LA OPCIÓN GUANELIANA
Para acabar: Tras la bandera del Arca de Noé
“El Dios que viste los lirios del campo con un
vestido que ni el mismo Salomón soñó para sí, no permitirá que le falte lo
necesario a quien trabaja únicamente por Él y por su Nombre” (L.G.)
Cuando los misioneros guanelianos
llegaron a la República Democrática del Congo, lo primero que hicieron fue
instalar un grifo para que los niños de la calle pudieran beber agua potable.
Luego, alrededor de ese grifo, fueron creciendo duchas, dormitorios, comedores
y aulas, lavaderos; pero lo primero fue un grifo. Cuando yo visité esté centro
en 2008, me llamó la atención la pintura que cubría todo el portón de hierro
que daba acceso al ‘punto de agua’: un mural del Arca de Noé. Por un largo y
ancho sendero en medio del bosque, caminaban muchos niños de la calle que
intentaban llegar hasta el Arca. Los coloridos pinceles habían hecho una
fotografía exacta de la realidad. Por aquellos años, un ‘diluvio universal’ arreciaba
sobre Kinshasa, la capital: la violencia que coleaba de una guerra, los miles de
refugiados hutus y banyamulengues, la pobreza clásica congoleña, el desarraigo
familiar, el VIH que campaba a sus anchas, la violencia sexual indiscriminada, la
condena social a niños acusados de brujería, la prostitución de tantas niñas,
los abusos y tropelías de los derechos humanos… Y en medio de este cataclismo,
la Casa don Guanella ofrecía refugio, alimento, cobijo, escuela, hospital… una
verdadera Arca de Noé en tiempos de diluvio universal.
Hay que remontarse más de una
centuria atrás para conocer la primera Arca de Noé guaneliana. Surgió en Como,
en la calle Tommaso Grossi, en el último tercio del siglo XIX. El caserón que
habitaban las y los seguidores de Guanella acogía a personas de toda condición:
los ancianos jugaban la partida de cartas o recordaban sus guerras, los
huérfanos aprendían la tabla de multiplicar, las trabajadoras se afanaban en
sus tareas, los ‘buonifigli’ regaban
los tiestos, las monjas cantaban mal que bien el Tantum ergo, los aprendices de
carpintería o de imprenta aprendían en sus talleres… Fue entonces cuando una
monja, malhumorada por este caos, por esta sinvivir, gritó: “Esto parece un Arca de Noé”. La
ocurrencia tuvo éxito. El ‘estilo Arca de
Noé’ se convertiría en seña de identidad a lo largo de la historia guaneliana.
Y esta imagen del Arca de Noé tiene
algo de verdaderamente hermoso, porque el Arca es capaz de acoger y proteger a
todos los seres, a toda la diversidad. Lo mismo de valiosos son una pareja de
leones que un par de corderos. Lo mismo de valioso es el dueño de la fábrica
que la señora de la limpieza. Ellos son únicos y destinados a ser salvados,
independientemente de su fuerza, de su belleza o de su inteligencia, de su
edad, de su nacionalidad o de su lengua. Lo propio de la misericordia es conservar.
El Arca de Noé es una imagen potente y poética y, a la vez, una invitación a cuidar,
acoger, proteger y estimar a cada uno por su individualidad única e
insustituible. Valiosos por el mero hecho de ‘ser’.
¿Qué significa ondear la bandera del
Arca de Noé?
Lo primero: otear el horizonte y
descubrir los nubarrones que amenazan con descargar su furia sobre unas
determinadas personas, un determinado grupo social, étnico, religioso. Sólo si
descubrimos a los nuevos pobres, podremos ofrecerles, de manera creativa, el
evangelio del amor. ¿Dónde están las nuevas pobrezas? ¿En esa masa de gentes
que, al perder su trabajo en nuestras sociedades ricas, pasan en poco tiempo a
ser indigentes? ¿En los migrantes y refugiados que, en gran número, llegan a
nuestras ciudades, con toda su ilusión y desarraigo? Pero hay otras pobrezas
causadas por las normas y las opiniones imperantes: ¿Acaso los no nacidos
vistos como ‘entes abstractos’ sobre los que la madre puede tomar cualquier
decisión? ¿Acaso los ancianos, enfermos o desahuciados, invisibles a los ojos
de la mayoría, y cada vez soportados como una carga para la sanidad y un
obstáculo serio para una mayor prosperidad nacional? ¿Tal vez los que, en
tiempos de pensamiento único, no opinan como la mayoría y se ven condenados al
ostracismo más severo, por su forma de pensar en materia política, religiosa,
cultural? Y sin duda, también en las pobrezas eternas de cualquier país
empobrecido, aspirante a lo más básico, alimentación, salud, educación. Y en
las pobrezas de los cinturones de las grandes ciudades, invisibles territorios,
lugares de vergüenza.
Y finalmente, a mi modo de ver,
existen también nuevas pobrezas directamente relacionadas con nuestros estilos
de vida materialistas y negacionistas de cualquier sentido de trascendencia:
¿Acaso esos jóvenes atiborrados de ciencia y tecnología -adoctrinados ya desde
la escuela- y convertidos en meros consumidores? ¿Acaso los hombres y mujeres
hambrientos de absoluto -(Jacques Maritain decía que “la patria del hombre es
el Absoluto”)-, de trascendencia, que vagan como ganado errante en busca de
pastos que alimenten verdaderamente? ¿Acaso los nuevos radicales que están
creando el ateísmo más intransigente, la corrección política más exacerbada,
las ideologías culturales dogmáticas, los instigadores de una ‘moral
cambiante’, al gusto de los ‘Palacios del Poder’ en cada momento? ¿Acaso los
habitantes de ese páramo desértico que va dejando la deshumanización creciente
en nuestras relaciones y que golpea especialmente a los más débiles y a los más
frágiles?
Lo segundo: abrir el Arca de Noé a
estas personas, para que se sientan seguras y alberguen razones para la
esperanza. Había santidad en los alemanes que escondían judíos, en los
comunistas rusos que protegían a nobles, en los republicanos españoles que
dieron la cara por unas monjas en los convulsos años treinta del pasado siglo,
en los católicos que defendían a los homosexuales hace apenas unas décadas, en
los chinos maoístas que ayudaban a los maestros perseguidos. Hay santidad en
los israelitas que denuncian las tropelías contra los palestinos y en los
birmanos que ofrecen un plato de arroz a los rohignas en su camino a
Blangadesh, por poner solo algunos ejemplos. Hay santidad en todas aquellas
personas que creen que, aunque las leyes permitan burlarse, ofender, vejar e
incluso perseguir abiertamente, a un determinado grupo o categoría de personas,
se abstienen y hacen lo opuesto, pues saben que las leyes y la opinión de la
mayoría nunca podrán crear la verdadera ética y sustituir a la propia
conciencia.
Don Guanella era aún un niño, pero
nunca olvidaría la mañana en que unos vecinos vinieron a despedirse porque se
marchaban para América. Mamá María les dio una hogaza de pan recién horneado. Y
los abrazó entre lágrimas. No era la aventura del oro lo que les llevaba a
zarpar en el barco; era el hambre de una tierra ingrata de montaña. Muchos años
después, miles y miles de italianos seguían llegando, pobretones y harapientos,
a América. Como todos los emigrantes eran tratados como ciudadanos de segunda
clase: extraños por la lengua, por la cultura, por la comida y hasta por la
religión. Un buen día, Luis se subió a un barco y atracó en Estados Unidos. Lo
acompañaban cuatro religiosas. Recorrió las casas de los emigrantes, escuchó
sus lamentos, olió su pobreza, tocó sus rostros, bendijo sus almas: “Vivimos y morimos como perros, sin Dios”, le
dijeron. Y junto a ellos, levantó una
‘cabaña’, para atenderles. También había pobreza en los pocos católicos que vivían
en el valle suizo donde los protestantes eran mayoría. Y Luis Guanella caminó
hacia ellos y con ellos puso en pie una capilla católica. Había pobreza en los
niños discapacitados escondidos como una vergüenza, y en las mujeres
trabajadoras de la industrialización de finales del XIX y…
En nuestras sociedades llamadas
ricas, las pobrezas, cada vez más, serán afectivas, morales y espirituales. Los
necesitados de cariño, de normas morales, de pan espiritual serán, cada día,
más numerosos. Hay seres humanos que nunca han recibido un ‘evangelio’, en
forma de escucha, cuidado, atención, afecto, abrazo, oración. Hay seres humanos
que experimentan sed de algo o de alguien, pero no saben a qué fuente acudir.
Lo mismo que hay personas que, para saciar su sed, acuden a fuentes equivocadas
y venenosas, que solo engañan su sed y aumentan su dolor. También este tipo de
pobres, más invisibles y más necesitados que los tradicionales pobres de pan y
manta, merecen su Arca de Noé. Las comunidades guanelianas de creyentes de este
siglo XXI deberán descubrir sobre qué tipos de personas descargan los diluvios
contemporáneos y ofrecer ‘buena noticia’ en un Arca de Noé, cálida de afectos y
de abrazos.
En la parábola del pobre Lázaro y del
rico Epulón, no se nos dice que el rico maltratase al pobre de palabra o de
obra, o que se burlase de él. No, simplemente el rico Epulón no lo veía. Su
mirada no se dirigía al rincón donde Lázaro estaba pidiendo. Mirar con atención
es una virtud. Los santos son los que saben mirar y descubrir que hay un ser
humano pobre, allí donde los demás ven un espacio vacío. La característica esencial
de los pobres, lo que les define, es que son invisibles.
Plantar la bandera del arca de Noé
traduce bien lo que don Guanella decía a sus frailes, monjas y laicos: “No podemos cruzarnos de brazos mientras
haya pobres que cuidar”. Y también: “Al más abandonado, sentadlo en vuestra
mesa”.
Desde 1915 hasta hoy mismo, una estela de hombres y mujeres han sido
excelentes constructores de Arcas de Noé. Todos ellos han sentido la “nostalgia
del futuro”, porque, gracias a su
sabiduría, a su profundización en las palabras del Fundador, a sus intuiciones,
a su trabajo entregado y discreto, a sus escritos, a su caridad, en definitiva,
a su santidad, han sabido ver los diluvios que amenazaban y han sabido
construir ‘arcas de Noé” creativas y eficientes. Sus vidas han sido albergue,
refugio, hogar y horizonte, y han marcado, indeleblemente, el sendero
guaneliano: Clara Bosatta, Aurelio Bacciarini, Marcelina Bosatta, Leonardo Mazzucchi,
Rosa Bertolini, Attilio Beria, Giuseppina Fusi, Domenico Saginario, Apolonia
Bistoletti, Juan Vaccari, Magdalena Minatta, Antonio Ronchi, Giuseppina Papis,
Agostino Valente, Giancarlo Pravettoni, Mario Tarani, Lidia Pini, Mario
Bellarini, Marisa Roda, Olimpio Giampedraglia, Pietro Pasquali, Cesare Elli,
Pietro Osmetti, Bruno Belfi, José Cantoni…
El dulce y terrible nombre de Dios ya sólo puede ser comunicado
mediante la irradiación y la luminosidad de la ‘caritas’, del amor. El púlpito para anunciar a Dios solo puede ser
el propio corazón y las propias manos. Los samaritanos ya son los únicos
creíbles en los caminos por donde pasa la vida de los moradores heridos de esta
Tierra, “dramática pero magnífica”. Al fin de cuentas, como bellamente nos ha
enseñado Gabriel Marcel: “Decirle a
alguien: te quiero, es decirle: tú no morirás”.
Laus Deo. Valladolid, diciembre 2020 –
Quintanilla de Arriba, junio 2021
A mis queridos maestros italianos que en Aguilar de Campoo y
Palencia me enseñaron los rudimentos esenciales para caminar por la vida sin
herir demasiado a quien pasa cerca; lástima que no saliese un buen alumno.
A Vincenzo Simion, Giuseppe Cantoni, Aldo Recco, Antonina
Tofanacchio, Clelia Capizzano, Adelio Antonelli, Alfonso Crippa, Leo Bigelli,
Mario Bellarini, Ezio Canzi, Luigi Lamperti, Giorgio, Albino Berlusconi, Mario
Nava, Bruno Capparoni, Battista Pagani y
Giovanni Vaccari.
Adán Breca
“¿No sabéis que, como
las águilas, estáis llamados a volar alto?”
(Luis Guanella)
No hay comentarios:
Publicar un comentario