Produce
un cierto miedo la lectura del libro de la escritora canadiense Margaret
Atwood, El cuento de la criada, una distopía que tiene lugar en Cambridge,
Massachussetes, precisamente en el lugar donde hoy se levanta la Universidad de
Harvard, en Estados Unidos.
Muchos
años después de la República de Gilead, aparecen varios cassettes grabados en
los que una mujer cuenta su propia historia: una criada durante los tiempos
oscuros de esta teocracia de la república de Gilead. A lo largo de las 400
páginas de la novela no sabemos el verdadero nombre de la criada, porque en
esta época ella fue simplemente una mujer fértil puesta al servicio de un
comandante para ser inseminada. El comandante se llamaba Fred, y en consonancia
era ella Defred, una pertenencia más de este alto cargo republicano.
Después
de un periodo de grandes atentados contra las centrales nucleares y después de
que los mares, las tierras y las personas se volviesen prácticamente infértiles
por culpa de los sustancias tóxicas, se proclamó la teocracia puritana de
Gilead. Las mujeres fueron rebajadas a un status de meras reproductoras
destinadas a los varones directivos de la república.
El libro es también una estupenda enseñanza. Esta distopía no es tan distópica.
En la historia ha habido regresiones e involuciones sin cuento. ¿A un yihadismo
de atentados terribles puede suceder una teocracia de inspiración
veterotestamentaria? ¿Al terrible desprecio por la natalidad y a los agentes de
infertilidad que ya están presentes en nuestra sociedad contaminada, puede
suceder una sociedad en que las mujeres sean rebajadas a ser mero ganado
reproductor en la granja del mundos? ¿Después de Chernobyl y otras amenazas
nucleares puede suceder un tiempo en que los campos y los mares dejen de dar
sus frutos y los varones y mujeres se vuelvan en su mayoría estériles? ¿A los
derechos y libertades que suponemos definitivos e invulnerables puede suceder
un tiempo en que el ser humano ya no sea la medida de todo y en que una minoría
de Jefes, Tías, Ojos, Señoras controlen a una mayoría de ‘seres para las
colonias’, es decir de seres que tengan que trabajar para limpiar los elementos
tóxicos arriesgando vida y salud?
La
historia fue publicada en 1985, un año antes de Chernobyl y varios años antes
de la explosión de violencia islamista en todo el mundo. Por lo tanto, la novela
en cierto modo tiene algo de premonitorio.
El
auge de los populismos de soluciones extremas para problemas complejos, el
crecimiento de una religión islámica entendida de forma violenta, nos pone
sobreaviso de que nunca debemos bajar la guardia.
A
lo largo de la historia, la tentación de resolver los problemas de forma autoritaria
y violenta ha sido una constante. El surgimiento del nazismo y del comunismo no
están tan lejos, como tampoco lo están las actuales teocracias islamistas en
algunas naciones y su intención de imponer su forma de pensar al mundo
occidental. Si cambian las tornas, una mujer puede ser convertida
en no mujer, en ‘Defred’, es decir, en propiedad y pertenencia de cualquier
comandante.
Siempre
queda la voluntad de no someterse y resistir, también la de contar lo que pasó. Y por supuesto el deseo de abrazar de igual a igual a
otro ser humano. Como así sucede entre Defred y Nick, el chófer del comandante.
Esto abre una línea a la esperanza, pero es una línea muy delgada. De ahí el
miedo a esa espada que amenaza siempre nuestra cabeza.
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