"Matar
hiere el corazón y mancilla el alma". Quizás sea ésta una de las
conclusiones de la magnífica novela del irlandés Sebastian Barry. Una rareza.
Una joya. En 1850, un irlandés huido de la hambruna de su país, Thomas McNulty,
y un americano, larguirucho y demacrado de Nueva Inglaterra, John Cole, se
refugian al mismo tiempo de un aguacero bajo un árbol de Misuri. “He ahí un
amigo”, pensó inmediatamente Thomas. Son dos adolescentes, perdidos y pobres,
quizás guapos, que aceptan un primer trabajo que consiste en vestirse de chicas
para que los mineros de la zona les saquen a bailar en un típico 'saloon'
americano. Ambos chicos se aman, sin culpa y sin drama, con una naturalidad
sorprendente, sin aspavientos ni explicaciones.
Pero su
verdadera vida empieza el día en que se enrolan en el ejército para luchar en
primer lugar contra los indios y en segundo lugar en la Guerra de Secesión
americana. Un sucederse de marchas, batallas, matanzas ocupa el núcleo central
de la novela. Cuando la guerra termina se llevan consigo a una niña sioux, Winona,
que ha sido salvada de la matanza de toda su tribu. Una niña que ha aprendido a
limpiar la casa y hacer la comida. Y aquí cambia su vida, cambia su manera de
ver al enemigo, a los indios, cambia su manera de ver la guerra, el trabajo, la
familia. Comienza el tiempo de una vida doméstica, familiar, sencilla y rural
en una granja de Tennessee.
La novela es
un canto a la libertad: dos soldados intrépidos y valientes se aman, y forman
una familia, precisamente con una niña sioux, de la tribu que ellos iban a
combatir. Es un canto al amor entre dos hombres a los que una infancia de dolor
y de desarraigo echó a uno en brazos del otro. Y siguieron amándose en el campo
de batalla, en el baile de los mineros, en los cultivos de tabaco, en el hogar
pobre donde han formado una familia.
La novela
pone en entredicho y denuncia las guerras, las tribus, las etnias, los roles
sexuales, los prejuicios que matan tanto como las balas. Y es finalmente un
canto a la naturaleza, en toda su crudeza invernal, en toda su hermosura de
primavera. Hay una poesía en la descripción de los paisajes, del agua, de las
montañas, de los atardeceres, el viento y el hielo.
Sebastian
Barry afirma que esas historias existían en el contexto del siglo XIX y en el
transcurso de las guerras americanas. Había que contarlas. Cuenta que leyó
entre líneas una vieja fotografía de época en la que dos soldados posan su mano
en la pierna del compañero fotografiado. Y afirma también que cuando su hijo
pequeño salió del armario, él adquirió una sensibilidad especial hacia el mundo
de la homosexualidad. Este libro es también un homenaje a su hijo y una
reivindicación del amor entre dos hombres, con su valentía y su lucha por la
vida en los tiempos oscuros de las guerras y del racismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario