En mi retiro
de Quintanilla de Arriba acabo de
dar fin a la lectura de Madame Infierno,
la última novela de Miguel Ángel San
Juan. Las cuatrocientas páginas de la novela dan cuenta de la larga vida de
Claire Chavanel. Estas páginas,
sobre todo, dan testimonio del buen hacer
del joven escritor vallisoletano, afincado en Madrid, al que yo conocí cuando
era un jovencísimo estudiante de periodismo en la capital del Pisuerga,
ilusionado por armar una historia con verbos, sustantivos y adjetivos. Desde
entonces, ha escrito muchas cuartillas y emborronado muchos folios, aprendiendo,
con constancia benedictina, el bello y
noble oficio de escribidor.
Madame
Infierno es una novela bien construida y una novela que engancha desde la
primera página. Con suma agilidad, el autor nos pasea, atrás y adelante en el
tiempo, por Madrid, París, Lisboa,
Londres o Dublín. Todo ello en su afán por dar a conocer los muchos rostros
y las muchas aristas, los muchos ropajes y los muchos dobleces de una mujer
extraordinaria, Claire Chavanel.
A sus 103 años
Claire pasa sus días y sus noches,
sin culpa y sin arrepentimiento, en un piso de la calle Serrano de Madrid
esperando el final de la vida en la apacible compañía de su cuidador Gabriel.
Pero la vida de la protagonista ha sido todo, menos apacible. En el momento en el que la enigmática señora
de muchas caras muere y se abre su testamento, empiezan a aparecer testigos y
testimonios de su apasionada vida por
escenarios de lujo y de lujuria, de violencia y de alta costura, de celos y de
prostitución. Poco a poco vamos conociendo los demonios que habitan las
entrañas de esta mujer que mató por despecho y celos y que se desentendió de
sus hijos con fría indiferencia.
En un
bellísimo prólogo, Miguel Ángel San Juan
nos confiesa su “profunda admiración por
las pieles arrugadas y manchadas por el tiempo, admiración por las lágrimas que
han corrido por sus pliegues y las
sonrisas que les han dado forma. Nace de la profundidad de los ojos de una
mujer obligados a callar tantas cosas que, involuntaria e irremediablemente,
buscan desesperados una salida por los secretos silenciados”. Y esta confesión justifica, sin duda, la
indagación en la vida de una mujer extraordinaria que rozó con su presencia
figuras claves del siglo XX como Edith Piaf o Pablo Picasso.
Decía al
principio de esta entrada que el autor me ha sorprendido con una novela bien
construida. Debo añadir también que me ha sorprendido también esta historia
bien urdida, la intriga constante, el dominio de los tiempos y las ciudades
donde se desarrolla la novela, e incluso
los lenguajes particulares, como es el caso del lenguaje de la moda, de la
criminología, de la escena teatral, o el lenguaje erótico, tan difícil de manejar para no caer en lo burdo y al mismo tiempo describir toda la electrizante sexualidad de algunas escenas. Acertada también la descripción de los ambientes,
ya sea un burdel, una maison de alta
costura, o las bambalinas de un teatro parisino, o un barrio lisboeta. Con estas cuatrocientas páginas
el autor nos demuestra que cada personaje –y son muchos los que pasan ante
nuestros ojos de lector- contribuye a tejer el tapiz bello, cruel o
caricaturesco de una existencia de 103 años.
El estudiante Brandon
del Trinity College de Dublín, la profesora Farrell, el prestigioso empresario y
frecuentador de burdeles Durand, la modista de alta costura Francine Voinchet,
el seductor y descubridor de artistas señor Neville, el ingeniero Edouard
Chavanel, el cuidador compasivo y madrileño Gabriel, la prostituta Charline, sus hijos Philippe, Amélie o Jerôme, el fogoso
y sencillo portugués Mateus Oliveira son algunos de los personajes que se
asoman a los múltiples ventanales por donde es observada la protagonista de
esta novela. Cada uno la ve de una manera y cada uno la sufre o la goza de un
modo distinto. Cada uno de ellos forma parte, directa o indirectamente, de una vida que el autor intenta explicar en
las muchas ciudades por donde transcurrió su vida y en los amantes que la
sedujeron y de los que se sirvió o a los que sacrificó. Hasta el final se
mantiene la intriga y, un poco sorprendentemente, descubrimos, en las últimas
páginas, una pieza secundaria y discreta, por la que encaja todo el puzzle.
San Juan es un apellido caro para mí,
porque es el apellido de un estupendo compañero de trabajo, Fernando. Fue él quien
me habló de la faceta como escritor de su sobrino, y gracias a él conocí sus
obras. Miguel Ángel San Juan compagina su tarea de escritor con su trabajo de
comunicación en la Fundación Juan XXIII,
al servicio de personas con discapacidad intelectual. Es un joven, por lo
tanto, con los pies en la tierra y con demostrada sensibilidad social e
inquietudes humanistas.
Madame Infierno podría ser simplemente
una invitación a conocer los infiernos que, como ríos, corrieron por las venas
de esta mujer de longeva existencia. Pero es verdad que la mirada del autor
sobre la protagonista también encierra una pizca de misericordia. La escritora
italiana Natalia Ginzburg nos decía que “cuando
se mira a un ser humano de cerca, siempre nos da un poco de pena”. “El infierno son los otros”, decía Jean-Paul Sartre. “El paraíso son los otros”, le contestaba Gabriel Marcel. “Bienvenidos
al infierno”, nos dice el autor al inicio de la novela. Yo añadiría también:
“bienvenidos a los numerosos destellos de
paraíso” que hay en la última novela de Miguel Ángel San Juan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario