jueves, 11 de enero de 2024

Ser ‘Reyes’ después de Reyes

          


             La mayoría de los regalos que recibimos no los recibimos el 6 de enero. Y al mismo tiempo, nosotros, cualquier día, somos regalo para alguien, aunque no vayamos por ahí con luengas barbas, mantos reales y coronas sobre nuestras cabezas.

            En el recién concluido periodo navideño, bastante propenso al sentimentalismo y la cursilería, me han llegado muchos vídeos y mensajes dulzones, pero también algunas reflexiones que valían la pena.

            Un poema de Gloria Fuertes (¡siempre nos quedará Gloria!) es un clásico de cada cinco de enero, y nos invita a incluir en nuestra carta a los Magos, cosas más necesarias que una camisa o un peluche.

Yo pido a los Reyes Magos

las cosas que hay en el cielo:

un vestido de ternura,

una cascada de besos,

la hermosura de los ángeles,

sus villancicos y versos,

y una sonrisa del Niño.

El regalo que yo quiero.

 

            Otro poema recibido fue el que escribió Miguel Hernández. Versos tristes de quien recuerda amaneceres del Día de Reyes sin encontrar nada en sus humildes abarcas de pastor. Y esto nos pone sobre aviso: no todos los niños buenos reciben un juguete, y a veces los niños que no lo merecen en encuentran en sus zapatos infinidad de regalos:

Por el cinco de enero,
cada enero ponía
mi calzado cabrero
a la ventana fría.

Y encontraban los días,
que derriban las puertas,
mis abarcas vacías,
mis abarcas desiertas.

             Otro vídeo resumía muy bien un sentir que, a medida que uno cumple años, se va haciendo más certero. Cuando descubrimos, de pequeños, que los Reyes Magos son los padres es un duro golpe, el primer desengaño (luego vendrán muchos más), una decepción, una frustración. Pero con los años descubrimos que, no es que los padres fueran los Reyes Magos, es que los padres son el ‘regalo’, un regalo para siempre. Que nuestra existencia sea razonablemente feliz o razonablemente desdichada dependerá de la calidad del “regalo” que hayan sido nuestros padres.

            En estos días he pensado mucho sobre la gratitud y sobre la donación. Creo que, en cierta manera, somos y existimos en relación a nuestro sentido de donar y a nuestro sentido de agradecer.

            Si pienso por un momento cuántas personas han sido ‘regalo’ para mí a lo largo de todo el año anterior (y no solamente el 6 de enero), me salen muchas personas, muchas situaciones y muchas cosas. ¡Personas  que nos han acariciado con sus dedos, sus palabras o sus sonrisas! ¡Cuántas personas nos han tenido en cuenta, han valorado o reconocido nuestra persona, nuestras obras o nuestro consejo! ¡Cuántas personas nos han llamado, se han interesado por nosotros, nos han mandado un abrazo o un beso! ¡Cuántas personas nos han ofrecido un obsequio, una disculpa, un café, una comida, una larga conversación, una confidencia! ¡Cuántas personas nos lo han puesto fácil en la oficina, en la familia, en la comunidad de vecinos, en la tienda, en el pueblo, en el grupo de amigos!

            ¡Cuántas situaciones o experiencias ha puesto la vida a lo largo de los últimos 365 días! Cosas sencillas o cosas únicas: una taza de café caliente en nuestras manos frías. La niebla como cendal en la caminata de un sábado cualquiera. Las hermosas pinturas de una exposición. El viaje a una ciudad amada. El paseo por la playa al amanecer. La visita a un enfermo que agradece nuestra presencia. El hombro firme de un amigo en un día siniestro. La ropa de abrigo en una madrugada heladora. El plato amoroso sobre una mesa en un mediodía de apetito. El descubrimiento de un nuevo escritor que nos seduce. El sofá cómodo en tarde extenuante. La película que nos hace reír o llorar. El encuentro con un antiguo compañero que creíamos perdido para siempre. Una disculpa a tiempo. Media hora de natación… Y tantas cosas, personas y experiencias.

            Pero sólo quien tiene el corazón listo para la gratitud experimentará lo placentero y lo dichoso de cada encuentro y de cada vivencia. Sólo cuando caemos en la cuenta de las personas-regalo que las horas y los días nos ofrecen, podremos paladear y saborear que la ‘vita è bella’.

            Y de esta forma, también nosotros nos esforzaremos por ser “persona-regalo” para el otro. Empezaremos a hacer donación de nosotros mismos. Porque a veces es cuestión de poner atención, de fijarse en lo que el otro necesita o lo que al otro le agrada, de hacer cosas que no cuestan tanto y que producen mucha satisfacción a quien las recibe. Empezando por la sonrisa y los buenos días. Ponerse en lugar del otro, y querer tratar al otro como nos gustaría ser tratado en similares circunstancias.

            Agradecer los regalos recibidos nos empuja a hacernos persona-regalo. Y ser consciente que el otro es regalo para mí, nos lleva a imitarlo.  Los verdaderos regalos nos llegan después del 6 de enero. El frasco de colonia o el foulard del Día de Reyes, son bonitos, pero sólo eso.  Los ‘frascos’ que perfuman nuestra vida o los ‘fulares’ que hacen cálida nuestra existencia, se reciben todo el año y tienen nombres y apellidos.



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