Sacramenia está muy cerca de mi
pueblo. Desde hacía muchos años conocía la historia de ese claustro del
monasterio cisterciense de Sacramenia que el magnate americano Hearts, el
hombre en el que se basa la película Ciudadano Kane, adquirió con el
beneplácito o el silencio de autoridades, marchantes, historiadores de artes de
la época. El claustro en cuestión fue desmontado piedra a piedra en los años
veinte, cargado en carros, después en barco, hasta llegar a Miami, y tras muchas
vicisitudes, fue montado en esta ciudad –según los expertos muy mal armado porque
la numeración no fue correcta- donde ahora se puede contemplar por los turistas
y en cuyo marco se pueden celebrar bodorrios y ágapes.
El resto del monasterio aún se alza
en su lugar, aunque ahora está dentro de una finca privada, el Coto San
Bernardo. Sus actuales propietarios son los dueños de la revista Hola.
Hay una cierta melancolía otoñal en
el paisaje y en el entorno que rodea el Monasterio, y un gran silencio que, ni
siquiera los dos grandes canes que deberían ‘defender’ el camino de acceso se
atreven o quieren romper. ¿Habrán las piedras seculares amansado y dulcificado
a estos perros?
Vemos llegar al guardés de este
coto, con unos pimientos en sus manos. Nos cuenta peripecias del ‘gran expolio’
y cómo esta gente rica engañaba y sobornaba con facilidad a los ignorantes y a
los codiciosos que siempre han campado por estos lares. Parece ser que la
comitiva americana no sólo se llevó el claustro, sino que arrambló con todo lo
que tenía por delante, obras que no contemplaba la ‘compraventa’. Y que cuando
le afearon que intentase llevarse un crucificado que no estaba en el lote, él
acabo destruyéndolo porque se había encaprichado de él y no le permitían
llevárselo. En fin, una macedonia perfecta de
prepotencia, avaricia e ignorancia.
Pero finalmente nos abren las
puertas del Monasterio. Y aquí me olvido del expolio y de la usura, del
abandono y del desprecio a la belleza secular.
La iglesia es de unas proporciones
catedralicias y se podría emparentar con Santa María de Huerta y con Santa
María de Valbuena. Ha sido primorosamente restaurada e iluminada. Una desnudez
total del gusto de San Bernardo, donde la mirada no se extravía sino que se
concentra en ‘lo absoluto necesario’. Una desnudez que sólo interrumpen los
pocos retablos que aún subsisten. El rosetón de la nave central aún deja pasar
la luz de esta última hora de la tarde. No hay bancos para los fieles, lo que
agranda el espacio central y, de esta forma, casi podemos hacernos una idea de
cómo era la iglesia recién construida. En una capilla, contemplamos el
crucificado que quisieron destruir y que ahora ha sido completamente
recompuesto y restaurado. Es este crucificado una de esas imágenes que invita a rezar. Y en toda
esta historia de expolio, no sólo duele el hecho de que se hayan llevado obras
de arte, sino también que hayan privado a las gentes de seguir rezando y de seguir
besando y de seguir abriendo sus almas a las imágenes que habían acompañado en
su soledad o en su alegría a sus padres, a sus abuelos… en fin, que habían hecho un poco de compañía a los frailes y a los campesinos de estas aldeas.
Una tarde hermosa junto a las
piedras que subsisten de aquel robo y de aquella desidia. Pero no todo está
perdido. Y la hermosura de esta iglesia que sobrevivió al expolio, aún me ha
llenado de alegría. Y seguirá llenando a los que vengan después.
No hay comentarios:
Publicar un comentario