viernes, 24 de agosto de 2018

23.- Dieu-Merci o el rostro del sida



 
 


Cuando el drama de la enfermedad tiene tintes apocalípticos en África, las cifras pierden su sentido y su realismo. Hablar del 15 o del 20 o del 25 por ciento de africanos afectados por esta plaga actual da casi igual. El sida –o mejor dicho la lucha contra la enfermedad- está presente en cualquier proyecto humanitario en África.
Dieu-Merci (la niña que sostengo en brazos) está en el pabellón de niños enfermos de las Misioneras de la Caridad de Madre Teresa de Calcuta. Una amplia sala de dolencias y males infantiles. La suma de desdichas y carencias. Todos los pabellones de niños enfermos son opresivos y dolorosos. La primera blasfemia contra Dios es la de una madre ante su hijo enfermo o muerto. Quizás la única blasfemia que Dios entiende o perdona, sin necesidad de arrepentimiento.
Dieu-Merci es la cara concreta del sida, los ojos aniquiladores del sida, la metáfora de un África que sufre, entre la resignación y la rabia, esta plaga. La 'peste del siglo XX' ha hecho retroceder el progreso de un buen puñado de países africanos. Ha hecho caer la expectativa de vida (en algún país está ya en los 34 años), ha frenado los pequeños avances conseguidos en educación, sanidad o agricultura. Los retrovirales cuestan un ojo de la cara y las empresas farmacéuticas no quieren dar su brazo a torcer. Y por encima del sacrosanto derecho a la vida, ellas han hecho prevalecer el derecho de patente. Tristemente, la muerte de un solo actor de Hollywood por el sida tiene más resonancia mundial que los cientos de miles de anónimos africanos segados por la guadaña de la enfermedad. Nada nuevo, por otra parte.
Dieu-Merci es el rostro del sida, concreto y descarnado. Esta niña, al menos, será dignamente atendida hasta que su corazón deje de latir, probablemente, según me cuentan, dentro de pocas semanas. No ocurre así con otros tantos millones de africanos que, además de la enfermedad, sufren el rechazo, la marginación y la hostilidad.
La lucha contra el sida también estaba presente en el cotidiano ajetreo del ambulatorio Don Guanella. Los carteles para prevenirlo, los carteles para combatirlo hablaban de ello. El sida también estaba presente en las niñas prostitutas que cada noche se acercaban a la ambulancia del OSEPER a recoger unos pocos preservativos que les alejasen ¿por cuánto tiempo? del contagio maldito.
Los ojos grandísimos de este ángel caído, sus manitas que no consiguen ya apretar mi dedo, su cuerpecillo cadavérico, su rostro al que la sonrisa ya ha abandonado... son la imagen viva, el retrato perfecto de esta enfermedad terrible. 
La pequeña Dieu-Merci está en la antesala de la muerte y aún me ofrece un pequeño regalo: la posibilidad de tomarla en mis brazos, de contemplarla como se contempla un icono en una iglesia, la oportunidad de hacerme pensar, avivar la compasión, tal vez mejorarme un poco. 
Dieu-Merci, al contrario que muchos enfermos de sida, será amada hasta el final de sus días en esta casa congoleña de la compasión. 

Puentes: 25 años de una corriente solidaria. Kinshasa-R.D.del Congo, 2008.



1 comentario:

  1. Cuando las palabras no dicen mas que el silencio, es mejor callar.

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