En torno a esta huida a Egipto surgieron muchas leyendas y
romances, y los pintores plasmaron muchas veces este episodio que cierra el
ciclo de Navidad. A finales del siglo XV y durante todo el siglo XVI, los
pintores flamencos descubrieron el paisaje y situaron escenas de la infancia de
Jesús en medio de espectaculares naturalezas. Es el caso de Joachin Patinir, autor
flamenco del que el Prado cuenta con maravillosos cuadros.
A Joachim Patinir (Dinant, 1480 – Amberes 1524), se le considera
precursor del paisajismo hasta el punto de relegar el asunto religioso a un segundo
plano. En la Sala 55 A del Museo del
Prado nos encontramos con este fabuloso óleo sobre tabla (121 cm x 177 cm):
“Descanso
en la huida a Egipto”. A primera vista este cuadro podría parecer una
obra de paisaje, pero descubrimos en seguida a la Virgen María amamantando al
Niño en el centro de la escena. Sentada en el campo, su manto le da una forma
piramidal, algo muy habitual para indicar perfección estética e importancia del
retratado. A los pies de María aparecen los elementos típicos de una
peregrinación, la cesta, la calabaza para el agua, el palo de viaje.
Tratándose de
una huida a Egipto, podríamos esperar un paisaje desértico de arenas y dunas, y
sin embargo nos encontramos con un vergel, un paraíso de rocas, árboles,
prados, flores, arroyos. Patinir se inspiró en su Dinant natal, pero supo tocar
la naturaleza que tenía delante de sus ojos de poesía y grandiosidad. Su obra
es una convocatoria a la ensoñación.
María y el Niño son el centro de la
creación, parece sugerirnos Patinir. Y si María es la esclava del Señor, San José aparece como el siervo y
criado de María y Jesús. Lo vemos, pequeño y casi empequeñecido por voluntad
propia, a la izquierda de María. En sus
manos lleva un cantarillo de leche que intenta mantener en equilibrio para que
no se derrame.
A las espaldas
de María, contemplamos un manzano, que recuerda el pecado de Adán y Eva en otro
paraíso fugaz; un manzano que la sola presencia de Jesús hace fructificar en un
paraíso, ahora sí, con vocación de duradero. También aparece una parra enroscada
a un árbol, preanuncio de la Eucaristía y de la sangre de la redención.
Patinir conocía bien las leyendas que
adornaban esta peregrinación de la Sagrada Familia y no se resistió a
pintarlas. A la derecha podemos ver la ciudad de Heliópolis y la caída desde los más altos tejados de los antiguos
ídolos. Los viejos dioses caen al paso del Señor, como lo confirma esa bola
granítica sobre la cual reposan solamente los pies de un antiguo ídolo de oro.
Otro episodio
legendario es el del Milagro del Trigo,
que podemos ver a la derecha del cuadro. Poco antes del descanso en la huida a
Egipto, María y José se encontraron con un agricultor sembrando trigo. Le
pidieron que, si acaso llegaban soldados preguntando por ellos, les dijeran la verdad. Y así lo hicieron.
Cuando los soldados de Herodes llegaron a este lugar, preguntaron a un
campesino si había visto pasar a un hombre y una mujer con un niño, y él les
dijo la verdad: “por aquí pasaron cuando
yo sembraba este trigo”. Pero el trigo milagrosamente había crecido y
madurado, y las espigas estaban combadas y listas para la siega, así que los
soldados renunciaron a proseguir su captura, pensando que habían transcurrido
muchos meses.
Las rocas
fantasmagóricas, las prodigiosas arquitecturas de las ciudades, las nieblas del
fondo, los numerosos árboles, la hierba de los prados, las múltiples flores,
las escenas costumbristas (el arado de la tierra, la cerda alimentando los
lechones, los hombres de paseo seguidos por un perro, el hombre defecando, el músico) no pueden esconder un
hecho trágico recogido, no en las leyendas, sino por el propio evangelista: la matanza de los inocentes. A la
derecha de la tabla, los soldados irrumpen violentamente en la aldea de Belén para acabar con las
vidas de los niños menores de dos años. Nada les detiene en su cabalgada de
muerte y horror: ni los padres que intentan defender lo que más quieren ni las madres
suplicantes de brazos lanzados al cielo o petrificados por el dolor. Las lanzas
serán siempre más fuertes que los brazos implorantes. Es la ley del infierno.
Los cuerpecillos de algunos infantes yacen por el suelo. La vida ha huido de
sus vidas.
El hermoso
paisaje no esconde la terrible realidad en la que los hombres viven con
frecuencia. María y el Niño descansan por un instante, y José acaba de
procurarse el alimento para ese día. Pero su camino deberá proseguir, y será un
camino amargo como es el de todos los exiliados, el de todos los refugiados,
por el simple hecho de que su vida no encaja en el mundo fantasmal que los
poderosos (político, económico, ideológico) crean a su gusto y para su
beneficio.
Una pintura, una obra de arte, no es sólo un manjar estético para los ojos,
es también una pregunta dramática, una interrogación lacerante. Cada obra de
arte nos transmite un mensaje. Cada obra de arte actualiza el mundo y nos da
las claves para leerlo.
La Navidad
puede ser muy idílica –como el paisaje del cuadro- pero las mujeres de Gaza, de
Ucrania, de Sudán, de Nagorno-Karabaj (Armenia), Bateke (R.D. del Congo) están
viviendo su particular ‘huida a Egipto’ o su
particular ‘matanza de los inocentes”.
Y sin embargo,
la Navidad trae en su misma palabra un mensaje de esperanza: los ídolos
terminarán por caer, porque los ‘dioses humanos fabricados por otros hombres” son de barro y de papel, aunque los seres
humanos en su locura les lleven dones para sus sacrificios inútiles, como vemos
en la terraza de uno de los edificios.
La esperanza es siempre la última llama que permanece encendida. Precisamente por eso seguimos celebrando la Navidad dos mil años después, aunque muchos se empeñen en cambiar el significado de estas celebraciones. Y esa llama no tiene nada que ver ni con los neones de los grandes almacenes ni con las bombillas de las calles. Es otra cosa.
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