miércoles, 2 de marzo de 2016

Los realistas de Madrid, en el Thyssen



    Llegué con J. a eso de las 11 de la mañana al Thyssen y a duras penas conseguimos una entrada para las 5 de la tarde. Las colas eran interminables, y lo comprobaríamos durante todo el paseo por la muestra. El realismo fue vilipendiado por los críticos de arte, pero admirado por los visitantes habituales de los museos. Pero sí, ser un pintor realista en momentos del totalitarismo del imperio abstracto, era casi una condena a muerte civil.
    El Thyssen ha programado una muestra sobre un grupo de pintores y pintoras que hicieron amistad en el Madrid de los 60 (algunos están casados entre ellos), y que tenían como libro de cabecera El Jarama, de Sánchez Ferlosio. Todos ellos se caracterizaron por una pintura realista o figurativa, y por una mirada a las cosas más humildes, a su entorno más cercano y doméstico: bodegones, aseos, aparadores, ventanas, edificios y calles de Madrid, familiares y amigos más cercanos.
    Conocía la obra de los varones del grupo (Antonio, Julio y Francisco López), pero no la de las mujeres (Isabel Quintanilla, María Moreno y Amalia Avia). Me ha encantado: series de bodegones, ventanales, esculturas y pinturas de familiares, calles y tiendas de Madrid.
 
    Mi mirada se detiene en el Lavabo, de Antonio López, que está en Boston. Uno podría quedarse media hora delante del cuadro y seguiría viendo aparecer detalles y más detalles. Lo que a primera vista es una superficie blanca, va dejando lugar al lavabo y sus grifos, el espejo, los azulejos, el suelo, la balda de cristal y sobre ella los utensilios del aseo cotidiano de un hombre y de una mujer, tan de uso cotidiano como el cepillo, el pintauñas, el frasco de colonia, la brocha y la espuma de afeitar, la cuchilla y su envoltorio de papel, los cepillos de dientes, hasta el colutorio para la piorrea. Todos objetos que los que tenemos una cierta edad reconocemos en sus formas. En la parte superior, en el centro, podemos apreciar un detalle de la bombilla, y en el suelo, un trapo. Pero también descubrimos la suciedad, la mugre, las manchas, los churretes, los raspones, las pequeñas humedades, la porquería… Lo que parecía una superficie blanca no es sino una suma de blancos sucios y manchones.
    Es un baño en cierto modo inquietante por la mugre que acumula. ¿Se encontraron así el baño Antonio y María cuando alquilaron su estudio? ¿Pusieron sobre la balda sus útiles de aseo sin importarles la suciedad? ¿Fotografiaron a posta este baño lleno de porquería y luego superpusieron sus objetos personales de aseo? ¿Se asomaban cada mañana a ese espejo, sonnolientos o eufóricos? ¿Antonio colocaba cada día su lienzo frente al lavabo o lo fotografió y luego trabajó sobre las fotografías? Este lavabo se ha convertido en el icono de Antonio López, pero también sobre la poesía que puede habitar las cosas más modestas y humildes, como una brocha y una cuchilla de afeitar.

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