jueves, 11 de mayo de 2023

Los Beatos: belleza para tiempos apocalípticos

 


Me enteré de la conferencia sólo una hora antes de que diese comienzo. Me entró un whatsapp escueto: “Montes habla de los Beatos esta tarde en los Filipinos”.

                Pero llegué a tiempo. No es exageración afirmar que Luis Ángel Montes posee un saber enciclopédico, pero sin pedantería ni cátedra dogmática que valga. Este ‘renacentista’ palentino al que he escuchado con idéntico placer cuando habla de las Elegías de Duino, de Rilke, de la oración de los Salmos, de la música y la botánica en la vida de Hildegarda von Bingen, o del pintor del retablo mayor de la catedral de Palencia, Juan de Flandes… es también un amante ‘perdido y rendido’ de los libros a los que en el mundo entero se da el nombre de “Beatos”.

                El ponente dividió su conferencia en dos partes. La primera de ellas tuvo lugar en el  Auditorium del Colegio de los Agustinos, de Valladolid (vulgo ‘Filipinos’) y consistió en una introducción histórica y estética a los Beatos. La segunda parte fue una visita guiada por el Claustro donde están expuestos los facsímiles (bellísimamente editados en España) de los Beatos, una magnífica colección del propio conferenciante. Esta exposición permanecerá abierta hasta el 1 de junio.

                Ante un público poco numeroso, pero muy receptivo, el ponente explicó la importancia artística de estos libros y su valor para el conocimiento. En el año 786 el monje Beato de Liébana, e un apartado rincón de la geografía cántabra, escribió un comentario a uno de los libros más enigmáticos, poéticos y sugerentes del Nuevo Testamento: el Apocalipsis de San Juan. El comentario tuvo un éxito sin precedentes. Desde finales del siglo IX y hasta el XIII, los scriptoria de los monasterios lo copiaron y los iluminaron con miniaturas de una rara belleza que compartía con la pintura mozárabe, románica o protogótica un mismo gusto y un canon común: colores planos, contrastes cromáticos, figuras trazadas con líneas gruesas oscuras, intensa expresividad, proporciones simbólicas y jerárquicas. Y todo ello con resultados espectaculares que aún hoy, un milenio  después, causan el estupor y el asombro de quien puede abrir una de sus páginas.

Para Umberto Eco eran los “libros más bellos del mundo”. Hasta el momento tenemos constancia de 24 Beatos repartidos por algunas de las Bibliotecas o Museos más importantes del mundo (París, Nueva York, Londres, Madrid, El Escorial, el Burgo de Osma, Gerona, Berlín, Ginebra o la Universidad de Valladolid). En casi todas esas Bibliotecas, los Beatos constituyen el tesoro número uno de las mismas.

No son pocos los historiadores de arte que opinan que la principal aportación de España a la historia de la pintura universal son las miniaturas contenidas en los Beatos, por encima de Velázquez, El Greco, Zurbarán o Picasso.

En un momento histórico, en torno al año Mil de la era cristiana, monjes, obispos, pensadores, escritores, artistas, labriegos o artesanos vivieron con intensidad y con pasión, también con dolor y esperanza, las preguntas más esenciales del ser humano: qué somos y hacia donde nos encaminamos. El Libro del Apocalipsis –y los muchos comentarios sobre el texto de san Juan- venía a dar respuesta, si bien velada, a estos interrogantes angustiosos. Cristo, Señor del Mundo y de la Historia, iluminaba con su triunfo sobre la muerte y el mal la pobre vida de tantos cristianos, sabios o analfabetos. La sangre del Cordero podía lavar todos los pecados pero también prevalecer sobre todas las injusticias y las amenazas contra la vida y la fe (muy reales en España por el dominio musulmán en tantos territorios). 

Las incomparables imágenes -por ejemplo las del Beato de Valcabado (Palacio de Santa Cruz, Valladolid)- que podemos admirar en la exposición de facsímiles dan cuenta de esa promesa apocalíptica de victoria sobre el Mal y sobre la Muerte. La Belleza, y en estos libros hay mucha, es siempre una imagen poética y legible de la Redención. Los Beatos aquí contemplados zambullen al espectador en una cierta beatitud, a la vez que nos transportan a un pasado medieval con sus oscuridades e injusticias pero también con sus luminarias, como lo prueban estos bellos códices miniados.

Esta es una exposición totalmente recomendable y única que nos permite admirar con nuestros propios ojos “las más prodigiosas creaciones iconográficas de toda la historia del arte occidental”, en palabras del autor de El nombre de la rosa. De la conferencia y de la visita a la exposición uno sale con más ‘hambre’, con deseos de saber más de este capítulo de la historia del arte, pero también de la historia del cristianismo. También estos tiempos que vivimos hoy son apocalípticos. ¿Conseguiremos transformarlos en belleza duradera, en libros de esperanza? Todo un desafío.












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