Sudán del Sur alcanzó su independencia en 2011, después de un
referéndum en el que el 98% expresó su voluntad de ser independientes. Al
entusiasmo inicial por la recién ganada independencia, le sucedió la violencia
y las luchas étnicas que generan el ejército y los distintos grupos armados.
Más de la mitad de la población viven en unas condiciones miserables, y hay
cerca de tres millones de desplazados que han huido de la violencia
generalizada de unos y de otros.
Surdán del Sur es uno de esos estados falidos (en África hay
varios). Y sin embargo, sursudaneses de buena voluntad, liderados en primer
lugar por las iglesias cristianas creen firmemente en que esta escalada de
violencia puede ser detenida y que los grupos armados y el gobierno deben ceder
y ponerse de acuerdo en unos mínimos para que la paz alcance el país y, con la
paz, un poco de prosperidad y de bienestar.
Hace unos días, noticia eso sí silenciada por las grandes
agencias informativas, los diferentes líderes aceptaron encontrarse en el
Vaticano para un ‘retiro espiritual’, o lo que es lo mismo para dejarse
interpelar por el grito de los sursudaneses que los que verdaderamente es vivir
en paz, sembrar sus campos, llevar a sus hijos a la escuela y vivir tranquilos
en sus casas.
Ayer, con la presencia del propio Papa y de los Jefes de la
Iglesia Anglicana y de la Iglesia de Escocia, tuvo lugar la ceremonia de
clausura de este encuentro. El Papa leyó su discurso: un llamamiento a buscar
la paz, a defender lo que une y a no encarcelarse en lo que separa. Y al final
este discurso fue ratificado por un gesto inaudito: el papa se arrodilló y besó
los pies de los líderes sursudaneses allí reunidos. Un Papa, cargado de años y
torpe, se arrodilla y besa los pies de los que hasta ese momento han sido
enemigos declarados. Un gesto de humildad, una súplica hermosa, una oración en
toda regla, para que los políticos sean promotores de paz, buscadores de paz, y
hacedores de puentes.
Estoy seguro que millones de sursudaneses se habrán sentido
conmocionados ante el hecho de que un hombre desarmado, vestido de blanco, se
arrodille delante de ‘unos guerrilleros’ y les pida que la búsqueda de la paz
es la verdadera victoria, la única ganancia posible.
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