José Jiménez Lozano decía
que un escribidor (a él no le gustaba ser considerado ‘escritor’, porque le
parecía una palabra muy importante y muy seria), “es alguien que levanta mundos con palabras”.
Pensaba
en esta hermosa definición de la escritura cuando contemplé, hace unos días, que
el ‘marcador de visitas’ del blog que escribo, con sus parones y sus acelerones,
desde 2008, había llegado a las veinticinco mil. Ciertamente, no son muchas.
Basta hacer un pequeño cálculo: si divido veinticinco mil visitas entre 15
años, me sale una media de cinco visitas cada día, lo que da una idea de la
escasa lectura y repercusión de mis reflexiones. Poca audiencia, ¿no? Siendo
realista, debería decir que sí. He comprobado que muchos de mis artículos no
los ha leído nadie, aunque sería mejor decir que los han leído, o por lo menos
los han echado un vistazo, mis dos únicos seguidores, a los que agradezco,
desde aquí, su fidelidad inmerecida por mi parte.
Y aún con todo y con eso, me doy por
satisfecho. Sentarse al anochecer, encender el ordenador, empezar a teclear,
letra a letra, frase a frase, y así hasta levantar un mundo de palabras, con
sus verbos, adjetivos, sustantivos, pronombres es… y sigue siendo un hermoso
trabajo de artesanía. La atención y el esmero de quien hace un cacharro de
barro, teje una bufanda, amasa el pan o ara la tierra. Escribir es un momento privilegiado
de cada día. Una noticia, una lectura, una mirada a un rostro, un pensamiento,
pueden ser la chispa que haga saltar la llama de la palabra. Yo no me atrevería
a decir que con las palabras levanto ‘mundos’. Me conformo con levantar una
pequeña aldea, e incluso una sola casa.
En el
mundo de las redes coinciden a la vez millones de blogs. Dicen que unos 500
millones de blogs están registrados, y que cada día unos 7 millones de blogueros
publican una entrada. Vista esta superabundancia indigesta de palabras y de
artículos, me doy más que satisfecho si cinco personas al día abren uno de mis
artículos.
Cuando
pienso que Teresa de Cepeda, una de las cimas de la literatura en castellano y
la más grande escritora sobre asuntos del alma, no conoció en vida la
publicación de ninguna de sus obras… queda todo dicho.
Se
escribe para leer el mundo y leer los adentros de una determinada manera. Y lo
de menos es que alguien te lea, porque con entenderse un poco mejor a sí mismo
ya es suficiente. Y ello es de por sí un premio.
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