miércoles, 6 de julio de 2022

La gran distracción


Las Primeras Damas y los Primeros Caballeros de medio mundo han brillado con luz propia en la cumbre de la Otan en Madrid. Ahora se les llama “acompañantes”, por aquello de que España es un país moderno donde los haya.

Mientras los que mandan verdaderamente hablaban, decidían, firmaban, debatían, imponían o diseñaban futuros a puerta cerrada sobre ejércitos y tanques, industria armamentística, estrategias, guerra fría, conflicto armado en Ucrania, tensiones con Rusia, amenaza de China, candidatos a formar parte de la Otan, y sobre todo millones y millones que hay que poner sobre la mesa para que las cuentas salgan y la maquinaria de guerra esté bien engrasada, el grupo de “acompañantes” pasaban de un selfie ante el Guernica de Picasso a una cata de aceites, de un baile flamenco en el Teatro Real a un ensayo operístico de Nabucco, de los tapices de Patrimonio Nacional a los jardines y fuentes de la Granja de San Ildefonso, de comprar alpargatas de esparto a degustar los platos del chef José Andrés, de emperifollarse y enjoyarse de haute couture para la recepción en el Palacio Real, a vestir ‘casual’ con vestidos y zapatillas de andar por casa.  Seguidos de una nube de periodistas han ocupado en los informativos y en los periódicos tanto espacio, o más, que las cosas serias de la Cumbre de la Nato/Otan. Y de lo que no me cabe duda es que han llenado más ‘espacio y tiempo’ en la cabeza de las masas que las aburridas sesiones de la Otan, con la grisura habitual de estos encuentros, el zumbido de asesores y expertos, las presiones de las empresas armamentísticas y las componendas internacionales y sus cloacas. Sin duda, el papel de los acompañantes podemos denominarlo, sin miedo a equivocarnos, como la “gran distracción”. Una distracción planeada desde hace meses y  organizada milimétricamente, para que los madrileños olvidasen los muchos contratiempos de una ciudad cerrada al tráfico rodado y los turistas de la capital se quedaran con un palmo de narices ante los monumentos que no podían visitar (El Museo del Prado, por primera vez en su historia, cerró durante dos días).

La “gran distracción” sirvió para que los contribuyentes olvidasen que la factura de esta cumbre ha sido carísima, pero sobre todo para desviar la atención de ese compromiso arrancado a Moncloa de subir del 1,2% al 2% del PIB el presupuesto para Defensa y pagar así la ‘cuota’ dela OTAN. Nos han hecho creer que esa subida es una nadería, algo así como un regalo de alpargatas para “los acompañantes”. Si hace diez días se nos decía que no había ni para pipas en la caja fuerte de España, ahora, de repente, por arte de magia, se han encontrado nada más y nada menos que una calderilla de mil millones de euros.

No seré yo el que ponga en duda la pertenencia de España a la Otan, ni  tampoco el hecho de que, si queremos pertenecer a un Club, debamos pagar la cuota, pero también es cierto que, con la excusa de la guerra de Ucrania, en pocas semanas, se nos ha adoctrinado y “convencido” a todos de que “si vis pacem para bellum” (lo que en ese latín aprendido en el internado, significa “si quieres la paz, prepárate para la guerra”. Una pregunta tal vez no esté de más: Aparte de Rusia, ¿hay alguien más interesado en la guerra de Ucrania?

Los antiotan de ayer se han reducido a un par de centenares en las protestas de hoy. Y a los antisistema, tan numerosos cuando la Moncloa es ocupada por otro color, ni se les ha visto el pelo. Todos contentos, ¿no? Yo no lo aseguraría así de primera. Desde hace unos meses el discurso bélico ha ganado muchos enteros en “las campañas” a las que constantemente nos somete el “régimen”. Y ahora se nos dice, por activa y por pasiva, que lo “progre es gastar en armamento”. De esta manera, el viejo sueño de un mundo en paz se va alejando cada vez más. El viejo sueño de resolver las tensiones entre pueblos por el diálogo y la razón queda cada vez más lejos. El viejo sueño de una ONU capaz de asegurar la paz entre las naciones es ya pura quimera. Parece que el tiempo de las utopías ha muerto. Y que los llamados “pacifistas” no eran tan pacíficos, sino que también servían a su señor y tenían su dueño. Aquel sueño de Isaías, ese tiempo donde “las lanzas se convierten en podaderas y, de las espadas, se hacen arados”,  no lo verá tampoco mi generación.








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