¿Por qué se ríen tanto los niños de Ghana? ¿Y de qué
se ríen? ¿Por qué no berrean, patalean, cabrean, rompen a llorar, chillan,
vociferan, enfurecen como lo hacen los españolitos, cada vez que quieren
comprarse un juguete nuevo, o cuando su madre apaga el televisor, o siempre que
el padre se niega a montarlo por enésima vez en el tiovivo, o cada vez que no
les gusta el filete, el yogur o el pescado?
¿Por qué esa sonrisa inexplicable, si los niños de
Ghana no tienen gominolas, ni el último vídeo, ni la camiseta de la selección, ni el ordenador?
Pero los niños de Ghana sonríen como yo no he visto
sonreír en este mundo. ‘La luna blanca’ de su sonrisa rompe una y otra vez la
noche oscura de su rostro. Gritan bruñi
(hombre blanco) o fata (padre) y
salen a tu encuentro. Te cogen de la mano y sonríen. Ni ellos entienden mi
inglés, ni yo entiendo su ewe. Pero
la sonrisa es siempre el lenguaje en el que todos pueden comunicarse y
quererse. Luego jugarán a rodar un aro, posarán rítmicamente sus manitas sobre
la piel del tambor, cargarán, en pos de su madre, con un balde de agua. Y
comerán su plato de harina de maíz.
Y quizás por esto son felices. Quizás saben que otros
niños, de rostro tan negro como el suyo, no tienen siquiera un plato de harina
de maíz.
En Ghana resulta extraño ver tanta pobreza y tanta
alegría juntas. Las casas son de barro, de no más de 20 metros cuadrados.
Muchas las bocas que llenar. La sequía acompaña un año sí y otro no a sus
habitantes. Una malaria mal curada les puede arrebatar un hijo para siempre.
Los caminos son ásperos y duros, y recorrerlos con una carga de leña es un
suplicio. Su media de vida ronda los 58 años. Y este es el panorama día a día.
Si por un momento nos imaginásemos el semblante de
estos sufridos ghaneses, pensaríamos que debe ser un rostro amargo, duro,
serio, triste, infinitamente triste. Y esto es lo que pide la lógica. Pero no
es así. La risa es su mejor adorno, y su sonrisa la moneda más preciada. La
alegría es algo que impresiona y, acto seguido, interroga. Y es que a los ojos
de un europeo, la alegría está reñida con la escasez. Pero pobreza y alegría
casan y riman perfectamente en Ghana.
Cualquier cosa es motivo de fiesta. Un tambor es su
mejor aliado. Después de una larga jornada, durante la misa, en un
acontecimiento familiar, en un funeral, un tambor es suficiente para olvidar
penalidades y desdichas. Mientras que en este lado, a veces, qué cara nos sale
la alegría: sofisticadas cenas, viajes de placer, ropa de marca, drogas de
diseño… toda para provocarnos un momento de euforia, de alucinada euforia. No
de pura alegría que es algo bien distinto. Y es que todo el mundo sabe que la
diversión –un mal sucedáneo de la alegría- se puede comprar; en cambio la
alegría no se vende en ningún mercado, ni hay visa-oro que pueda pagarla.
Puentes: 25 Años de una corriente solidaria.
Abor-Ghana, 1998.
Te arropa la humildad.
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