Como ya
sucedió el curso escolar anterior, muchas escuelas de amplios territorios de la
R. D. del Congo no abrirán al inicio del curso escolar. Hace unos días, el misionero Blaise Mukampiel me decía por
teléfono que, de momento, no habían podido regresar a Bateke, de donde fueron
expulsados por la violencia extrema hace ahora año y medio y donde aún no se
dan las condiciones para regresar. La guerra en El Congo es una guerra olvidada, o quizás sería mejor decir escondida. La guerra llegó a la meseta de Bateke
en mayo de 2023. Y con ella, la destrucción de muchas escuelas o su apropiación
por parte de la guerrilla o del ejército para transformarlas en refugios para los soldados o los guerrilleros. Y en esas
seguimos aún. Pero en este mundo nuestro, sólo se habla de la guerra de
Rusia-Ucrania o de la guerra de Israel-Palestina. Es lo que hay.
En un reciente estudio del pasado mes
de julio, la Ong jesuita Entreculturas, experta en educación, decía: "Más de 460 millones de
niños, niñas y adolescentes viven en zonas de conflicto. Unos conflictos que
han provocado que una quinta parte de los niños y niñas del mundo, el
mayor número de la historia, se encuentren hoy en situaciones de
emergencia, haciendo que peligre su vida, su derecho al aprendizaje y sus
oportunidades de futuro”.
“En estos contextos, incluso en
las guerras más cruentas, la escuela significa mucho para la infancia. Es el
lugar donde pueden recuperar, aunque sea por unas horas, la normalidad, el
juego y el aprendizaje”. Y en el
informe se hace un llamamiento: “fortalecer
las escuelas para que sean un entorno protector y protegido, para que niños y
niñas puedan permanecer en el sistema educativo. Una seguridad que va más allá
de lo educativo y que engloba otros derechos humanos que están estrechamente
relacionados, como el derecho a la sanidad o a una buena alimentación”.
La escuela no
es un edificio. Ni unos materiales. Ni unas herramientas. La escuela son los maestros que transmiten
conocimientos y valores. La escuela son los compañeros con los que establecemos
vínculos, a veces de por vida. La escuela es, en muchas ocasiones, una ocasión
única para el aseo personal, la comida a mediodía, el uniforme que nos permite
sentirnos iguales al resto de compañeros. La escuela es una pequeña luz que se enciende
en la cabecita de un niño y que no se apagará nunca jamás.
Centenares de
niñas y niños, rescatados de la calle y sus mil peligros, empezarán el día con
un paseo hasta la escuela, vestidos y aseados, con su mochila, su cuaderno y su
lapicero. Allí les esperará un maestro que encenderá en sus mentes esa pequeña
llama de conocimiento. Una llama más importante y más necesaria que la llama
olímpica que cada cuatro años abandona la ciudad de Olimpia para presidir los
Juegos en una gran ciudad del mundo.
¿Deseas colaborar con
un mes de escuela? 15 euros.
¿Deseas colaborar
con un año de escuela? 150 euros.
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