José Antonio Ortega Lara
En un agujero de tres metros de
largo, 2,5 de ancho y 1,8 de altura, pasó 532 días. Se dice pronto y bien. El
secuestro más largo de la banda terrorista ETA acabó la madrugada en que los
miembros de la Guardia Civil irrumpieron en una nave industrial de Mondragón. Y
a pesar de la nula colaboración de su secuestrador, Bolinaga, dieron con el zulo
donde enterrado en vida malvivía el funcionario de prisiones secuestrado.
Cuando hace 25 años los españoles pudieron verle camino de su casa, después del
cruel secuestro, pensaron que estaban viendo a una víctima de Auschwitz: la
mirada perdida, desorientado, entumecido, incapaz de caminar con normalidad,
con 20 kilos de menos, la barba crecida, el rostro macilento… Cuando llegó a
casa su hijo no lo reconoció. Cada dos días le daban un cubo para sus
necesidades y algún alimento. En los primeros días mantuvo la esperanza de ser
encontrado por las fuerzas de seguridad, después llegaría la desesperanza, el
abatimiento y los deseos de acabar de una vez ese atroz sufrimiento. Apenas una
bombilla –y sólo durante unas 7 horas al día- le daba algo de luz en el zulo.
Sus captores le grabaron al menos en dos ocasiones en vídeo, y como él se
negaba, le pusieron unos grilletes. A veces una música atronadora sonaba
durante horas en el interior del agujero. Después de su liberación, las
pesadillas le atormentaron durante meses y meses.
Miguel
Ángel Blanco
La sociedad apenas se había recuperado del shock
Ortega Lara, cuando un jovencísimo concejal de Ermua fue secuestrado. Sus
secuestradores desafiaron al Estado y a los millones de españoles exigiendo
condiciones imposibles para su liberación y fijando un plazo para la ejecución:
48 horas. Durante dos jornadas enteras, España, de Norte a Sur y de Este a
Oeste, contuvo el aliento. Acabado el plazo, le descerrajaron dos tiros y, aún
con vida, le arrojaron a una cuneta, como un perro. Después de una agonía de
horas, su vida se apagó. Y entonces
explotó la sociedad entera. Millones de españoles, con sus manos blancas,
salieron a la calle. Los vascos de bien, por primera vez, se atrevieron a
desafiar, a cara descubierta, a la banda terrorista y a tantísimos vascos que
los ayudaban, jaleaban y celebraban sus atentados. Recuerdo aún el titular más
acertado de un periódico: “España maldice a Eta”. ¿Y quién puede
sobrevivir con la maldición de todo un pueblo? Ese día fue el principio del
final de una banda criminal que tenía acogotada a toda la sociedad. El rostro
de Miguel Ángel Blanco, comprometido con su pueblo de Ermua y amante de la
música, hijo, hermano, novio, entró en cada hogar y en cada corazón. Ni las
manifestaciones multitudinarias ni las oraciones en todas las iglesias ni las
velas encendidas en todas las plazas ni la propia petición de clemencia de Juan
Pablo II tuvieron eco en la banda criminal ni en su entorno político y social.
Y
la memoria de los verdugos
Pero 25 años después de estos trágicos
acontecimientos, el País Vasco y España, viven entre la desmemoria de aquellos
hechos y los intentos de blanquear a los “chicos de eta” y a todos los que
durante interminables décadas aplaudieron cada uno de los crímenes de la banda,
colaboraron con ellos, y les ayudaron, con su tiempo, sus donativos, sus gritos
y su aliento, en sus brutales objetivos. Miles de vascos tuvieron que abandonar
su tierra, porque la vida allí resultó imposible. Otros miles fueron condenados
al ostracismo, o fueron degradados civilmente. Y otros 800 cayeron bajo sus
bombas y sus balas.
Hoy, la mitad de los jóvenes vascos no saben quiénes
fueron Miguel Ángel Blanco u Ortega Lara. Pero sí que saben quiénes son los que
un día secuestraron, chantajearon a empresarios, mataron sin piedad, hicieron
la vida imposible a los que no pensaban como ellos, quemaron comercios, adoctrinaron
desde todas las escuelas y desde la propia Universidad del País Vasco. Hoy los
violentos y sus herederos montan homenajes a los etarras cada fin de semana y siguen
dominando la calle. Y para colmo de males, y desgracia de este país, que aún
llamamos España, son los que pactan en Moncloa y dictan leyes y quieren hacer
una memoria histórica a base de detergente y lejía. ¿Es tanta el ansia de poder
y tanto el desprecio por las víctimas? Este es el tiempo en que muchos en el País
Vasco y fuera de él siguen pensando que los pistoleros eran y son “artesanos
de la paz de Euskadi”, y los muertos y los heridos son los “que se lo
tenían merecido por fascistas”, ¿incluidos los niños que murieron bajo las
bombas etarras?
Una vela a dios y otra al diablo. Así podría resumirse la
presencia del Presidente del Gobierno en el homenaje de Ermua: una vela a
Miguel Ángel y otra a Otegi. Para los que aún opinan que en el País Vasco hay
respeto a las víctimas, sólo es preciso recordar que los restos de Miguel Ángel
Blanco tuvieron que abandonar el cementerio de Ermua, después de varias profanaciones
de la tumba, pintadas aberrantes e insultos y maldiciones a su familia y
amigos. Miguel Ángel y las otras 800 víctimas se merecían otra cosa. No debería
ser difícil entender la diferencia entre los asesinos que ponían las bombas
y los inocentes que caían bajo ellas. Este tiempo bien podría ser calificado de
infame. Moncloa y sus amigos proetarras están escribiendo “la memoria de los
verdugos”.
Juan imposible describir mejor , la verdad sobre los hechos que pasaron y los que están. Estamos en una sociedad,apesebrada, sin criterio, nada más que el de titulares, una sociedad adormecida. Yesto lo estamos pagando y más que ha de venir. Que los verdugos sean los que gobiernen, no me extraña la frase del infame etarra Oye..: " Estamos consiguiendo mucho más , sin desperdiciar una bala"
ResponderEliminarMadre mía, cuanto horror hemos de soportar?.
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