martes, 19 de julio de 2022

Otra clase de orgullo


          En la misma semana en que las distintas actividades programadas por el colectivo LGTBI+ llenaban las calles de Madrid, alguien posó su mirada en esta pareja. En la misma semana en que las carrozas del Orgullo desfilaban –patrocinadas por grandes empresas, partidos políticos y asociaciones- por las principales vías de la capital y en que las televisiones y los periódicos cubrían, con despliegues informativos excepcionales, el evento, un móvil fotografió el paseo lento de estos dos hombres mayores.

Dos hombres caminan de la mano. Vemos sus espaldas que han conocido el paso de los días y sus mil pesadumbres. Ellos no estaban en el centro de la celebración del Orgullo ni nadie jaleó su paseo. Al igual que otros muchos, forman parte también de esa homosexualidad invisible: ancianos, enfermos, discapacitados...

Ahora que lo ‘arcoiris’ se lleva y es de buen tono, vende y da votos, son muchos los que arriman el ascua a la sardina de su empresa, sindicato, asociación o partido. Tal vez no tengan una especial sensibilidad por el colectivo, pero lo que toca es declararse gayfriendly y que todos lo sepan: “fíjate sí seré moderno que tengo muchos amigos gays”. El Orgullo ha perdido parte de su carácter reivindicativo (por ejemplo aquel que tuvo en los años de plomo del sida), y se ha convertido en algo más celebrativo, una visibilidad colorista de la forma de vivir de un colectivo con creciente presencia social, una fiesta en toda regla, y con todos los elementos típicos de la fiesta: alegría, encuentros, diversión, música, ruido, baile, alcohol y, tal vez, excesos. Y tal vez porque la fiesta ha difuminado bastante la reivindicación, es prácticamente inexistente el recuerdo de otras realidades, por ejemplo la marginación en la que viven los gays en África o Asia, o en países autoritarios o musulmanes, o la invisibilidad de los gays ancianos, que también pueblan las residencias de la tercera edad y que, como el resto de ciudadanos, han conocido el abandono durante la pandemia.

El desfile gay pone el foco en un determinado tipo de gay: joven, cuerpo gimnasiado, ropa de marca, disfrutón, viajero, cosmopolita, hedonista, y cartera solvente. Con este perfil de gay, ¿qué pintan estos dos ancianos que en una calle madrileña se dan la mano? La gente guapa sale del armario, famosos y celebrities airean su orientación sexual en programas de televisión, a veces después de recibir un cheque abultado. ¿Y qué pintan los gays viejos, enfermos, discapacitados o pobres? Poquito. Tal vez por ello, frente al brilli-brilli, las lentejuelas, los calzoncillos Addicted, las pelucas, el glam, las plumas, el cuero, los abanicos, los pectorales marcados, los shorts, los tacones, los disfraces y ese flamear de banderas arcoíris… esta foto ha captado toda mi atención.

          No sabemos nada de estos dos hombres, ni sus nombres ni sus vidas. Pero por la edad que muestran, intuimos que ellos vivieron en una España donde ser homosexual era lo peor que podía caerte encima. Era una ‘peste’ para la sociedad, el trabajo, la familia y la Iglesia.

        Podemos intuir sus dobles vidas o sus vidas escondidas. ¿Durante cuántos años habrán tenido que recurrir a la máscara y a la farsa? Habrán acariciado cuerpos cuando las luces del día se apagaban, en callejones oscuros y en tugurios de mala muerte. Se habrán cogido de la mano bajo el mantel de la mesa o en la penumbra de una sala de cine. Habrán tenido novias de tapadera o tal vez contraído matrimonios desdichados. Habrán escrito cartas apasionadas pero sin remite para no llamar la atención. Se habrán arrugado cuando alguien maldecía a los maricones o contaba un chiste facilón y grueso. Habrán llorado en silencio desgarrado la muerte de alguien al que sólo podían dar el título de ‘amigo’, cuando era mucho más. Habrán vivido con el miedo a ser descubiertos, o con el estigma de quien es señalado como un monstruo o un delincuente. Habrán leído a escondidas libros infamantes y habrán merodeado por la ciudad en busca de miradas cómplices, en las que habrán reconocido idéntico deseo e idénticos sentimientos.  Se habrán sentido extraños en medio de una fiesta que no era la suya. Señalados desde el púlpito entre los creyentes. Ovejas negras de la familia. Raritos en el trabajo. E insultados con los muchos nombres que el rico vocabulario español tiene para nombrarlos.  Y esto que digo para dos hombres gays, vale para todas las demás personas que engloba el colectivo LGTBI+.

          Pero el paso del tiempo, a estos dos ancianos, les ha dado la razón. No estaban enfermos por amar a otro hombre, ni eran degenerados por sentir lo que sentían, ni eran malvados por desear a quienes deseaban. Al menos ellos, aunque ya mayores, han visto la luz al final de túnel. Otros muchos se han tenido que llevar la cara oculta de su particular luna a la tumba.

       Ahora, en este 2022, esos dos hombres de la foto pueden sentirse orgullosos, no por celebrar el Orgullo, ni por ser gays. Pueden sentirse orgullosos porque han mantenido su amor, primero en el sótano, y luego a la luz del día, orgullosos, porque al atardecer de la vida, pueden pasearse de la mano como dos viejecitos cualesquiera, compañeros de viaje, sin ser insultados ni recriminados. 

           Volvamos a la foto. La mano en la mano del otro tal vez ya no les provoque mariposas en el estómago ni el pinchazo del deseo en la piel. Una mano en la mano es la mejor muleta para caminar, la seguridad de que uno no está solo, de que envejece junto a alguien que conoce sus sombras y sus imperfecciones, pero no por ello le quiere menos. La mano en la mano de estos dos ancianos me provoca una dulce ternura. Sea cual haya sido su vida, estos dos hombres han llegado a esta etapa con alguien en quien confiar y en quien creer. Su amor, al que Lorca denominó ‘oscuro’, es claro como el agua de la fuente.

         Camino de su casa, con la bolsa de la compra, les espera un día de pequeñas rutinas: hacer la comida, preparar la mesa, dormir una siestecita en el sofá, ver la tele, salir a tomar un cafelito al bar de la esquina, discutir por una tontería y reconciliarse al minuto, jugar la partida, ayudarse a atar los zapatos, acompañarse al médico, regalarse un frasco de colonia por el aniversario, abrazarse y besarse con dulzura. Y esperar un día más para sus cuerpos achacosos, una nueva jornada para seguir juntos, caminando de la mano como un solo ser humano. A su edad, saben de sobra que el deseo es pasajero. Y que sólo el amor es eterno.













5 comentarios:

  1. Juan, ¿Qué te puedo decir que tú no sepas? Gracias por esas palabras. Muy bien descrito. Un fuerte y sentido abrazo... ¡de corazón a corazón!

    ResponderEliminar
  2. Tu artículo debería hacernos reflexionar a todos/as/es/is/us...al menos a mí me has dado una lección que deberé pensar, asimilar, digerir y que espero que me ayude a mejorar mi vida y el entorno que me rodea en la medida de lo posible. GRACIAS porque al leer tu texto me has hecho parar y entender tu verdad, esa verdad real que inunda el día a día de todos, y no la foto maravillosa que mostramos de algún instante precioso de nuestras vidas y que se esfuma en 2 segundos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias por tu generoso comentario y por tus sensatas palabras. Me alegra saber que el texto te ha dado pie para la reflexión.

      Eliminar
  3. Ante tu sensatez, no soy capaz de articular palabra.

    ResponderEliminar

A destacar

Una temporada en el infierno

            En una estación de París, desciende un joven de 16 años, cuerpo atlético, pelo alborotado y ojos azules. Se llama Arthur Rimbaud...

Lo más visto: