martes, 9 de enero de 2018

Gianluigi Colalucci y la Capilla Sixtina


 


En 1989, según se cuenta en el libro El Vaticano por dentro, de Bart McDowel y Jamens L. Stanfield, el doctor Gianluigi Colalucci logró acabar la histórica restauración de la Capilla Sixtina. Junto con otros cuatro restauradores, llevaba nueve años completos en esta tarea, bastante más tiempo de lo que tardó Miguel Ángel en pintar los frescos. El último día de los trabajos, el restaurador Jefe Colalucci invitó a un grupo de amigos a una celebración en los andamios instalados en la Capilla, y allí ante sus invitados procedió a restaurar los últimos centímetros de fresco que aún quedaban sin limpiar. Para la ocasión había reservado el fragmento que va desde el dedo de Dios al dedo de Adán, o, lo que es lo mismo, lo que va desde lo divino a lo humano. Al fin y al cabo, la Capilla Sixtina no se sabe si es una obra de hombres o de dioses.
¿Por qué Julio II invitó a pintar la bóveda de la Capilla Sixtina a Miguel Ángel que era un afamado escultor pero sin casi experiencia en el terreno de la pintura? Parece que fueron los rivales del artista, entre ellos Bramante y Rafael, los que metieron en la cabeza al Papa la idea de que invitara a Miguel Ángel. Si rechazaba, se ganaría la eterna enemistad de Julio II; si aceptaba, Miguel Ángel se desacreditaría como artista, porque él no era un pintor. Parece que en principio se negó: “Eso no es cosa mía”. Pero al final aceptó el encargo y se resignó: “Señor, soy tu esclavo. Cuanto más me esfuerzo, menos te muevo a compasión”.
Miguel Ángel se entregó con pasión a su trabajo. De pie, pegado casi al techo, con las gotas de pintura que le caían continuamente sobre el rostro. “Debía tener un aspecto deplorable –se cuenta en el libro. Miguel Ángel nunca había sido muy agraciado. Tenía la nariz rota y la cara aplastada. Y además iba siempre desaliñado. Dormía con sus ropas de trabajo, manchadas de pintura, y se quitaba las botas tan pocas veces que, cuando lo hacía, cuenta un amigo suyo, “le caía la piel como si fuera la de una serpiente”. No es sorprendente que tuviera pocos amigos”.
Hoy todos admiramos su trabajo, pero Miguel Ángel no tuvo ningún éxito social, en parte debido a su carácter hosco, y a su aspecto desaseado. Probablemente no era de los invitados a los palacios cardenalicios o aristocráticos del momento. En la Roma renacentista él era un artesano, un trabajador, y a veces un trabajador difícil. Hacía su trabajo para Dios, y parece ser que las alabanzas o las críticas le importaban un comino.  "Si a Dios le place mi trabajo, es suficiente".
 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

A destacar

Una temporada en el infierno

            En una estación de París, desciende un joven de 16 años, cuerpo atlético, pelo alborotado y ojos azules. Se llama Arthur Rimbaud...

Lo más visto: