domingo, 4 de mayo de 2025

José Tolentino Mendonça: el cardenal poeta


Pero hacen falta años / para olvidar a alguien / que nos acaba de mirar”.

         Francisco de Asís solía decir a sus frailes que debían cultivar un huerto para poder comer todos los días, pero que dejasen un poco de terreno para plantar flores. Lo útil y lo inútil deben ser colindantes. Los garbanzos y los tomates de cada día no pueden estar lejos de las margaritas y las lilas. Necesitamos una cuchara en nuestra boca y un poco de hermosura en nuestros ojos.

         En estos días de cónclave y fumatas, en estos días de cardenales púrpura, de apuestas sensatas o disparatadas sobre el nuevo pontífice, me resulta grato hablar de un cardenal poeta. Se llama José Tolentino Mendonça. Es portugués, nacido en la isla de Madeira. En su infancia vivió en Angola, lo que le marcó para siempre. Y antes de aterrizar como prefecto del Dicasterio para la Cultura y la Educación del Vaticano, había sido párroco, profesor de la universidad de Lisboa, teólogo, conferenciante y sobre todo poeta. La poesía, tan inútil como las flores que aconsejaba plantar el Poverello de Asís, es necesaria precisamente porque perfuma la vida y llena los oídos de musicalidad y preguntas. Tolentino confiesa: “No teorizo: observo. No imagino: describo. No elijo: escucho”.

         De adolescente, al entrar en el seminario de Funchal, Tolentino se sintió deslumbrado por la biblioteca, bien guarnecida de literatura y poesía. Fue entonces cuando empezó a escribir poesía, un oficio que no ha dejado ni siquiera ahora que está al frente de un ‘ministerio’ vaticano. Insiste una y otra vez en que el desafío de la Iglesia es comunicar con el lenguaje de hoy el mensaje eterno de Jesús. Como cardenal anima a los sacerdotes, religiosos y laicos comprometidos a leer libros, escuchar música y ver películas, porque sólo así tendrán la capacidad de “entender la complejidad del ánimo humano que Fernando Pessoa decía que era el abismo de los abismos de la complejidad, si no tenemos esta mirada hacia la complejidad y diversidad humana, no podemos realmente servir”.

         Tolentino es para muchos una de las mejores voces contemporáneas en la lengua de Camoens y Pessoa. Ganador de prestigiosos premios del país vecino y representante de Portugal en la Jornada Mundial de la Poesía. El oficio de poeta no parece oficio propio de un príncipe de la Iglesia. Y sin embargo ahí está este cardenal, como un mediador y un constructor de puentes entre la Iglesia y el mundo de la cultura. Escribe Tolentino:

El poema puede contener: cosas ciertas, cosas incorrectas, venenos para mantener fuera del alcance / excursiones campestres […] / una guerra civil / un disco de los Smiths / corrientes marinas en vez de corrientes literarias”

         En 2018 cuando era profesor en Lisboa el Papa Francisco le invitó a predicar los ejercicios espirituales de la Curia romana. Sus conferencias fueron recogidas con posterioridad en un libro de poético título Elogio de la sed. Sus palabras causaron una profunda impresión en los oyentes, al manejar con gran soltura los nombres de los autores profanos que constituyen el grosor de nuestra cultura y ponerlos en relación con los textos evangélicos. En una sociedad en que existe un producto para cada sed y para cada necesidad humana (productos todos ellos con el precio en la etiqueta), resulta aterrador la insatisfacción de los seres humanos en este momento de la historia. Nos daría la sensación de que la sociedad sólo ofrece productos que, al mismo tiempo que sacian las necesidades y la sed, provocan más sed y más necesidades. En un poema dice:

Vivimos el cuerpo, coincidimos / en cada uno de sus poderes: movemos las manos / sentimos frío, vemos el blanco de los abedules / que escuchamos en la otra orilla / o por encima de los avellanos / el graznido de los cuervos”

         El lema de su escudo cardenalicio es “considerate lilia agri” (mirad los lirios del campo) que es una invitación a la contemplación de la belleza, puerta de acceso al sentido de la trascendencia, pero también una confirmación de que el ser humano no puede vivir sin un poco de hermosura y un poco de poesía, salvo que sólo queramos ‘fabricar’ seres humanos para trabajar y consumir.  

Escuela del silencio:

Que tu silencio sea tal /que ni el pensamiento / lo piense

Cuando el templo se vacía / brilla / espléndido

La historia relata lo que ocurrió / el silencio narra / lo que ocurre

 El silencio no es un modo / de reposo o suspensión / sino de resistencia

Silencio: / contemplar la nieve / hasta confundirse con ella

Las nubes hoy parecen / a monjes que toman té / en silencio

 El silencio tiende a soterrar el pensamiento / pero también de él / el pensamiento vive

Aprende a renunciar / a todo / incluso al silencio

 Muchas veces Dios prefiere / entrar en nuestra casa / cuando no estamos

 El silencio es el narrador / y también el único / vocablo




















viernes, 2 de mayo de 2025

Dos sillas para una conversación en susurro



              El funeral del Papa Francisco, con una puesta en escena grandiosa y una estética viscontiniana, ha tenido mucho de ceremonia de la confusión y de la hipocresía. Delegaciones de todo el mundo, jefes de estado y primeros ministros, casas reales... Muchos de los que llegaron ni soportaban a Francisco ni las naciones a las que representaban habían hecho el mínimo esfuerzo por escuchar una sola vez las propuestas del Santo Padre. Pero ahora tocaba ir al funeral, tal vez por quedar bien o por demostrar que se está donde se tiene que estar, por figurar, por sentirse parte de un club exclusivo... y esto sucede con una cumbre sobre el cambio climático, la inauguración de unos juegos olímpicos o un funeral de un Papa.  
              Llegaron a Roma con prisa, se fueron de la ciudad con prisa, y aguantaron con cara de circunstancias la liturgia exequial. Nadie escucha a nadie. 
            Y sin embargo toda esta ceremonia de la hipocresía nos ha dejado una foto 'productiva', podríamos llamarla. En su anterior encuentro en Washington, un maleducado y prepotente Trump trató a Zelenski poco menos que como a un delincuente. En la alta diplomacia se ha dicho siempre que, cuando no se puede salvar el fondo, por lo menos hay que salvar las formas. Esto era antes. Zelenski fue tratado como el invasor y el culpable de lo que lleva ocurriendo en Ucrania desde hace tres años. 
             El funeral del Papa ha servido, al menos, para que estos dos hombres vuelvan a sentarse y hablar como personas civilizadas y no como lobos. En el suelo marmóreo de figuras geométricas de la Basílica de San Pedro, sentados en dos sillas de color cardenalicio, inclinados el uno hacia el otro, sin mesa-barrera por medio, sin voces y sin gritos, sin aspavientos ni recriminaciones, dos hombres conversan sobre el fin de la guerra en Ucrania y las posibilidades de alcanzar una paz justa y duradera. Tal vez no veamos los frutos de este diálogo. Pero un fruto ya lo hemos visto: la civilidad y la cortesía no están reñidas con los diferentes puntos de vista y las distintas propuestas de solución a un problema. Sin una mínima educación en el trato hacia el otro, lo único que se consigue es echar más leña al fuego, y adentrarnos unos pocos metros en la espesura de la selva. 
 

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