El hecho de que en un pequeño pueblo castellano ya no se
celebre la Vigilia Pascual, por lo visto por la escasez de curas, y que en
cambio ese vacío sea llenado por las múltiples actividades festivas (por
ejemplo discomovida), dice a las claras por donde va el mundo en este momento,
y por donde van las gentes de estos pueblos.
Cada vez las iglesias estarán más vacías, y cada vez los
hombres y mujeres de estas tierras sentirán menos nostalgia de Dios. La campana
ya no sonará por ellos ni para ellos. Enmudecerán las campanas y las iglesias
serán solo ‘patrimonio artístico’. Y enmudecerán los santos de madera que
antaño consolaron a los campesinos. Y las candelas devotas no arderán ya ante
una piedad o un crucificado. Así es ya casi, y así será en adelante.
Dios se retirará del mundo. Aunque unos pocos –poquísimos-
seguirán pronunciado e invocando su nombre, quizás en el propio hogar, al lado
de algunos de esos poquísimos que se nieguen a creer que Dios ha muerto. Ellos
serán la levadura en la masa. Y quizás, pasados los años, alguien de la masa se
vuelva a preguntar porque esos pocos hombres siguen adorando un Dios escondido
y mudo. Y quizás, estos hombres de la masa, después de haber adorado a todos
los dioses de la tierra y después de haber probado que son solamente ídolos,
decidan unirse a las sencillas plegarias de los pocos cristianos que queden en
el mundo. Entonces el padrenuestro resonará de nuevo en algunas casas, en
algunas calles, en algunos templos. Pero antes de todo esto, Cristo será
reducido al sinsentido y a la irrisión. Un Cristo tan pobre y tan triste que
necesitará el consuelo de los ángeles. También el de los pocos hombres y
mujeres que se nieguen a firmar el acta de defunción de Dios.
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