jueves, 3 de mayo de 2018

Tierra de Dios, de Francis Lee


Tierra de Dios
 
 
En una remota granja de Yorkshire, Inglaterra, un joven que vive con su padre lisiado y con su abuela mantiene un encuentro furtivo con otro joven en una feria de ganado. Cuando el joven al que acaba de sodomizar, le sugiere una relación que incluya algo algo de afecto, el granjero, con cara de asco, le contesta: ¿Nosotros? ¡No!
Para el joven granjero, John,  que lleva una existencia alienante, apenas rota por algún fugaz lance sexual y por alguna borrachera en el pub, cualquier afecto le parece algo impropio.
Un buen día llega a la granja un joven rumano, Gheorghe, para echar una mano en las tareas ganaderas. El granjero británico saca toda su mala leche, también su racismo a golpe de insulto: ¡gitano!  al recién llegado. Pero la carne tiene razones que la cabeza no entiende. Y el cuerpo entiende emociones y vulnerabilidades antes que la lengua ponga las palabras.
El rumano ama a los animales y tiene oficio de granjero, y también modales y hábitos de persona digna de tal nombre (no como el británico que come y bebe como los animales, que no siente el mínimo, no ya afecto, sino respeto por el padre y por la abuela, que es un descuidado en el trabajo, y que se siente perdido en la granja familiar).
El británico piensa en algún momento que podrá satisfacer su calentón sexual con el rumano de la misma manera violenta y frenética que venía haciendo con sus ligues ocasionales y fugaces. Pero el rumano pone, con fuerza y con ternura, otras condiciones y otros modales: La pedagogía de la ternura y del mutuo consentimiento. Llega, así, el primer beso tierno que es lo opuesto a un forcejeo cuerpo a cuerpo de fuerza bruta y de dominación.
La vida de John empieza, a veces con retrocesos llamativos como el encuentro frenético y asalvajado en el aseo del pub, a transitar por otros derroteros. Desayuna y come como Dios manda, trata con consideración a la abuela, expresa gestos de ternura hacia su padre incapacitado, ve en la granja, no sólo la rudeza de un trabajo, sino también la belleza de un paisaje. Las imágenes, por ejemplo, en las que John contempla al rumano mientras da el biberón a un corderillo o en la que coloca a este mismo cordero la piel de otro corderillo apenas muerto para que la oveja lo amamante como si fuera su propio hijo, son verdaderamente hermosas. Estas escenas de ovejas y corderos han resultado muy evocadoras para mí: me parecía ver a mi padre en idénticos menesteres en el pueblo.
Tierra de Dios, obra de un director novel Francis Lee, lleva, además, un bonito título. Quizás nos sugiere que, no obstante la dureza de la vida en una granja aislada, este paisaje, esta familia y hasta este amor son ‘tierra de Dios’, algo bendecido. Una tierra donde la redención es posible.
Una historia de amor, ni idílica ni romanticona ni empalagosa, pero sí hermosa, íntima y universal. Lo de menos es que los protagonistas sean dos hombres. Lo que cuenta es esa lección de que la ternura puede transformarnos y que sólo la compañía de alguien a quien amamos puede dar un sentido a la vida, a cualquier vida.
El granjero británico deja su aislamiento y su hosquedad, también su rebeldía estéril y sus rudos hábitos. Y Finalmente, abandona su 'yo' autodestructivo y empieza a caminar por la senda del  ‘nosotros’.  

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