Llegué con J. a eso de las 11 de la mañana al Thyssen y a
duras penas conseguimos una entrada para las 5 de la tarde. Las colas eran
interminables, y lo comprobaríamos durante todo el paseo por la muestra. El
realismo fue vilipendiado por los críticos de arte, pero admirado por los
visitantes habituales de los museos. Pero sí, ser un pintor realista en
momentos del totalitarismo del imperio abstracto, era casi una condena a muerte
civil.
El Thyssen ha programado una muestra sobre un grupo de
pintores y pintoras que hicieron amistad en el Madrid de los 60 (algunos están
casados entre ellos), y que tenían como libro de cabecera El Jarama, de Sánchez
Ferlosio. Todos ellos se caracterizaron por una pintura realista o figurativa, y por una
mirada a las cosas más humildes, a su entorno más cercano y doméstico:
bodegones, aseos, aparadores, ventanas, edificios y calles de Madrid,
familiares y amigos más cercanos.
Conocía la obra de los varones del grupo (Antonio, Julio y
Francisco López), pero no la de las mujeres (Isabel Quintanilla, María Moreno y
Amalia Avia). Me ha encantado: series de bodegones, ventanales, esculturas y
pinturas de familiares, calles y tiendas de Madrid.
Mi mirada se detiene en el Lavabo, de Antonio López, que
está en Boston. Uno podría quedarse media hora delante del cuadro y seguiría
viendo aparecer detalles y más detalles. Lo que a primera vista es una
superficie blanca, va dejando lugar al lavabo y sus grifos, el espejo, los azulejos, el
suelo, la balda de cristal y sobre ella los utensilios del aseo cotidiano de un
hombre y de una mujer, tan de uso cotidiano como el cepillo, el pintauñas, el
frasco de colonia, la brocha y la espuma de afeitar, la cuchilla y su
envoltorio de papel, los cepillos de dientes, hasta el colutorio para la
piorrea. Todos objetos que los que tenemos una cierta edad reconocemos en sus
formas. En la parte superior, en el centro, podemos apreciar un detalle de la
bombilla, y en el suelo, un trapo. Pero también descubrimos la suciedad, la
mugre, las manchas, los churretes, los raspones, las pequeñas humedades, la
porquería… Lo que parecía una superficie blanca no es sino una suma de blancos
sucios y manchones.
Es un baño en cierto modo inquietante por la mugre que
acumula. ¿Se encontraron así el baño Antonio y María cuando alquilaron su estudio?
¿Pusieron sobre la balda sus útiles de aseo sin importarles la suciedad?
¿Fotografiaron a posta este baño lleno de porquería y luego superpusieron sus
objetos personales de aseo? ¿Se asomaban cada mañana a ese espejo, sonnolientos
o eufóricos? ¿Antonio colocaba cada día su lienzo frente al lavabo o lo
fotografió y luego trabajó sobre las fotografías? Este lavabo se ha convertido
en el icono de Antonio López, pero también sobre la poesía que puede habitar
las cosas más modestas y humildes, como una brocha y una cuchilla de afeitar.
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