Biografía
recordando una frase que escribió P. Armando Budino, compañero de noviciado,
buen amigo, y quien, más tarde, siendo superior general, le envió a España: “Donde
estaba el Hermano Juan, el mundo era mejor y más bello gracias a él”.
Cincuenta años después
de su muerte, el recuerdo de la vida y de la obra del hermano Juan Vaccari
sigue vivo. El tiempo no ha sepultado en el olvido a este religioso guaneliano,
sino que lo ha engrandecido. Al igual que ciertas pinturas se contemplan mejor
desde lejos, el paso del tiempo ha permitido ver y leer con mayor claridad y
reposo la senda de bondad y de fe que él marcó a lo largo de una existencia de
58 años.
¿Cómo explicar la
permanencia durante tanto tiempo de su recuerdo entre los que le conocieron, la
admiración entre los que han oído hablar de él, y el estupor entre los que han
leído sus escritos y han profundizado en su espiritualidad? ¿Dónde radica ese
magnetismo, cinco décadas después de su desaparición? Una rápida respuesta
podría ser: era un hombre bueno
que vivía de Dios.
Alguien dijo que la
existencia del hermano Juan había transcurrido “por caminos no soñados”.
Y aunque él ni había soñado estos caminos ni los había planeado, supo hacerlos
suyos, incorporarlos a su ADN de fe, esperanza y caridad, porque en todo veía
la mano de Dios. Respiraba a Dios, se nutría de Dios, pedía constantemente ‘vivir de fe’. Y como cualquier hombre
bueno, pasó por el mundo haciendo el bien. Y las personas que, durante una
breve conversación o durante años de convivencia, se cruzaron en su vida, en
las calles de Sanguinetto, en los pupitres de Fara Novarese, en la cocina de
Barza, en la capillita de Monteggia, en los salones del Palacio de la
Cancillería, entre los ‘buonifigli’
(personas con discapacidad) de la casa guaneliana de Roma, en los bancos de la
basílica de San José del Trionfale,
entre los religiosos menesianos o las clarisas de Aguilar de Campoo, por las
escuelas y parroquias de Castilla, entre los múltiples bienhechores italianos,
en los juegos con los alumnos del Colegio San José, entre los destinatarios de
sus cartas y postales, entre confesores y directores espirituales, entre sus familiares
y hermanos guanelianos… En todos dejó el perfume de una vida recta y de un
evangelio vivido con entrega y alegría.
Probablemente, pocas personas tan fascinantes como Juan Vaccari en
el universo guaneliano. En el firmamento Guanella, él brilla con luz propia.
Pero no sólo brilla con fulgor pasajero, sino que puede iluminar en la
actualidad nuestras vidas. Ya solo desde el punto de vista humano, su peripecia
humana daría para una película. Él forma parte de esa estela de “hombres
descartados por su corta inteligencia”, pero que han sido piedra angular para
otras vidas y también para la propia Iglesia. Él pertenece a esa “compañía
de los zotes” que ha dado grandes santos, porque para alcanzar a Dios, sobra
toda ciencia humana. Estoy pensando en fray Alonso Rodríguez, Hermano Gárate,
fray Leopoldo de Alpendeire y otros tantos. Ha llegado el momento de
profundizar en su legado espiritual, de repasar su biografía, de releer sus
escritos y de difundir su preciosa herencia. Su legado, en resumen, es una
invitación a hacer el bien.
Era tan buena persona,
había tanta bondad en su rostro, que incluso un muchacho de 12 años, como era
mi caso en 1971, se dio cuenta claramente de que era un santo. Un santo de
andar por casa, por la capilla, por el huerto, por el patio, por los pasillos,
por la carretera...
Durante cincuenta años,
amigos, familiares, hermanos guanelianos, exalumnos, lectores de sus escritos
han mantenido vivo el recuerdo del hermano Juan: su memoria sanctitatis. En el corazón de muchos, el hermano Juan tiene
un altar. El hombre desde que es hombre se niega a que las semillas de bondad,
de verdad o de belleza que otro ser humano sembró a lo largo de su vida mueran
y desaparezcan definitivamente. Ahora toca a la Iglesia Católica confirmar, con
todos los debidos requisitos y garantías, la intuición de santidad que muchos hemos
vislumbrado en el hermano Juan Vaccari.
Las
siguientes páginas tratan de explicar, aun teniendo en cuenta que la vida
humana resulta siempre inexplicable, la existencia de Juan Vaccari Magnani que transcurrió
en cinco escenarios bien distintos: Sanguinetto, Fara Novarese, Barza d’Ispra,
Roma y Aguilar de Campoo. Las siguientes páginas quieren dar cuenta de su
peregrinación terrena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario