La palabra poliomielitis deriva de los vocablos
griegos poliós, gris, mielós, médula, y el sufijo itis que indica inflamación.
Es una enfermedad infectocontagiosa aguda, de
predominio infantil, causada por un virus. El hombre es el único que transmite
la enfermedad y generalmente lo hace a través de portadores sanos que acumulan
el virus en el intestino, y que lo expulsan a través de las heces. El contagio
más frecuente es el fecal-oral: aguas infectadas, moscas, alimentos
contaminados y los dedos. En el 95% de los casos, la infección no prospera, pero
en el 5% restante pude manifestarse a través de una simple afección
respiratoria o intestinal o –y lo que es más grave- a través de una parálisis irreversible
con su atrofia muscular correspondiente.
Normalmente, la parálisis afecta a las extremidades
inferiores. Una simple vacuna suministrada en varias dosis, a partir de los
tres meses de vida, es suficiente para evitar la polio. Pero la vacuna no llegó
a tiempo cuando los chicos, que ahora llenan el Centro Santa Teresa, eran unos
niños. La vacunación contra la polio es ahora obligatoria en Ghana, aunque
parece que aún no llega a todos, por una mala distribución de la misma o por el
desconocimiento, por parte de los padres, de la gravedad de la enfermedad.
Pero no todas las minusvalías en las extremidades son debidas a la polio. La rotura de una pierna puede derivar en una infección galopante que al final termine en amputación. Pequeñas deformaciones, por ejemplo unos centímetros más alta que la otra, no corregidas con algún tipo de aparato o de rehabilitación provocan, con el paso de los años, una minusvalía severa o una cojera invalidante.
En una zona rural, como es la aldea de Abor, en Ghana, no ser útil para los trabajos agrícolas significa una incapacidad de por vida. Y una dependencia y una carga para toda la familia. A veces también una dificultad añadida y terrible para formar una familia.
Angelo Confaloniere, valiente y generoso misionero italiano, al que tuve la suerte de conocer, llegó a esta conclusión: "Estos adolescentes nunca podrán trabajar en las duras faenas agrícolas. Es necesario enseñarles un oficio que les permita ganarse la vida y, sobre todo, ganar autoestima, formar una familia y ser útiles a la comunidad".
La Escuela de Formación Profesional (con sus talleres de corte y confección, calzado ortopédico, arreglo de pequeños aparatos electrónicos, tejido de telas tradicionales, apicultura) era la respuesta concreta a una necesidad concreta en este lugar apartado de Ghana. Mi amigo, Fernando de la Torre, con el que yo había compartido pupitre en Aguilar de Campoo, heredó todo este proyecto y lo impulso con todas sus fuerzas. Él mi animó a asomarme a África y a compartir un verano de afanes y trabajos en esa misión de Ghana. Era la primera vez que me encontraba con la pobreza. Fue una sacudida, un golpe bajo y doloroso. También una iluminación. Algunos viajes modifican o dan un viraje a la trayectoria que pensabas seguir en tu vida. África entró en mi existencia.
Hace muchos años, la simple vacuna no había llegado para
Simon, Justice, Hope, Kwasi, Kofi, Helen, Francis… Y yo acababa de verlo con mis propios ojos.
Puentes: 25 Años de una corriente solidaria.
Abor-Ghana, 1998.
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