miércoles, 9 de junio de 2021

Luisa, en olor de versos


¿Alguien habrá puesto sobre sus manos muertas este poema que un día le dedicó su cuidador y amigo? ¿Alguien le habrá recitado antes de partir para el cementerio estos hermosos versos que para ella escribió el P. Alfonso Martínez? No lo sé.

Cuando hace casi un año el autor puso en mis manos su amplia producción poética,  esta poesía fue una de las que más me gustó y una de las que copié aparte para no olvidarme de ella. Varios poemas de mi amigo y poeta estaban dedicados a la discapacidad, pero el titulado “Me gusta pasear con ella”, me cautivó por su sencillez ferial.

La musa que inspiró estos versos falleció el pasado 29 de mayo. Se llamaba Luisa, y era una de las mujeres que vivían en la casa para personas con discapacidad intelectual que los guanelianos tienen en Palencia.

No puedo decir que conociese mucho a Luisa, aunque sé quién era por haber coincidido en varias ocasiones. De ella recuerdo dos cosas, aparentemente antagónicas, su extrema fragilidad física y su suave y potente sonrisa. En estos días, me ha llegado su foto que retrata bien su rostro y su vida.  

Luisa vivió los últimos 14 años de su vida en este centro especial. Aquí encontró su lugar en el mundo, una familia y una casa. También ahora he conocido otro bello poema que le dedicó, nada más fallecer, su cuidadora, Tere Díaz, una de las personas que más estrechamente la había tratado. No me extraña, por tanto, que ahora la extrañe tanto.  Ya enferma e ingresada, a Luisa le permitieron dejar un par de días el hospital para pasarlos en “su casa”. Fue entonces cuando suplicó y pidió enérgicamente a sus cuidadores que no la llevasen al hospital y que la dejasen en la “Resi”, la casa tutelada. Y así se hizo. Tere Díaz recuerda que Luisa, a cada nueva propuesta o sugerencia, contestaba ‘no’, para cinco minutos más tarde decir ‘sí’, “aunque por pesadas”. O como decía ella: “porque os ponéis tan cabezotas”. Hasta el final, Luisa ha sido amada humanamente, que es lo mismo que sentía el emperador Adriano a lo largo de su declive y enfermedad final. Ser amados hasta el final es lo que nos saca de la selva y nos introduce en un reino de humanidad y cuidados. El homínido deja atrás las leyes de la selva el día que se decide a cuidar a un semejante más frágil o el día en que se siente cuidado en su vulnerabilidad.

Luisa, por su inestabilidad física, tenía que caminar siempre del brazo de otra persona, y, para que no se hiciera daño en la cabeza, iba tocada con un casco que a ella, curiosamente, no la afeaba, sino que le daba una cierta elegancia ceremonial.

El padre Alfonso, en los tiempos en que fue su cuidador, salía de paseo con ella muchas veces, como si fuese su novia. Y ella caminaba de su brazo y le correspondía con una sonrisa que no era de este mundo. Esa sonrisa que fue el único tesoro que Eva sacó del Paraíso, como nos dice el poema.

En esta sociedad de tanta seriedad y gravedad, de tanta arrogancia y agresividad, andamos tan escasos de sonrisas que, cuando alguien las prodiga, nos creemos que estamos ante un pequeño milagro, un derroche de bondad.

Luisa bien puede ser un ejemplo de esa ‘grandeza’ que poseen las personas con discapacidad intelectual. Ellas no son las personas ‘inútiles’ que nos quieren hacer creer, más por ignorancia que por maldad. Ellas aportan a la sociedad muchos valores de los que la propia sociedad anda escasa y carente: la primacía del corazón sobre la eficiencia y el pragmatismo inhumanos, la capacidad de perdón, una manera especial de mirar al otro sin prejuicios, una admiración del otro, pero no por su inteligencia, su status económico, sino únicamente por su bondad y empatía.

Por la calle Mayor de Palencia, aún “veremos” por un tiempo a Luisa del brazo de su educador Alfonso. Los versos tienen esa capacidad de alargar el tiempo, de perpetuar existencias, de eternizar instantes. Las palabras no son indiferentes ni insignificantes. Las palabras prolongan en el tiempo nuestras pequeñas vidas. Mínimas vidas que fueron capaces de sonreír, que fueron capaces de provocar versos. Como la de Luisa.

 

ME GUSTA PASEAR CON ELLA

Voy del brazo con ella.

Soy la sombra de sus desmayos.

Y, aunque no es ciclista,

todos miran el casco que lleva,

y yo me alardeo ufano,

llevando a mi lado tan buena compañera.

 

Cuando sonríe se ilumina su cara,

parece como si se reflejara en ella el paraíso,

como si hubiera heredado

el único tesoro que Eva sacó del edén

después de comer la fruta prohibida.

Ella y su sonrisa sí son un tesoro

que yo saco a pasear todos los días.

 

Cuando estoy en casa,

es mi compañía y la música

que estira las arrugas en mi plancha.

Le hice una foto con el móvil

y desde entonces la llevo de fondo de pantalla.

 

Es presumida y coqueta,

a veces, hasta caprichosa,

pero me encanta pasear con ella.

Tiene un año menos que yo

pero cien más en dulzura y paciencia.

 

Sabe poner al dolor

un silencio misterioso que me supera,

y cuando no sabe qué decir,

la sonrisa le abre de par en par

las puertas del alma,

y entonces veo en ella

la belleza de lo sencillo,

la grandeza de lo humano,

el delirio de lo divino.

 

Y es que me gusta pasear con ella,

con sus zapatos de oro, “made in Italy”,

como si fuera una cenicienta…

Me gusta que la miren.

No es mi novia.

Pero como si lo fuera.

 

            (Alfonso Martínez)

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