Paris-Austerlitz es la estación de
ferrocarril a donde llegan y de donde salen los trenes que van a España. Pero
es también, como todas las estaciones, al menos en las décadas anteriores, un
lugar de ligue fácil para los gays.
La muerte de Rafael Chirbes hizo que
se creara una gran expectación en torno a una novela inédita que había dado por
concluida tres meses antes de su fallecimiento. Lo primero que tengo que decir
es que hubiera deseado que esta novela tuviera otras 200 páginas más. Me he
quedado con ganas de saber muchas más historias, no solo de Michel, sino
también del propio narrador de la historia, de Ahmed, de Antonio, Jeanine, o
las familias de los dos amantes o ex amantes. Es un libro que resulta
excesivamente corto. Pero es un buen libro, eso sí.
El narrador, desafiando a su padre y
su entorno burgués, llegó a París con una mano delante y otra detrás, y unos
lienzos en la maleta con la idea de hacerse un hueco en el París de los
pintores. En una restaurante conoció a Michel, veintipico años mayor que él, un
trabajador manual, un habitante de un sórdido apartamento, que se convirtió en
su amante durante casi un año. Michel ofreció su pobre casa, su cuerpo ancho de
trabajador, su ilusión y su alma al joven y bello español, el más elegante
clochard de Paris. El alcohol, el tabaco, el sexo y sus variantes llenaron los
primeros meses de una vida en común que se piensa, insensatamente, eterna. Pero
el narrador pronto se dio cuenta de que su mundo no era el mundo de Michel. La
visita de la madre del narrador a París le confirma esta diferencia. Una visita
de compras y alta cultura. Y el narrador ni se atreve a presentar a su amante,
un obrero desharrapado e inculto y mayor, a su exquisita mamá. El amor es una
trampa en la que caemos pensando que no caemos. El amor es un desesperado
intento de no sentirnos solos, de proteger y de dominar, de ser útiles y
utilizados. Pero la carcoma siempre viene a habitar la madera de nuestra alma y
de nuestro cuerpo. Es así. Parece una ley inexorable, nos dice Chirbes. El
narrador recuerda esta historia de amor y de desamor entre dos hombres que no
tienen nada en común, salvo un deseo de carne deseante, de cuerpos que intentan
devorarse, comerse, en un acto de canibalismo o de eucaristía.
Pero llega un momento en que al
narrador le sobra Michel, y en cambio éste sigue necesitando al joven para seguir
existiendo.
Ahora, cuando visita a su ex amante
en el hospital donde yace postrado y deshecho por culpa de la plaga, los recuerdos afloran en el joven madrileño
que desea volver a sus rentas familiares, a su hogar, cínico pero seguro, y a
sus intentos de ser pintor, lejos del París tenebroso y alcoholizado que
respiraba en la banlieu. Afloran las historias contadas por Michel sobre su
propia familia de pasado trágico, una familia de la que sólo heredara la
afición al alcohol, y un anhelo de protección angustioso y desesperado.
La plaga consume poco a poco ese
cuerpo que el narrador tanto había deseado y quizás amado. Pero la carcoma del
desamor hace su tarea. Y los pasillos asépticos del hospital de Ruán, donde
acaban los terminales de la plaga, son
testigos mudos del desgarrador grito de Michel: “No me dejes aquí solo”,
mientras el joven narrador se encamina a la estación de Paris-Austerlitz que le
llevará hasta Madrid.
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