lunes, 18 de abril de 2022

8.- Los Discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35)

                                             


                                                Partir, repartir y compartir

Así dice la letra de una conocida canción de iglesia:

“Te conocimos, Señor, al partir el pan

Tú nos conoces, Señor, al partir el pan”.

El pasaje de los Discípulos de Emaús siempre me ha llamado poderosamente la atención. Ayer, al mediodía, cuando paseaba en silencio en el silencioso claustro de Silos, me detuve una vez más ante el relieve pétreo de Jesús y los discípulos de Emaús. Tres caminantes descalzos avanzan por el Camino. Y la imaginación vuela hacia una tarde de hace dos mil años, al camino que de Jerusalén conducía hasta Emaús.

Dos hombres apesadumbrados se dirigen a su aldea, a encerrarse en sus casas y a encerrar con ellos el estrepitoso fracaso de la aventura de Jesús de Nazaret. Le habían seguido entusiasmados de camino en camino y de aldea en aldea. Otros muchos le seguían porque su mirada mansa y su palabra verdadera y ‘nueva’ cautivaban a los judíos sencillos y humildes. No era un charlatán más, no era un fanático más, no era un pedante más. Y desde hace unos meses, como en susurro, se iba esparciendo un mensaje, una confesión: es Él el que esperábamos, el que liberará a Israel del yugo de los romanos, como Moisés liberó a nuestros padres de los egipcios. Sólo Él tiene la capacidad y la autoridad para afrontar tamaña empresa.

 Y soñaban. Había llegado el momento profetizado por Joel: “los hombres soñarán sueños”. Soñaban los discípulos y seguidores, campesinos y devotos hombre de fe. Mujeres apaleadas y jornaleros de vida aperreada.

Soñaban también estos dos hombres que ahora arrastran los pies pesarosos de llegar. Ahora el castillo de naipes se ha derrumbado. En pocos días todo se había desmoronado. Jesús había sido apresado, condenado y crucificado. Los sueños yacían ahora aplastados en el corral de los fracasos.

Durante cuarenta y ocho horas estos dos discípulos habían contenido el aliento y habían permanecido en Jerusalén, sostenidos aún por la débil e increíble promesa de una resurrección. Pero, transcurrido este tiempo, los discípulos recogieron su exiguo equipaje y emprendieron el camino de regreso a casa, a las tareas cotidianas, a la dura realidad. Iban comentando todo esto: cómo ellos habían sido tan ilusos, cómo las autoridades se habían aliado para condenar a un justo y cómo Jesús no había ni siquiera intentado defenderse. Hacían bien sus propios parientes, sus amigos y vecinos en mofarse de ellos, en tomarles el pelo. ¿Dónde está vuestro libertador? ¿Dónde están vuestros sueños?

Cabizbajos y pesarosos volvían de Jerusalén. Ellos también, como los vencidos en la guerra, tienen miedo a llegar a su destino. Van ralentizando el paso y, así, no es de extrañar, que otro caminante les dé alcance y que se entrometa en su conversación. “¿De qué hablabais? De lo que habla todo el mundo, de Jesús de Nazaret. ¿Eres tú el único forastero que no sabe lo que ha pasado?” Y en breves palabras le cuentan el final de la aventura de Jesús. Y entonces el caminante les suelta una perorata, les da una lección magistral sobre el tal Jesús de Nazaret. Les dice que todo estaba previsto, porque todo estaba en los planes de Dios. Pero ellos no le entienden. Le oyen pero no comprenden. Sus cortas entendederas han sido diezmadas por los últimos acontecimientos. Sin embargo, el caminante les ha caído bien. No le entienden, pero no se ha mofado, al menos, de sus sueños, no les ha echado en cara su necedad.

Y como el día atardece, y las sombras van ganando la batalla diaria a la luz, le invitan a hacer noche en su casa, a cenar algo en su mesa. Ellos son unos necios, unos crédulos, unos cabezas locas, pero también unos buenos judíos para los que la hospitalidad es sagrada.

Y el caminante acepta y entra en la casa. Y uno de ellos le ofrece agua para las manos, mientras el otro dispone la mesa. Y el caminante se sienta en medio de ellos. Y toma el pan y lo bendice como un buen judío. Y les mira a los ojos como nunca nadie los ha mirado. Y ellos sienten que les está radiografiando el alma y el corazón. Sienten que les está leyendo sus entrañas, que se está compadeciendo de su pena, les está consolando y, al mismo tiempo, insuflándoles una paz que han perdido en el Gólgota.  Parte el pan y les entrega un pedazo. Y entonces sus ojos se abren. Y le reconocen: “¡Eres tú! Eres Jesús, nuestro amigo y maestro”.

Nadie parte y reparte el pan así, porque cuando él repartía el pan, repartía también la luz para ver un poco en sus cavernas interiores. Y repartía la alegría que les aligeraba el fardo de sus vidas. Y no saben si echarse a sus pies, si abrazarlo, si cubrirlo de besos, si adorarlo. Lloran de alegría. Lagrimones de dicha les nublan la vista y, cuando se los secan, él ya no está. Pero ha estado. Sí, ha estado. No lo han soñado. ¡Lo han vivido!

Afuera ya es noche ciega. El pan, el vino, el queso, las nueces y los dátiles, el pescado en mojama están ahí sobre la mesa. Y es de noche, pero ellos no pueden quedarse en su casa, masticando su felicidad. Tienen que salir a comunicar lo que han visto y oído. No pueden esperar hasta que amanezca. Toman su manto y se echan a correr. Ya no sienten el peso sobre sus hombros. Notan que tienen alas en los pies. Llegan jadeantes. Llegan eufóricos. Se les traban las palabras que les salen como llamas de fuego de la boca. El Maestro vive y ellos han caminando con él un buen trecho, pese a que les parecía un forastero cualquiera, un caminante más. Y que sólo cuando partió y compartió el pan, sí, entonces lo reconocieron. En ese momento supieron que era él, porque en ese partir y repartir el pan había algo nuevo, algo diferente, algo que empujaba a repetir el gesto.

Desde ese atardecer de Emaús, a los cristianos no se nos reconoce ni por la cruz al cuello, ni por que vayamos a misa, ni por que hagamos encendidos discursos sobre Jesús de Nazaret, ni porque recitemos de memoria cien pasajes del Evangelio. A los cristianos se nos conoce y se nos reconoce cuando partimos nuestro pan para compartirlo.


 









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