domingo, 6 de junio de 2021

Para acabar: Tras la bandera del Arca de Noé

 LA OPCIÓN GUANELIANA

Para acabar: Tras la bandera del Arca de Noé


 “El Dios que viste los lirios del campo con un vestido que ni el mismo Salomón soñó para sí, no permitirá que le falte lo necesario a quien trabaja únicamente por Él y por su Nombre” (L.G.)

 

           


Cuando los misioneros guanelianos llegaron a la República Democrática del Congo, lo primero que hicieron fue instalar un grifo para que los niños de la calle pudieran beber agua potable. Luego, alrededor de ese grifo, fueron creciendo duchas, dormitorios, comedores y aulas, lavaderos; pero lo primero fue un grifo. Cuando yo visité esté centro en 2008, me llamó la atención la pintura que cubría todo el portón de hierro que daba acceso al ‘punto de agua’: un mural del Arca de Noé. Por un largo y ancho sendero en medio del bosque, caminaban muchos niños de la calle que intentaban llegar hasta el Arca. Los coloridos pinceles habían hecho una fotografía exacta de la realidad. Por aquellos años, un ‘diluvio universal’ arreciaba sobre Kinshasa, la capital: la violencia que coleaba de una guerra, los miles de refugiados hutus y banyamulengues, la pobreza clásica congoleña, el desarraigo familiar, el VIH que campaba a sus anchas, la violencia sexual indiscriminada, la condena social a niños acusados de brujería, la prostitución de tantas niñas, los abusos y tropelías de los derechos humanos… Y en medio de este cataclismo, la Casa don Guanella ofrecía refugio, alimento, cobijo, escuela, hospital… una verdadera Arca de Noé en tiempos de diluvio universal.

Hay que remontarse más de una centuria atrás para conocer la primera Arca de Noé guaneliana. Surgió en Como, en la calle Tommaso Grossi, en el último tercio del siglo XIX. El caserón que habitaban las y los seguidores de Guanella acogía a personas de toda condición: los ancianos jugaban la partida de cartas o recordaban sus guerras, los huérfanos aprendían la tabla de multiplicar, las trabajadoras se afanaban en sus tareas, los ‘buonifigli’ regaban los tiestos, las monjas cantaban mal que bien el Tantum ergo, los aprendices de carpintería o de imprenta aprendían en sus talleres… Fue entonces cuando una monja, malhumorada por este caos, por esta sinvivir, gritó: “Esto parece un Arca de Noé”. La ocurrencia tuvo éxito. El ‘estilo Arca de Noé’ se convertiría en seña de identidad a lo largo de la historia guaneliana.

Y esta imagen del Arca de Noé tiene algo de verdaderamente hermoso, porque el Arca es capaz de acoger y proteger a todos los seres, a toda la diversidad. Lo mismo de valiosos son una pareja de leones que un par de corderos. Lo mismo de valioso es el dueño de la fábrica que la señora de la limpieza. Ellos son únicos y destinados a ser salvados, independientemente de su fuerza, de su belleza o de su inteligencia, de su edad, de su nacionalidad o de su lengua. Lo propio de la misericordia es conservar. El Arca de Noé es una imagen potente y poética y, a la vez, una invitación a cuidar, acoger, proteger y estimar a cada uno por su individualidad única e insustituible. Valiosos por el mero hecho de ‘ser’.

            ¿Qué significa ondear la bandera del Arca de Noé?

Lo primero: otear el horizonte y descubrir los nubarrones que amenazan con descargar su furia sobre unas determinadas personas, un determinado grupo social, étnico, religioso. Sólo si descubrimos a los nuevos pobres, podremos ofrecerles, de manera creativa, el evangelio del amor. ¿Dónde están las nuevas pobrezas? ¿En esa masa de gentes que, al perder su trabajo en nuestras sociedades ricas, pasan en poco tiempo a ser indigentes? ¿En los migrantes y refugiados que, en gran número, llegan a nuestras ciudades, con toda su ilusión y desarraigo? Pero hay otras pobrezas causadas por las normas y las opiniones imperantes: ¿Acaso los no nacidos vistos como ‘entes abstractos’ sobre los que la madre puede tomar cualquier decisión? ¿Acaso los ancianos, enfermos o desahuciados, invisibles a los ojos de la mayoría, y cada vez soportados como una carga para la sanidad y un obstáculo serio para una mayor prosperidad nacional? ¿Tal vez los que, en tiempos de pensamiento único, no opinan como la mayoría y se ven condenados al ostracismo más severo, por su forma de pensar en materia política, religiosa, cultural? Y sin duda, también en las pobrezas eternas de cualquier país empobrecido, aspirante a lo más básico, alimentación, salud, educación. Y en las pobrezas de los cinturones de las grandes ciudades, invisibles territorios, lugares de vergüenza.

Y finalmente, a mi modo de ver, existen también nuevas pobrezas directamente relacionadas con nuestros estilos de vida materialistas y negacionistas de cualquier sentido de trascendencia: ¿Acaso esos jóvenes atiborrados de ciencia y tecnología -adoctrinados ya desde la escuela- y convertidos en meros consumidores? ¿Acaso los hombres y mujeres hambrientos de absoluto -(Jacques Maritain decía que “la patria del hombre es el Absoluto”)-, de trascendencia, que vagan como ganado errante en busca de pastos que alimenten verdaderamente? ¿Acaso los nuevos radicales que están creando el ateísmo más intransigente, la corrección política más exacerbada, las ideologías culturales dogmáticas, los instigadores de una ‘moral cambiante’, al gusto de los ‘Palacios del Poder’ en cada momento? ¿Acaso los habitantes de ese páramo desértico que va dejando la deshumanización creciente en nuestras relaciones y que golpea especialmente a los más débiles y a los más frágiles?

Lo segundo: abrir el Arca de Noé a estas personas, para que se sientan seguras y alberguen razones para la esperanza. Había santidad en los alemanes que escondían judíos, en los comunistas rusos que protegían a nobles, en los republicanos españoles que dieron la cara por unas monjas en los convulsos años treinta del pasado siglo, en los católicos que defendían a los homosexuales hace apenas unas décadas, en los chinos maoístas que ayudaban a los maestros perseguidos. Hay santidad en los israelitas que denuncian las tropelías contra los palestinos y en los birmanos que ofrecen un plato de arroz a los rohignas en su camino a Blangadesh, por poner solo algunos ejemplos. Hay santidad en todas aquellas personas que creen que, aunque las leyes permitan burlarse, ofender, vejar e incluso perseguir abiertamente, a un determinado grupo o categoría de personas, se abstienen y hacen lo opuesto, pues saben que las leyes y la opinión de la mayoría nunca podrán crear la verdadera ética y sustituir a la propia conciencia.

Don Guanella era aún un niño, pero nunca olvidaría la mañana en que unos vecinos vinieron a despedirse porque se marchaban para América. Mamá María les dio una hogaza de pan recién horneado. Y los abrazó entre lágrimas. No era la aventura del oro lo que les llevaba a zarpar en el barco; era el hambre de una tierra ingrata de montaña. Muchos años después, miles y miles de italianos seguían llegando, pobretones y harapientos, a América. Como todos los emigrantes eran tratados como ciudadanos de segunda clase: extraños por la lengua, por la cultura, por la comida y hasta por la religión. Un buen día, Luis se subió a un barco y atracó en Estados Unidos. Lo acompañaban cuatro religiosas. Recorrió las casas de los emigrantes, escuchó sus lamentos, olió su pobreza, tocó sus rostros, bendijo sus almas: “Vivimos y morimos como perros, sin Dios”, le dijeron. Y junto a ellos, levantó una ‘cabaña’, para atenderles. También había pobreza en los pocos católicos que vivían en el valle suizo donde los protestantes eran mayoría. Y Luis Guanella caminó hacia ellos y con ellos puso en pie una capilla católica. Había pobreza en los niños discapacitados escondidos como una vergüenza, y en las mujeres trabajadoras de la industrialización de finales del XIX y…

En nuestras sociedades llamadas ricas, las pobrezas, cada vez más, serán afectivas, morales y espirituales. Los necesitados de cariño, de normas morales, de pan espiritual serán, cada día, más numerosos. Hay seres humanos que nunca han recibido un ‘evangelio’, en forma de escucha, cuidado, atención, afecto, abrazo, oración. Hay seres humanos que experimentan sed de algo o de alguien, pero no saben a qué fuente acudir. Lo mismo que hay personas que, para saciar su sed, acuden a fuentes equivocadas y venenosas, que solo engañan su sed y aumentan su dolor. También este tipo de pobres, más invisibles y más necesitados que los tradicionales pobres de pan y manta, merecen su Arca de Noé. Las comunidades guanelianas de creyentes de este siglo XXI deberán descubrir sobre qué tipos de personas descargan los diluvios contemporáneos y ofrecer ‘buena noticia’ en un Arca de Noé, cálida de afectos y de abrazos.

En la parábola del pobre Lázaro y del rico Epulón, no se nos dice que el rico maltratase al pobre de palabra o de obra, o que se burlase de él. No, simplemente el rico Epulón no lo veía. Su mirada no se dirigía al rincón donde Lázaro estaba pidiendo. Mirar con atención es una virtud. Los santos son los que saben mirar y descubrir que hay un ser humano pobre, allí donde los demás ven un espacio vacío. La característica esencial de los pobres, lo que les define, es que son invisibles.

Plantar la bandera del arca de Noé traduce bien lo que don Guanella decía a sus frailes, monjas y laicos: “No podemos cruzarnos de brazos mientras haya pobres que cuidar”. Y también: “Al más abandonado, sentadlo en vuestra mesa”.

Desde 1915 hasta hoy mismo, una estela de hombres y mujeres han sido excelentes constructores de Arcas de Noé. Todos ellos han sentido la “nostalgia del futuro”,  porque, gracias a su sabiduría, a su profundización en las palabras del Fundador, a sus intuiciones, a su trabajo entregado y discreto, a sus escritos, a su caridad, en definitiva, a su santidad, han sabido ver los diluvios que amenazaban y han sabido construir ‘arcas de Noé” creativas y eficientes. Sus vidas han sido albergue, refugio, hogar y horizonte, y han marcado, indeleblemente, el sendero guaneliano: Clara Bosatta, Aurelio Bacciarini, Marcelina Bosatta, Leonardo Mazzucchi, Rosa Bertolini, Attilio Beria, Giuseppina Fusi, Domenico Saginario, Apolonia Bistoletti, Juan Vaccari, Magdalena Minatta, Antonio Ronchi, Giuseppina Papis, Agostino Valente, Giancarlo Pravettoni, Mario Tarani, Lidia Pini, Mario Bellarini, Marisa Roda, Olimpio Giampedraglia, Pietro Pasquali, Cesare Elli, Pietro Osmetti, Bruno Belfi, José Cantoni…

 El dulce y terrible nombre de Dios ya sólo puede ser comunicado mediante la irradiación y la luminosidad de la ‘caritas’, del amor. El púlpito para anunciar a Dios solo puede ser el propio corazón y las propias manos. Los samaritanos ya son los únicos creíbles en los caminos por donde pasa la vida de los moradores heridos de esta Tierra, “dramática pero magnífica”. Al fin de cuentas, como bellamente nos ha enseñado Gabriel Marcel: “Decirle a alguien: te quiero, es decirle: tú no morirás”.  

Laus Deo. Valladolid, diciembre 2020 – Quintanilla de Arriba, junio 2021



A mis queridos maestros italianos que en Aguilar de Campoo y Palencia me enseñaron los rudimentos esenciales para caminar por la vida sin herir demasiado a quien pasa cerca; lástima que no saliese un buen alumno.

A Vincenzo Simion, Giuseppe Cantoni, Aldo Recco, Antonina Tofanacchio, Clelia Capizzano, Adelio Antonelli, Alfonso Crippa, Leo Bigelli, Mario Bellarini, Ezio Canzi, Luigi Lamperti, Giorgio, Albino Berlusconi, Mario Nava, Bruno Capparoni, Battista Pagani  y Giovanni Vaccari.

Adán Breca



“¿No sabéis que, como las águilas, estáis llamados a volar alto?”

(Luis Guanella)


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