¿De qué hablar el último
día del año del peor año que ha vivido la humanidad desde hace muchas décadas?
¿De qué hablar después de 12 meses de dolor, muerte, derrumbe económico y
colapso sanitario?
Me lo preguntaba
mientras caminaba esta misma mañana entre los campos anchos de una ancha
Castilla. Y al final he decidido despedir el año hablando de la alegría. Y la
excusa es el recuerdo de un vídeo que me llegó a mediados de 2020: las imágenes
de unos niños huérfanos africanos acompañando con sus bailes la canción de
Jerusalema.
Veo este vídeo y me hago muchas preguntas. ¿Existe la alegría sin
alcohol? ¿Y sin las músicas atronadoras que descerebran? ¿Existe la alegría sin
el vértigo de la velocidad y de los excesos? ¿Y sin el sexo convertido en pura
gimnasia? ¿Existe la alegría fuera de los estadios y de los macroconciertos?
¿Existe la alegría sin las drogas? ¿Existe la alegría sin las compras
compulsivas?
¿Existe la alegría porque sí? ¿Existe la alegría
independientemente de nuestros pies descalzos, de nuestra historia personal
renqueante, de nuestro plato escaso, de nuestra pobre ropa de segunda mano, de
nuestro pasado imperfecto y de nuestro futuro nuboso, de nuestra enfermedad y
de nuestro miedo?
Si lo tenemos todo, ¿Por qué no estamos siempre alegres, risueños,
sonreídores, afables y amables? ¿Por qué nos quejamos de todo o de casi todo,
desde la cola en la seguridad social, al aire acondicionado en la oficina, a la
ropa que no nos conjunta, al metro que llega con dos minutos de retraso, a la
lluvia imprevista…?
¿Por qué nos irritan tanto las cosas que no se ajustan a nuestros
deseos y las personas que no se acoplan a nuestros sueños? ¿Por qué nos gusta
tan poco nuestro cuerpo imperfecto, nuestra casa que no se parece a la del Hola,
nuestra familia con sus enfados y sus cabreos? ¿Por qué andamos enfermos de
tristeza en nuestras naciones opulentas?
¿Y por qué nos admira y nos causa asombro y maravilla la alegría
de un niño pobre que baila alegre como unas castañuelas?
Y sin embargo, la alegría, que es el alimento para el alma, sin el
cual esta desfallece y finalmente muere, estuvo, ha estado y estará en nuestras
vidas. Incluso en 2020, ha existido la alegría. Quizás para verla, hay que
deshacerse de tantas cataratas que turban y perturban nuestra miradas, y que
nos hacen caminar como cegatosos por el mundo y por la existencia.
Existe también la alegría. En la mano que saluda al enfermo desde el otro lado de
la mampara. En el silencio abrazante de quien perdona y acepta ese
perdón. En el reencuentro de dos familiares después de un tiempo de olvidos y
rencillas. En el sabor de un café que anima el corazón y la charla.
Existe también la alegría. En quien carga con una bolsa de
alimentos para el vecino desvalido. En quien manda un whatsapp con un te
quiero. En quien junta sus manos para bendecirte. En quien escucha humildemente
las razones del otro. En quien te agradece de corazón el don de tu tiempo, tu
palabra y tu vida.
Existe también la alegría en el petirrojo que gorjea en la rama.
En el olor del romero al cruzar el jardín. En el atardecer de fuego y oro que
despide al día. En la lluvia que empapa los terrones y hace brotar las
semillas. En la flor del almendro que susurra delicadeza y ternura. En el
perrillo que, loco, se pone de manos al verte entrar por la puerta.
Existe también la alegría. En quien alarga su jornada de trabajo
para consolar a un moribundo. En quien llora de emoción al escuchar la voz de
un padre anciano y lejano. En quien sabe mirar con esperanza el horizonte del
mañana. En quien celebra lo que tiene y no se queja de lo que le falta. En
quien busca la verdad, más allá del prejuicio y de sus intereses. En quien
comparte algo de lo suyo con seres lejanos que jamás podrán decirle gracias.
Existe también la alegría.
Feliz Año Nuevo. Feliz Alegría también en los tiempos oscuros.
Con tu sabiduría y bondad, das un toque de alegría y esperanza.
ResponderEliminarFeliz Año Nuevo, Pocholo, para ti y familia. Y gracias por tus generosas palabras.
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