A eso de las dos de la madrugada (15
de marzo) me entró un whatsapp para comunicarme que la misión guaneliana del
Plateau de Bateke, en la RD del Congo, se había visto forzada a cerrar dada la creciente
violencia en la zona. Este proyecto forma parte de los proyectos de Puentes. En la granja de Bateke vivían y trabajaban, en un programa de reinserción social, jóvenes de la calle y chicos con discapacidad mental.
“La situación difícil –me comunican- que persiste en la Meseta del Congo
nos ha obligado a dejar nuestra casa, el ganado, los cultivos, por miedo a los
rebeldes que entran en las aldeas y matan indiscriminadamente a los que encuentran a su paso y arrasan con
todo.
Desde hace tiempo, a nosotros y a todas las misiones nos presionaban, por
todas partes, para que abandonásemos y dejásemos todo. Durante un tiempo nos
hemos resistido, pero ayer, ante la situación de extrema violencia y para que
ninguna de las vidas de los jóvenes de la calle y de las personas con
discapacidad que cuidamos corran riesgo alguno, hemos decidido abandonarlo todo
y salir.
Las personas con discapacidad han sido acogidas en nuestra misión de
Kinshasa. Con gran dificultad y muchas penalidades hemos podido recorrer la
distancia entre Bateke y Kinshasa, en medio de un caos y de una confusión
enormes, en medio de la desesperación de los que huían. Dadas las prisas,
nuestros muchachos ni siquiera han podido llevarse consigo su propia ropa o su
calzado.
Atrás hemos dejado todo en la granja, las 70 vacas, las cabras, los
cerdos, los cultivos de mandioca y de piñas tropicales y todo lo demás. Unos
trabajadores seguirán cuidando los animales y unos guardianes continuarán
protegiendo la granja, pero sabemos que poco a poco todo irá desapareciendo. Ya
en los últimos tiempos, y para que respetasen la granja, teníamos que hacer
entrega de animales y alimentos.
La semana pasada los rebeldes masacraron a machetazos a 20 policías. Ahora,
con gran dolor, sabemos que también el ejército y la policía usan mano dura y
utilizan las armas con parecida insensatez. Teníamos paz en nuestra casa de Bateke,
pero ahora todo ha cambiado bruscamente”. Hasta aquí ese primer testimonio.
A lo largo de la mañana otros
mensajes también dramáticos confirmaban el primer whatsapp. Desde hace meses,
desde hace años, podríamos decir la República del Congo es un polvorín en las
regiones fronterizas. Ahora se repite la misma historia cerca de la capital, Kinshasa.
Rebeldes y soldados se tienden emboscadas en cada bosque y en cada aldea. Los
testimonios cercanos hablan de centenares de muertos en las últimas semanas, de
aldeas quemadas, atrocidades con la población civil, cultivos arrasados y las
gentes huyendo por todos los senderos para salvar la vida, con un niño a la
espalda y una bolsa de maíz en la mano. Eso es todo.
Evidentemente las grandes agencias de
información nada dicen de esto. Es una ‘guerra’ que no interesa. A lo máximo
nos recuerdan que en África unas tribus se matan a otras. Y ya está. ¿Pero
quién arma a los rebeldes, quién paga la guerra de guerrillas? ¿Y quién arma a
las tribus que se enfrentan? La ONU, con muchísimos efectivos en la zona, asiste
impotente a este continuo goteo de muertes y ha llegado a reconocer que “los rebeldes cuentan con mejores armas que
los cascos azules”. ¿Pero lo que está
pasando en el Congo es únicamente una guerra fratricida? No lo creo. Lo que sucede
es que la República Democrática del Congo es un país increíblemente rico en
minerales, diamantes, oro y sobre todo coltán. Ese mineral necesario para que
tú y yo dispongamos de un móvil y de un ordenador, sin los cuales nuestra vida
sería muy diferente. Necesitamos el coltán como necesitamos el pan de cada día.
Probablemente más.
En el Congo no mandan los congoleños,
sino intereses bastardos y extranjeros. Multinacionales bendecidas por
gobiernos de diferentes países, ‘pacíficos’ y democráticos, civilizados e
impolutos, arman a los rebeldes para que defiendan las minas y sus riquezas. El
cardenal Ambongo dijo hace no mucho que: “Tenemos
la clara convicción de que hay fuerzas externas que realmente quieren dividir
nuestro país en pequeños estados”. Es lo que se viene llamando la balcanización
del Congo. Y los misioneros que viven y sufren en la zona hace mucho que
denuncian la debilidad del Estado: El Congo es un país fallido. Y alguien tiene
mucho interés en que continúe siéndolo.
¿Nunca habrá paz para los congoleños?
Hace más de 100 años, Joseph Conrad se asomó a las orillas que bordean el río
Congo para escribir su novela El corazón
de las tinieblas. Marlow va en busca de Kurtz, un traficante de marfil que
ha enloquecido en la selva. Pero en la travesía Marlow es testigo de la brutalidad
a la que son sometidos los nativos. Y la novela nos deja un sabor amargo,
porque ambos, Marlow y Kurtz, han visto con sus propios ojos el horror, todo el
horror. Cien años después, las tinieblas aún perduran en este hermoso y rico país
del corazón de África.
En el vídeo: enfrentamientos entre ejército y rebeldes
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