domingo, 7 de abril de 2024

El cielo. Sobreinformación. Y cooperantes.

 


El ictus dobló el cuerpo de I. y la condenó a una silla de ruedas. Tras unos meses en el hospital y en rehabilitación, pudo volver a casa. A ese refugio familiar en que cada cosa habla de una larga existencia, con sus penas y alegrías. Una casa que es más que una vivienda, porque allí están la mantita, la taza de café de cada sobremesa, la fotografía, mil veces besada, llorada y rezada, del hijo joven que se fue en una semana. Allí están el cestillo de la costura, la caja de manualidades, el último dibujo del nieto. Y en la casa están las atenciones, las visitas, los cuidados, el vocabulario propio de cada familia, las pequeñas celebraciones y la comida especial de los días de fiesta. Y veo ahora la foto que P., su marido, ha publicado. Veo a I. de perfil. Lleva el pelo recogido en una cola de caballo. Y dos flores en su pelo, sujetas con una horquilla: dos dientes de león, uno en flor y otro en semilla. Hermosos y efímeros. Todo un tocado de alta costura. Y P. añade un comentario: “A la hora de dar las buenas noches, ella me ha dicho: “nos vemos en el cielo”. Y él se ha quedado confuso e inquieto, sin entender nada. Tal vez ella ha querido decir que ellos dos, marido y mujer, seguirán unidos, queriéndose y respetándose, cuando tengan que dejar este mundo, y lleguen al cielo. O tal vez, ella sólo ha querido decir que, a la mañana siguiente, cuando despiertan de nuevo, el ‘cielo’ continuará en esa casa que es su casa. Porque, cuando en el momento de la enfermedad, alguien nos cuida con cariño y delicadeza, crea para nosotros un paraíso. Puede que la enfermedad invalidante sea un infierno. Puede. Pero sentirse amado y cuidado es alcanzar ya el “cielo”.

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 Todo periódico, desde su primera línea hasta la última, es nada más que un tejido de horrores. Guerras, crímenes, robos, impudicias, torturas, crímenes de los príncipes, crímenes de la nación, crímenes de los particulares, una borrachera de atrocidad universal. Y con este vomitivo aperitivo acompaña el hombre civilizado su desayuno cada mañana. Todo, en este mundo, exuda el crimen. No comprendo como una mano pura pueda tocar un periódico sin una convulsión de asco”. Lo escribió Charles Baudelaire (1821-1867). ¿Qué no hubiera dicho hoy si abriera un periódico?  Esto –y más- es lo que se experimenta ante un telediario o un boletín informativo: la mentira y la manipulación elevadas a categoría de noticia verdadera e información objetiva. ¿Los medios de comunicación siguen siendo un contrapoder o son ya el poder mismo? ¿Daríamos a nuestra boca y a nuestro estómago comida caducada, estropeada, envenenada continuamente? La intoxicación informativa a la que el poder político y económico nos somete cada día es, sin dudarlo, mucho más perjudicial que la contaminación atmosférica o industrial. ¿Ponerse a dieta de noticias, ayunar de tanta sobreinformación, no será ya la única opción para permanecer en la cordura?

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Por una carretera de Gaza avanzan unos coches. Avanzan unos “samaritanos”, aunque en su pasaporte ponga United Kingdom, Australia, Polska, United States o Palestina. Son –eran- siete cooperantes de la Ong World Central Kitchen (creada por el chef español José Andrés) que se dedican a repartir comidas a las hambrientas familias de una insensata guerra. Estaban ahí donde hacían faltan, realizando algo esencial, como es ofrecer un plato de comida y una botella de agua, tal vez una sonrisa y una mano en el hombro, alimentos también necesarios en tiempos de desolación y violencia. Fueron bombardeados sin piedad, a pesar de ir bien identificados como una Ongd. Ya se sabe que en tiempos de guerra, se ven enemigos por doquier. Y ya se sabe que en tiempos de odio el fin justifica todos los medios. Todos. Con la consabida “indignación calculada”, algunos gobiernos han levantado la voz, no demasiado alta. Israel, para aplacar los ánimos, ha dicho que ha sido un error y que ha destituido a los militares implicados. Es también una ‘disculpa calculada”. Siete vidas se han perdido para siempre. Y todos los que amaban estas vidas han sido heridos también para siempre. El periódico mañana pasará página. Cada uno seguirá a lo suyo. Algunos cooperantes volverán a sus casas, temiendo por sus vidas. Y es lógico. Otros cooperantes seguirán en la brecha. Están hechos de otra pasta. Nunca en los caminos por donde transitan los heridos del mundo faltarán “samaritanos”.


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