jueves, 7 de septiembre de 2017

Paredes de Nava: reyes y poetas


 

 

 
Una excursión a Paredes de Nava para visitar a los ‘Berruguetes’ en su cuna natal: Pedro, Alonso e Inocencio, y podríamos añadir a esta familia el nombre de Esteban Jordán, que estuvo casado con una nieta de Pedro Berruguete. La primera sensación cuando se visitan estos pueblos blasonados de Castilla es la de que todo ha ido a menos y, sin duda, la rueda de esta malafortuna no se ha detenido todavía, sino que seguirá rodando en esa misma dirección de decadencia. La sola iglesia de Santa Eulalia, de dimensiones y hechuras catedralicias, nos da idea de sus antiguos esplendores, de potentes hacendados, civiles o eclesiásticos, que ponían sus bienes al servicio de ‘las piedras de Dios’, quizás por devoción, quizás por vanidad, o por ambas cosas. 
 
  

Doce tablas de Pedro Berruguete atesora el retablo mayor de la iglesia. Y ahí están los 6 retratos magníficos de los Reyes de Israel, cuya belleza me ha subyugado cada vez que los he visto de cerca: una hermosura que no cansa. Acodados en un alféizar, y asomados a una ventana, los Reyes, con vestiduras espléndidas de terciopelo y brocado, tocados con sus coronas, y adornados con sus joyas regias, reinan sobre un mundo que tienen delante de sus ojos, y ejercen un imperio sobre cualquier espectador que los mire.
 

 
 

Pero también en Paredes está una preciosa escultura de Alejo de Vahía, el Abrazo de San Joaquín y Santa Ana. A una edad en la que ya no se puede esperar hijos, ellos creen, con una fe pobre y dudosa, en la promesa de que sus entrañas engendrarán. Ellos, por su condición de estériles, eran los últimos de Israel, los pobres de Yaveh, los despreciados de una comunidad que cifraba en la abundancia de hijos, la abundancia de bendiciones del Todopoderoso. Pero ahora ellos se abrazan ante la Puerta Dorada del Templo de Jerusalén, y es este abrazo, este gesto de intimidad y de ternura, una forma de gratitud al que ‘hace maravillas’. Y su suave sonrisa, su sonrisa triste (ya no es la risa burlona de Sara cuando los ángeles prometieron el portento), podríamos decir, es como un guiño al espectador: no todo está perdido; aún cabe la esperanza.   
 
 

 

Pero también la pila bautismal de Paredes de Nava cuenta entre sus ilustres bautizados a Jorge Manrique, el poeta enorme de esta tierra, y cuyos versos A la muerte de su padre, siguen resonando con la fuerza, la melancolía y las enseñanzas de siempre. ¿Pero leerá ahora algún jovenzuelo los versos manriqueños? No lo sé. Vamos en busca de su escultura, pero aparece completamente vallada. Puede que, ante las inminentes fiestas locales, el ayuntamiento haya decidido evitar gamberradas a la imagen del poeta. Así que Jorge Manrique aparece como encarcelado o como enjaulado. ¿Son ahora sus versos peligrosos? Este desencanto del mundo que él nos transmite, ¿es digno de rechazo en un mundo que ha transformado en máxima de vida el carpe diem y la desmemoria, y que desprecia y desdeña cualquier invitación al pensamiento y al examen de conciencia?
 

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