Nunca antes había participado en una celebración
litúrgica en Casa Guanella tan radicalmente guaneliana. Ocurrió el pasado 25 de
noviembre en la parroquia San Joaquín de Madrid. Y el motivo fue la ordenación
diaconal y presbiteral del joven colombiano Rubén Vargas.
Hacía mucho que no veía a Rubén. Lo había
conocido en 2010 en Amozoc, México. Al día siguiente de mi llegada a la misión,
me acompañó a Puebla para conocer esta hermosa ciudad.
Este domingo me encontré de nuevo con él. El
cuerpo, torpe y cansado; el rostro, hinchado por la enfermedad. Y sin embargo,
en Rubén brillaba, esa mañana, una dignidad que, por humilde, era regia.
Alfonso Martínez me ha tenido informado todo
este tiempo de la enfermedad de Rubén, solicitándome oraciones y novenarios a
San Luis Guanellla y al Hermano Juan Vaccari. Y muchas veces me he imaginado a
Rubén, oscilando entre la tristeza terrible por la enfermedad y la alegría
rebosante por la curación. Isaías lo expresa hermosamente:
Yo pensé: «Ya no veré más al Señor
en la tierra de los vivos,
ya no miraré a los hombres
entre los habitantes del mundo.
en la tierra de los vivos,
ya no miraré a los hombres
entre los habitantes del mundo.
Pero también
Me has curado, me has hecho revivir,
la amargura se me volvió paz
cuando detuviste mi alma ante la tumba vacía
y volviste la espalda a todos mis pecados.
la amargura se me volvió paz
cuando detuviste mi alma ante la tumba vacía
y volviste la espalda a todos mis pecados.
Nada más comenzar la eucaristía –la iglesia
llena y con nutrida participación de personas con discapacidad, de sacerdotes y
religiosas y de colombianos- el obispo auxiliar de Madrid, Mons. José Cobo,
manifestó su alegría por “estar en una parroquia experta en abrazos y besos”. Y
lo expresó con un tono gozoso y lleno de sentimiento. El tono del pastor.
La palabra ‘abrazo’ y la actitud ‘abrazo’
marcarían el resto de la liturgia. Una liturgia, eso sí, con un protocolo algo
caótico, en parte debido a la precipitación de la ordenación, apenas fijada
unos días antes, y en parte debido al estilo ‘manga por hombro’ de los
guanelianos. Es verdad que la doble ordenación complicaba el rito, aunque también es cierto que pocos sabían cuando debían intervenir. Los curas que rodeaban al
obispo, incluidos el General y el Provincial de los guanelianos, hacían de
maestros de ceremonias, pero en verdad dudaban de cuándo se debía recoger la
mitra o el báculo, cuándo debía aparecer en el ambón el lector, o cuándo se
debían acercar los óleos. Por no saber, los intervinientes trabucaban la
palabra ‘presbítero’. Todo eran recaditos entre los acólitos y de estos con el
Obispo. No había nada de la belleza litúrgica benedictina. Todo era protocolo guaneliano.
Pura ‘Arca de Noé’.
Pero la palabra ‘abrazo’, decía, marcó la
jornada. Yo creo que todo el mundo, interiormente, se puso ‘en modo abrazo’.
Sobre los abrazos de Dios a los hombres y de los hombres entre sí versó la
homilía.
Abrazos conmovidos y conmovedores al
neosacerdote. Especialmente el de sus cohermanos, que tanto habían luchado para
que desde la curia madrileña se diese el visto bueno a la doble ordenación. Se
nos aseguró también que el cardenal Osoro había dado todas las facilidades,
teniendo en cuenta la excepcionalidad del caso.
Abrazo especial el que recibió Rubén de José
Antonio, con discapacidad mental. José Antonio estaba revestido con alba
blanca. Todos conocen su afición a hacer de monaguillo. Cuando el nuevo
presbítero recibió el abrazo de los sacerdotes presentes, también José Antonio
se acercó a abrazarlo.
A abrazo sonaron las palabras de gratitud de
Rubén que, con entereza y dignidad sacerdotal, pronunció al final de la misa:
gracias a Dios, a sus padres, a la congregación de los Siervos de la Caridad, y
a todos los presentes. La última palabra de su breve alocución fue
‘misericordia’. Curiosamente en su casulla recién estrenada estaba bordada la
imagen del Cristo de la Divina Misericordia.
Abrazo fue la emotiva carta que desde Caracas
envío la hermana de Rubén y que fue leída al final de la comida. Fue en este
momento, cuando vimos a Rubén verdaderamente emocionado hasta las lágrimas.
Abrazos efusivos y besos gordos y lágrimas a
flor de piel –y no de ritual protocolario- en la interminable fila que se
acercó al besamanos del nuevo sacerdote.
Abrazo fue la cualificada presencia del
Superior General, del Provincial, de los sacerdotes guanelianos llegados desde
Colombia y México y desde Palencia. Subrayaron así el carácter excepcionalmente
‘guaneliano’ de esta ordenación.
Abrazo fue el hecho de que a la una de la
tarde, mientras en Madrid se iniciaba la eucaristía, en todas las comunidades
del mundo guaneliano se hiciera un momento de oración por Rubén.
A Abrazo sonaron las canciones que entonadas
por José Antonio y por Rosy, ambos de la Villa San José, y guitarreadas por el
animado Alfonso Martínez, lograron crear un ambiente de familia, en una
sobremesa distendida y de fiesta mayor.
El genio del cristianismo, según la expresión
de Chateaubriand resplandeció en la pequeña iglesia de los padres guanelianos,
en Madrid. Un cristianismo que pone en el centro de su vida y de su historia la
debilidad, la enfermedad y el sufrimiento humanos. Monsieur Pascal nos sigue
recordando que lo ‘verdaderamente natural del cristianismo es la enfermedad,
porque es en ese momento donde cada ser humano es como debería ser siempre”.
La ceremonia de ordenación de Rubén está ya
en los anales de la historia de esta pequeña congregación, experta en abrazos y
besos a personas frágiles, a personas insignificantes e invisibles para la
sociedad. Los guanelianos saben que el ‘centro’ está en otros lugares, allí
donde se juega la dignidad del ser humano, a secas y sin adjetivos. El ser
humano en su impresionante y terrible desnudez, sin los ropajes del rango
social, de la salud, del estatus económico, de la fuerza, de la inteligencia y
de la belleza.
Oportunamente o por un guiño de la
Providencia, el domingo pasado se celebraba la fiesta de Cristo Rey. El hombre está
hecho a semejanza de Dios, pero un Dios ante Pilato, un Dios azotado y
maltratado, un Dios en los umbrales de la muerte. Allí reina Dios y con él
reina la fragilidad y la debilidad de este mundo. El genio del cristianismo.
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