La primera impresión que
se tiene cuando se accede al templo y uno se encuentra con la hermosa Anunciación
esculpida en piedra es la de entrar en una catedral distinta, no vista antes, en
una catedral transformada para celebrar los 700 años del edifico gótico. La
catedral palentina no es ni mucho menos la menor entre las catedrales góticas
de España, pero su proximidad a otras grandes, como la de Burgos, León o
Toledo, le ha mermado notoriedad. En las últimas décadas, la catedral de
Palencia ha pasado de “desconocida” a “reconocida”. Creo que esta exposición va
a significar un auténtico descubrimiento para muchos. La catedral, que se viste
de fiesta (abundan las telas en la catedral) para celebrar su 700 cumpleaños,
supone todo un re-nacimiento, y se ofrece como ‘banquete celestial’, y gozosa
celebración, a los alicaídos hombres y mujeres de hoy, después de los oscuros
años de pandemia.
Para conmemorar este VII
Centenario la seo palentina ha organizado una magnífica exposición, bajo el
título de “Renacer”. Después de acometer diversas obras de restauración
y limpieza, se ha querido ofrecer una visión diferente del primer templo de la
diócesis, con un resultado inmejorable.
No es una muestra al uso,
la típica sucesión de obras arte, sino que Renacer enseña la catedral en toda
su magnificencia y en toda la belleza acumulada a lo largo de los siglos. Todas
las capillas han sido abiertas, incluida la sacristía, para que el espectador
pueda recorrer, como en una lenta peregrinación de belleza, todos los espacios
de esta sacra mole.
La muestra está dividida
en siete capítulos, en clara alusión a la celebración de las siete centurias y
de los siete sacramentos. Los capítulos llevan los siguientes títulos: ‘Primeras piedras’, ‘Memoria perenne',
'Espacio sagrado', 'La Catedral. Iglesia Madre', 'Celebrar la Palabra',
'Historia de Salvación' y 'Una catedral para María'.
La seo
palentina, barco de piedra varado a orillas del Carrión, tiene una larga
historia constructiva que abarca 1400 años, desde la fundación de la diócesis,
una de las más antiguas de España. Arte visigodo, prerrománico, románico,
gótico, renacentista, barroco, neoclásico y contemporáneo se ofrecen al espectador
como un hermoso regalo: “Toda belleza que
no hiere los ojos, no es belleza”. “Renacer”
consigue ‘herirnos’.
El
primer capítulo nos habla de las primeras piedras, pero también de ese esfuerzo
constructivo de toda una comunidad a lo largo del tiempo: los miles de obreros,
artesanos y artistas que dejaron la marca de su trabajo o de su genio:
canteros, entalladores, dibujantes, arquitectos, pintores, escultores, copistas
de libros, bordadores, orfebres. Una catedral era la ‘fabrica’ de la ciudad.
A lo largo del extenso recorrido, vamos
conociendo a los artistas que la embellecieron, los mecenas que la levantaron y
cuantos contribuyeron a hacer de esta seo un lugar único para Palencia, que ha
perdurado a pesar de guerras, saqueos e incendios y del tiempo, gran
destructor. San Antolín en cuyo honor fue erigida la catedral, el Papa Adriano
y Carlos V que la visitaron, la Reina doña Urraca aquí enterrada, e Inés de
Osorio, gran mecenas, los Obispos Tello Téllez de Meneses, Fray Alonso de Burgos
y Juan Rodríguez de Fonseca, san Manuel González y tantos otros…
Esta
exposición, con sus tres naves, su Altar Mayor y su Altar del Sagrario, con sus
capillas y recapillas, su sacristía, su sala capitular, su coro y trascoro, su
cripta única en España, su elegante girola, su claustro, más las 160 obras que
la exposición ha querido destacar, resituándolas y poniéndolas en valor. Obras
en su mayor parte aportadas por la propia catedral, pero también procedentes de
otros pueblos palentinos o de otros puntos de la geografía española.
Cada
capítulo contiene una ‘instalación’
dedicada a cada uno de los 7 sacramentos. En estas ‘instalaciones” se mezcla lo
antiguo y lo moderno. Yo encontré muy acertadas la reflexión sobre la Unción de
los Enfermos, situada en una oscura y deteriorada recapilla, en la que una
imagen de San Roque, abogado de la peste, está literalmente rodeada por las
mascarillas que el Covid ha im-puesto de moda. O también la ‘instalación’ del
Orden Sacerdotal en la que se muestra una hermosa dalmática de terciopelo rojo,
ricamente bordada, junto a los buzos blancos y los cascos de unos obreros de la
construcción.
Muchas
cosas me han llamado la atención de esta exposición:
Detrás
del zócalo de madera sobre el que se apoyaba el retablo mayor ha aparecido otro
zócalo de espléndidos azulejos azulados sobre las virtudes. Esta hermosa
cerámica la podemos contemplar después de 200 años oculta a los ojos. Pocos
museos pueden vanagloriarse de tener tantas tablas de Juan de Flandes y, además,
de las más notables de este pintor. El Retablo
Mayor de Palencia las tiene y ahora lucen magníficas, en medio de esculturas de
Alejo de Vahía, Juan de Valmaseda o Gregorio Fernández.
Para
que podamos ver de cerca algunas obras, la exposición no ha dudado, por
ejemplo, en bajar de las alturas el arca funeraria de Doña Urraca, verdadera obra maestra, donde los escudos de Castilla
y León han recobrado sus colores originales. Muy cerca de pieza, podemos
contemplar el sepulcro de Inés de Osorio,
la gran mecenas de la catedral palentina, gracias a la cual se pudo concluir buena
parte del crucero. Noble dama que murió en 1492 y que fue enterrada en este
templo en un lugar privilegiado. También la exposición ha levantado una pequeña
rampa para que podamos ver de cerca los sepulcros pétreos de notables
personajes aquí enterrados.
El
capítulo “Historia de la Salvación” es un recorrido por el nacimiento, vida
pública y pasión de Jesucristo que muchos pintores y escultores, tocados por
ese ‘plus’ de genialidad que es exigible al creador que se enfrenta a una obra
religiosa, tal y como bellamente nos enseñó Matisse cuando le tocó pintar la capillita de Vence. En este
capítulo lucen y relucen Pedro Berruguete o El Greco. Pero también una pintura
que identifica al Hno. Rafael, que vivió y murió en el cercano monasterio de la
Trapa de Dueñas, y al que el pintor contemporáneo Antonio Guzmán Capel inmortalizó para siempre.
En el
Trascoro, los organizadores han recreado un espacio verdaderamente bonito, una
“nueva capilla”, con su altar, su púlpito y su retablo, y todo ello gracias a
los hermosos tapices de la Salve Regina que encargó el obispo Fonseca y que en
este espacio forman verdaderos muros de hilos de colores. En este mismo
espacio, cada sábado, durante siglos se cantó la Salve ante el Retablo de los
Dolores de María. Cada capilla, ya se sabe, es un hortus conclusus, un pequeño edén donde el cristiano se siente en
casa. Los tapices, con sus cenefas, sus escenas de suplicantes delante de
María, y sus filacterias con la oración del Salve Regina, nos hablan del mundo como valle de lágrimas, donde
los hombres y mujeres de cada época alzan sus manos y suplican a María, un poco
de “vida, dulzura y esperanza nuestra”.
No
podía faltar un capítulo dedicado a María, porque los artistas de todas las
épocas han rivalizado para crear las Madonna más hermosas, las Piedades más
desgarradoras, las Santa Ana Triple, las Inmaculadas, las Asunciones, las
Patronas de cada pueblo y lugar. Aquí Siloé y Alejo de Vahía rivalizan en
maestría artística.
El
espectador abandona la catedral, pero sus ojos aún son reclamados por las
altísimas bóvedas de la seo de Palencia, limpias, bien iluminadas, con sus
claves de colores espléndidos. Unas bóvedas góticas, reflejo de otras bóvedas: la
creada al inicio del mundo y aquella a la que aspira el cristiano devoto al
final de los tiempos.
Antes
de salir a la calle, se cruza el claustro. Visité la exposición una tarde de
luz cegadora en el que la piedra blanca del claustro parecía aún más blanca.
Los cipreses ponían su contrapunto de verdor al claustro. Se sale a la calle,
pero hay muchas imágenes que quedarán en la retina. Es lo que tiene la belleza
que siempre nos hiere un poco y sus cicatrices no se acaban nunca de curar: Ahí
están todavía: La Anunciación románica en piedra, los Reyes Magos de suntuoso
yeso policromado, la cripta visigoda y prerrománica, el frontal de riquísimo
recamado, El Salvador de el Greco, el Crucificado de Gregorio Fernández, El
Santo Entierro de Juan de Flandes, el San Juan Bautista, de Alejo de Vahía, la
custodia del Corpus Christi, la sarga del Calvario, el portentoso órgano del
Coro y las deliciosas misericordias con sus escenas paganas de dragones, el
Ecce Homo tristísimo de Siloé, el Hermano Marcelo, de Victorio Macho, Los desposorios
de Santa Catalina, de Cerezo, La Resurrección de Lázaro, de Juan de Flandes,
las zapatillas regias de un cardenal, el sepulcro en madera de Tello Téllez, la
Piedad de Pedro Berruguete, La Fuente de la Gracia, copia de Van Eyck, la
columna románica de la primitiva catedral, la reja del coro, los fragmentos de
las vidrieras medievales… Y la dulce y hermosa talla en alabastro de la Virgen Blanca que es la imagen del
cartel de Renacer. Parafraseando a
André Malraux que aseguraba “que la
cultura era una resurrección”, bien podríamos decir que la belleza de esta
catedral y de las obras de arte aquí contenidas son, efectivamente, un auténtico
re-nacimiento.
No se
entiende Europa sin sus catedrales góticas, símbolo centenario de las ciudades,
orgullo de sus ciudadanos, maravilla para los visitantes y luz para los
creyentes. Representan, como ningún otro edificio, el anhelo del ser humano por
elevarse sobre esta tierra de afanes y miserias: crear un espacio de luz y de
belleza, para gloria de Dios y para consuelo de los hombres.
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