Una excursión a Paredes de Nava para
visitar a los ‘Berruguetes’ en su cuna natal: Pedro, Alonso e Inocencio, y
podríamos añadir a esta familia el nombre de Esteban Jordán, que estuvo casado
con una nieta de Pedro Berruguete. La primera sensación cuando se visitan estos
pueblos blasonados de Castilla es la de que todo ha ido a menos y, sin duda, la
rueda de esta malafortuna no se ha detenido todavía, sino que seguirá rodando en esa misma
dirección de decadencia. La sola iglesia de Santa Eulalia, de dimensiones y
hechuras catedralicias, nos da idea de sus antiguos esplendores, de potentes
hacendados, civiles o eclesiásticos, que ponían sus bienes al servicio de ‘las
piedras de Dios’, quizás por devoción, quizás por vanidad, o por ambas
cosas.
Doce tablas de Pedro Berruguete
atesora el retablo mayor de la iglesia. Y ahí están los 6 retratos magníficos
de los Reyes de Israel, cuya
belleza me ha subyugado cada vez que los he visto de cerca: una hermosura que no cansa. Acodados en un
alféizar, y asomados a una ventana, los Reyes, con vestiduras espléndidas de
terciopelo y brocado, tocados con sus coronas, y adornados con sus joyas regias, reinan sobre un mundo que tienen
delante de sus ojos, y ejercen un imperio sobre cualquier espectador que los
mire.
Pero también en Paredes está una
preciosa escultura de Alejo de Vahía, el Abrazo de San Joaquín y Santa Ana. A
una edad en la que ya no se puede esperar hijos, ellos creen, con una fe pobre
y dudosa, en la promesa de que sus entrañas engendrarán. Ellos, por su
condición de estériles, eran los últimos de Israel, los pobres de Yaveh, los
despreciados de una comunidad que cifraba en la abundancia de hijos, la
abundancia de bendiciones del Todopoderoso. Pero ahora ellos se abrazan ante la
Puerta Dorada del Templo de Jerusalén, y es este abrazo, este gesto de
intimidad y de ternura, una forma de gratitud al que ‘hace maravillas’. Y su
suave sonrisa, su sonrisa triste (ya no es la risa burlona de Sara cuando los ángeles prometieron el portento), podríamos decir, es como un guiño al
espectador: no todo está perdido; aún cabe la esperanza.
Pero también la pila bautismal de
Paredes de Nava cuenta entre sus ilustres bautizados a Jorge Manrique, el poeta
enorme de esta tierra, y cuyos versos A
la muerte de su padre, siguen resonando con la fuerza, la melancolía y las
enseñanzas de siempre. ¿Pero leerá ahora algún jovenzuelo los versos
manriqueños? No lo sé. Vamos en busca de su escultura, pero aparece
completamente vallada. Puede que, ante las inminentes fiestas locales, el
ayuntamiento haya decidido evitar gamberradas a la imagen del poeta. Así que
Jorge Manrique aparece como encarcelado o como enjaulado. ¿Son ahora sus versos
peligrosos? Este desencanto del mundo que él nos transmite, ¿es digno de
rechazo en un mundo que ha transformado en máxima de vida el carpe diem y la desmemoria, y que
desprecia y desdeña cualquier invitación al pensamiento y al examen de
conciencia?
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