miércoles, 13 de septiembre de 2017

Melancolía y silencio en Sacramenia.


 
                                                                             
    Sacramenia está muy cerca de mi pueblo. Desde hacía muchos años conocía la historia de ese claustro del monasterio cisterciense de Sacramenia que el magnate americano Hearts, el hombre en el que se basa la película Ciudadano Kane, adquirió con el beneplácito o el silencio de autoridades, marchantes, historiadores de artes de la época. El claustro en cuestión fue desmontado piedra a piedra en los años veinte, cargado en carros, después en barco, hasta llegar a Miami, y tras muchas vicisitudes, fue montado en esta ciudad –según los expertos muy mal armado porque la numeración no fue correcta- donde ahora se puede contemplar por los turistas y en cuyo marco se pueden celebrar bodorrios y ágapes.

 
 
 Finalmente, este sábado he podido acercarme al lugar del ‘crimen’, bueno al lugar de uno de los episodios más bochornosos del expolio español.
El resto del monasterio aún se alza en su lugar, aunque ahora está dentro de una finca privada, el Coto San Bernardo. Sus actuales propietarios son los dueños de la revista Hola.
Hay una cierta melancolía otoñal en el paisaje y en el entorno que rodea el Monasterio, y un gran silencio que, ni siquiera los dos grandes canes que deberían ‘defender’ el camino de acceso se atreven o quieren romper. ¿Habrán las piedras seculares amansado y dulcificado a estos perros?
 
 
Vemos llegar al guardés de este coto, con unos pimientos en sus manos. Nos cuenta peripecias del ‘gran expolio’ y cómo esta gente rica engañaba y sobornaba con facilidad a los ignorantes y a los codiciosos que siempre han campado por estos lares. Parece ser que la comitiva americana no sólo se llevó el claustro, sino que arrambló con todo lo que tenía por delante, obras que no contemplaba la ‘compraventa’. Y que cuando le afearon que intentase llevarse un crucificado que no estaba en el lote, él acabo destruyéndolo porque se había encaprichado de él y no le permitían llevárselo. En fin, una macedonia perfecta de prepotencia, avaricia e ignorancia.
Pero finalmente nos abren las puertas del Monasterio. Y aquí me olvido del expolio y de la usura, del abandono y del desprecio a la belleza secular.
 
   
La iglesia es de unas proporciones catedralicias y se podría emparentar con Santa María de Huerta y con Santa María de Valbuena. Ha sido primorosamente restaurada e iluminada. Una desnudez total del gusto de San Bernardo, donde la mirada no se extravía sino que se concentra en ‘lo absoluto necesario’. Una desnudez que sólo interrumpen los pocos retablos que aún subsisten. El rosetón de la nave central aún deja pasar la luz de esta última hora de la tarde. No hay bancos para los fieles, lo que agranda el espacio central y, de esta forma, casi podemos hacernos una idea de cómo era la iglesia recién construida. En una capilla, contemplamos el crucificado que quisieron destruir y que ahora ha sido completamente recompuesto y restaurado. Es este crucificado una de esas imágenes que invita a rezar. Y en toda esta historia de expolio, no sólo duele el hecho de que se hayan llevado obras de arte, sino también que hayan privado a las gentes de seguir rezando y de seguir besando y de seguir abriendo sus almas a las imágenes que habían acompañado en su soledad o en su alegría a sus padres, a sus abuelos… en fin, que habían hecho un poco de compañía a los frailes y a los campesinos de estas aldeas. 
 
 
Una tarde hermosa junto a las piedras que subsisten de aquel robo y de aquella desidia. Pero no todo está perdido. Y la hermosura de esta iglesia que sobrevivió al expolio, aún me ha llenado de alegría. Y seguirá llenando a los que vengan después.
 


No hay comentarios:

Publicar un comentario

A destacar

Una temporada en el infierno

            En una estación de París, desciende un joven de 16 años, cuerpo atlético, pelo alborotado y ojos azules. Se llama Arthur Rimbaud...

Lo más visto: