Con todos los medios –muy poderosos- del rico y próspero
Euskadi, desde hace algún tiempo se intenta blanquear la imagen de la banda
ETA. Una vez que la banda terrorista ha sido vencida por la paciente actividad
de las fuerzas de seguridad del Estado, no queda otra sino hacer ver al pueblo
que lo de ETA hay que entenderlo, que tiene una explicación, que los tiempos
eran convulsos, que eran momentos para la exaltación romántica o
revolucionaria, pero que, en el fondo, no eran malos chicos. Estaban confundidos,
se equivocaron en algunas cosas, pero querían el bien del pueblo, el bien de
Euskalería. Ellos también, a su manera, quisieron construir la paz, la
convivencia, la fraternidad.
Este es el insensato discurso que desde hace algún tiempo se
lanza un día sí y otro no. Hay que lavar la imagen ensangrentada de los
pistoleros –parecen decirnos- en favor de la convivencia y de la normalización.
Nos dicen en mensajes subliminales que sería humillante
pedirles cuentas a los asesinos, exigirles que se arrodillen y supliquen perdón
a las víctimas, que indemnicen, que confieses sus culpas y reconozcan el
fracaso de su proyecto sanguinario.
Las víctimas al final van a ser los malos, los rencorosos,
los vengativos. Y los victimarios van a ser los ‘artesanos de la paz’. Y el
conjunto de la sociedad vasca está camino de lograr este propósito
desvergonzado.
Un episodio que ilustraría todo esto nos lo ofreció la pasada
Navidad. Una reunión de amiguetes, de colegas que, en plan buenista y espíritu
navideño, cocinaron la cena de Nochebuena, se tomaron unos txiquitos juntos y
desearon a los vascos Feliz Navidad. Un particular masterchef inocente y
navideño.
Lo que puso los pelos de punta no es que en esta cena de la
vergüenza apareciese el señor (por llamarle de alguna manera) Arnaldo Otegui,
sino que apareciese también la señora Idoia Mendía, secretaria de los
socialistas vascos.
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