miércoles, 8 de septiembre de 2021

Madame Infierno, de Miguel Ángel San Juan



    En mi retiro de Quintanilla de Arriba acabo de dar fin a la lectura de Madame Infierno, la última novela de Miguel Ángel San Juan. Las cuatrocientas páginas de la novela dan cuenta de la larga vida de Claire Chavanel. Estas páginas, sobre todo,  dan testimonio del buen hacer del joven escritor vallisoletano, afincado en Madrid, al que yo conocí cuando era un jovencísimo estudiante de periodismo en la capital del Pisuerga, ilusionado por armar una historia con verbos, sustantivos y adjetivos. Desde entonces, ha escrito muchas cuartillas y emborronado muchos folios, aprendiendo,  con constancia benedictina, el bello y noble oficio de escribidor.

Madame Infierno es una novela bien construida y una novela que engancha desde la primera página. Con suma agilidad, el autor nos pasea, atrás y adelante en el tiempo, por Madrid, París, Lisboa, Londres o Dublín. Todo ello en su afán por dar a conocer los muchos rostros y las muchas aristas, los muchos ropajes y los muchos dobleces de una mujer extraordinaria, Claire Chavanel.

A sus 103 años Claire pasa sus días y sus noches, sin culpa y sin arrepentimiento, en un piso de la calle Serrano de Madrid esperando el final de la vida en la apacible compañía de su cuidador Gabriel. Pero la vida de la protagonista ha sido todo, menos apacible.  En el momento en el que la enigmática señora de muchas caras muere y se abre su testamento, empiezan a aparecer testigos y testimonios de su  apasionada vida por escenarios de lujo y de lujuria, de violencia y de alta costura, de celos y de prostitución. Poco a poco vamos conociendo los demonios que habitan las entrañas de esta mujer que mató por despecho y celos y que se desentendió de sus hijos con fría indiferencia.

En un bellísimo prólogo, Miguel Ángel San Juan nos confiesa su “profunda admiración por las pieles arrugadas y manchadas por el tiempo, admiración por las lágrimas que han corrido  por sus pliegues y las sonrisas que les han dado forma. Nace de la profundidad de los ojos de una mujer obligados a callar tantas cosas que, involuntaria e irremediablemente, buscan desesperados una salida por los secretos silenciados”.  Y esta confesión justifica, sin duda, la indagación en la vida de una mujer extraordinaria que rozó con su presencia figuras claves del siglo XX como Edith Piaf o Pablo Picasso.

Decía al principio de esta entrada que el autor me ha sorprendido con una novela bien construida. Debo añadir también que me ha sorprendido también esta historia bien urdida, la intriga constante, el dominio de los tiempos y las ciudades donde se desarrolla la novela,  e incluso los lenguajes particulares, como es el caso del lenguaje de la moda, de la criminología, de la escena teatral, o el lenguaje erótico, tan difícil de manejar para no caer en lo burdo y al mismo tiempo describir toda la electrizante sexualidad de algunas escenas. Acertada también la descripción de los ambientes, ya sea un burdel, una maison de alta costura, o las bambalinas de un teatro parisino, o un barrio lisboeta. Con estas cuatrocientas páginas el autor nos demuestra que cada personaje –y son muchos los que pasan ante nuestros ojos de lector- contribuye a tejer el tapiz bello, cruel o caricaturesco de una existencia de 103 años.

El estudiante Brandon del Trinity College de Dublín, la profesora Farrell, el prestigioso empresario y frecuentador de burdeles Durand, la modista de alta costura Francine Voinchet, el seductor y descubridor de artistas señor Neville, el ingeniero Edouard Chavanel, el cuidador compasivo y madrileño Gabriel, la prostituta Charline,  sus hijos Philippe, Amélie o Jerôme, el fogoso y sencillo portugués Mateus Oliveira son algunos de los personajes que se asoman a los múltiples ventanales por donde es observada la protagonista de esta novela. Cada uno la ve de una manera y cada uno la sufre o la goza de un modo distinto. Cada uno de ellos forma parte, directa o indirectamente,  de una vida que el autor intenta explicar en las muchas ciudades por donde transcurrió su vida y en los amantes que la sedujeron y de los que se sirvió o a los que sacrificó. Hasta el final se mantiene la intriga y, un poco sorprendentemente, descubrimos, en las últimas páginas, una pieza secundaria y discreta, por la que encaja todo el puzzle.

San Juan es un apellido caro para mí, porque es el apellido de un estupendo compañero de trabajo, Fernando. Fue él quien me habló de la faceta como escritor de su sobrino, y gracias a él conocí sus obras. Miguel Ángel San Juan compagina su tarea de escritor con su trabajo de comunicación en la Fundación Juan XXIII, al servicio de personas con discapacidad intelectual. Es un joven, por lo tanto, con los pies en la tierra y con demostrada sensibilidad social e inquietudes humanistas.

Madame Infierno podría ser simplemente una invitación a conocer los infiernos que, como ríos, corrieron por las venas de esta mujer de longeva existencia. Pero es verdad que la mirada del autor sobre la protagonista también encierra una pizca de misericordia. La escritora italiana  Natalia Ginzburg nos decía que “cuando se mira a un ser humano de cerca, siempre nos da un poco de pena”. “El infierno son los otros”, decía Jean-Paul Sartre. “El paraíso son los otros”, le contestaba Gabriel Marcel. “Bienvenidos al infierno”, nos dice el autor al inicio de la novela. Yo añadiría también: “bienvenidos a los numerosos destellos de paraíso” que hay en la última novela de Miguel Ángel San Juan.










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