Tras un
atentado, uno más, en la ciudad de Tel Aviv, el doctor Amín Jaafari, un israelí
de origen palestino, pasa horas atendiendo a los numerosos heridos y tratando
de devolverles la vida. Pero entre los muertos que llegan al hospital está su
propia mujer, Sihem. Y desde el primer momento, todo indica que ha sido ella la
que se ha inmolado en el restaurante donde unos niños celebraban el cumpleaños,
causando numerosos muertos. A partir de ahí, el doctor intentará saber qué pudo
suceder para que su propia mujer tomara una decisión tan drástica. Amín Jaafari
podrá conocer de esta manera el submundo de pobreza que habitan los palestinos,
el humus de violencia y ferocidad en el que se mueven a diario palestinos e
israelíes, la guerra interminable, la patria deseada y nunca construida, la
desesperación de los milicianos, los niños adoctrinados en el odio, los
buldozers que destruyen las casas de las familias de los inmolados, los muros
levantados que condenan a unos y a otros, palestinos e israelíes, a vivir en
guetos.
“Creo –es un
miliciano el que habla al doctor Amín- que hasta los terroristas más curtidos
ignoran lo que les ocurre de verdad. Las motivaciones te caen sobre la cabeza
como un ladrillo o se agarran a tus tripas como una solitaria. Y a partir de
ese momento tu forma de ver el mundo cambia. Sólo tienes una idea fija:
levantar eso que se ha apoderado de tu cuerpo y tu alma para ver lo que hay
debajo. A partir de entonces, ya no hay vuelta atrás posible. Además, has
dejado de mandar en ti; te crees dueño de tus acciones pero no es cierto. No
eres sino el instrumento de tus propias frustraciones. Lo mismo te da vivir que
morir. En alguna parte de ti mismo has renunciado a lo que podría posibilitar
tu regreso al mundo. Vives en el limbo y te dedicas a corretear tras las huríes
y los unicornios. No quieres oír hablar de este mundo. Sólo esperar el momento
de dar el paso. El único modo de recuperar lo que has perdido o de rectificar
lo que has errado; en definitiva, el único modo de convertirte en leyenda es
acabar a lo bestia: transformarte en bola de fuego en un autocar repleto de
escolares o en torpedo en contra de un tanque enemigo. ¡Bum! Un prodigio
premiado con el estatuto de mártir”.
Y también le
explica un miliciano palestino: “Nadie se alista en nuestras brigadas por
gusto, doctor. Todos los chicos que has visto, usen ondas o lanzagranadas,
odian la guerra como el que más. Porque a diario cae uno de ellos en la flor de
la vida por un disparo enemigo. Ellos también quisieran gozar de una posición
honrosa, ser cirujanos, ídolos musicales, actores de cine, conducir cochazos, vivir
un sueño todas las noches. El problema es que se les niega ese sueño, doctor.
Se pretende aparcarlos en guetos hasta que se confundan con él. Por eso
prefieren morir. Cuando se da calabazas a los sueños, la muerte es la única
salvación que queda…”
El atentado,
del argelino Yasmina Khadra, pseudónimo de Mohamed Moulessechoul, no es una
novela perfecta –algunos capítulos carecen de verosimilitud- pero es
una buena novela que enfoca nuestra mirada sobre el conflicto eterno en Tierra
Santa entre israelíes y palestinos. La Tierra Prometida se ha convertido en
una tierra imposible, donde los israelíes deben vivir poco menos que blindados
en su jaula de oro para mantener su seguridad, y donde los palestinos, sin
patria y sin territorio, han convertido la intifada, la lucha armada, en un
oficio y en una costumbre. Todos los intentos por llevar la paz hasta este lugar
santo se han mostrado poco menos que inútiles. El terrorismo y la guerra se han
enquistado en esta región, como la mafia en Sicilia. Queda poco espacio para la
esperanza entre tantos muros levantados.
La religión judía, curiosamente, ha
convertido un Muro en el símbolo de su cultura y de su religiosidad. También,
curiosamente, todos los días se ve a un chiquillo palestino lanzando una piedra
con su tirachinas al tanque israelí. El mito bíblico de David y Goliat
actualizado.
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