martes, 5 de enero de 2021

De lecturas y relecturas en 2020






1.       1. Diez lecturas para resumir el año.

      George Steiner murió en 2020, después de una vida académica al servicio de las humanidades. Uno de los últimos intelectuales en defender los saberes clásicos, ahora en grave retroceso por la revolución tecnológica e informática. Pero sin las humanidades, asegura Steiner, será  fácil perder las raíces, saber de dónde venimos, y  luchar contra la barbarie y las ideologías totalitarias  y los populismos.Un largo sábado es un libro-entrevista muy interesante para quien quiera conocer las inquietudes y los desvelos de este humanista. El libro es también mérito de la periodista francesa Laura  Adler que, mediante inteligentes preguntas, sabe sacar lo mejor del escritor. El título -que contiene la palabra sábado- es altamente significativo. Steiner no renunció nunca a su origen judío, si bien se mantuvo alejado del sionismo y más alejado aún de la manera de conducirse del estado de Israel. Pero Steiner defiende la aportación impresionante del mundo judío a la Historia con mayúsculas. Interesante un apunte: El judío ante un libro, una obra de arte, siempre piensa: “puedo mejorarlo”. Y no por arrogancia, sino por esa tensión de superaración, de esfuerzo y de búsqueda de la excelencia. Steiner es un ateo que sabe que la oposición del modernismo y de la progresía a la tradición bíblica es simplemente un suicido para Occidente. Una larga y enriquecedora entrevista para ocuparnos del ser humano que trabaja, lucha, pero que también tiene el sábado para descansar, para releer su historia, para sosegar su corazón y para tratar de entender los sentires y los pensares de otros hombres. Su reflexión sobre el ser humano que es un invitado a la vida y que, al acabarla, debe dejar esta casa un poco mejor de como la encontró, me parece fascinante.


 

En uno de los momentos más convulsos de la historia de la Compañía de Jesús, Pedro Arrupe fue llamado a dirigirla como su Prepósito General (1965-1983). Este vasco universal  fue testigo ocular, un 6 de agosto de 1945, de la explosión de la primera bomba atómica sobre la ciudad de Hiroshima, una tragedia que le marcaría para siempre. El hecho de que, además de sacerdote, fuese médico, le permitió curar a los muchísimos heridos que, de todas partes, acudían a la casa de los jesuitas. Hay que remontarse varios siglos atrás para encontrar un general jesuita tan carismático. Pedro Miguel Lamet traza una biografía apasionante de un hombre verdaderamente fascinante. Arrupe fue uno de los mejores lectores del mundo y de la Iglesia en los tiempos inmediatos al Concilio Vaticano II. El primero en avistar el problema de los refugiados, para los cuales crea el Servicio Jesuita a Refugiados. Su paso por Japón le acercó a la espiritualidad oriental y a sus maneras de meditación y de oración. Su mentalidad abierta, le acarrearía algunos sonoros encontronazos con el Vaticano, aunque, como buen hijo de San Ignacio, su obediencia al Papa estuvo fuera de toda duda.  En 1981, sufrió un severo ictus, por lo que tuvo que empezar de cero, como un niño pequeño, a leer, andar o escribir. Así pasó la última década de su existencia: conviviendo con el sufrimiento y la enfermedad, lo que dejó admirados a todos los que le conocían. Sus últimas palabras: “Para el presente, amén; para el futuro, aleluya”. En uno de sus viajes –cuenta él mismo- recibió su regalo más hermoso. Al acabar una celebración, un campesino indígena le pidió que le acompañara. Le llevó hasta un rincón y le dijo: “Padre, mire, le he traído hasta aquí para que vea este atardecer”.

 

El Orden del día, la breve novela del joven escritor Éric Vuillard con la que obtuvo el Goncourt , nos lleva a un momento clave de la historia de Alemania que tantas desastrosas consecuencias traería para el resto del mundo:  el 20 de febrero de 1933. Ese día los principales industriales alemanes fueron a mostrar a Herr Hitler su apoyo sin fisuras y sin peros, y también sus millones de marcos al proyecto nazi. A cambio le pedían seguridad para sus negocios y unas leyes más acordes con sus intereses. Perfectamente vestidos, allí estaban todos: Los Krupp, Bayer, Afga, Opel, IG Farben, Siemens, Allianz, Telefunken, porque “las empresas no mueren como los hombres. Son cuerpos místicos que no perecen jamás”.

Los sueños locos de un loco personaje no prosperan sin muchas adhesiones y muchos aplausos. Y no sólo los apoyos del capital sino también los apoyos de muchos ciudadanos en las calles, las fábricas, los hogares y las cancillerías. Es una lección para la Historia, útil en estos tiempos de desmemoria, amnesia y tics populistas que siempre acaban siendo políticas autoritarias. Y también para no olvidar nunca que el poder económico manda ahora como nunca lo ha hecho antes, capaz de adaptarse para no perder influencia y peso. Una buena novela francesa, con una prosa limpia y con un mensaje necesario.

 


El periodista Ramón Lobo llega a Kabul, como corresponsal de El País, en 2009, para cubrir las primeras elecciones de Afganistán. Aparte de las crónicas enviadas a España para intentar comprender la trágica y esperanzada situación de Kabul, capital de Afganistán, después de la inusitada violencia sufrida durante décadas, primero con la invasión del Ejército Rojo y después con la Revolución de los talibanes, el autor aprovecha su estancia en la capital afgana para escribir un libro. En Cuadernos de Kabul, Ramón Lobo posa su mirada en las personas anónimas que, a pesar de la guerra y sus ‘daños colaterales’, intentan y se esfuerzan por llevar una vida ‘normal’. La desigual batalla de ciudadanos sencillos es descrita por el autor con inmensa ternura y con esperanza. Un barbero, un cambista, las ruinas de lo que fue un cine, un equipo femenino de fútbol, el niño que vende vasos de agua en el zoológico, los adolescentes que vuelan cometas, el panadero que acude a su cita diaria con la harina y el horno. El desafío de la reconstrucción de Kabul y el trabajo de los ‘sencillos hombres, mujeres y niños para llevarla a cabo’. Mientras muchos periodistas se limitaban a transmitir literalmente los partes oficiales y los teletipos de las grandes agencias, Ramón Lobo bajó a las casas y a las calles, tal vez ruidosas y sucias, pero sin duda las únicas donde era posible captar el respirar cotidiano de los afganos.


 Fratelli tutti. Esta expresión pronunciada por frate Francesco hace 800 años en Asís ha sido retomada por el Papa para escribir una encíclica sobre la fraternidad y la amistad social. En cierto modo, se trata del proyecto del Papa para ‘sanar el mundo’ después de la Guerra del Coronavirus. En un momento sin liderazgos mundiales, donde los dirigentes políticos, sindicales o intelectuales están a la altura del betún, el único referente mundial, la única voz que suena distinta y clara es la del Papa Francisco. Fratelli tutti hace un análisis certero de los males que acosan el corazón humano y el corazón del mundo, y propone una globalidad de los afectos, una fraternidad universal basada en los derechos humanos, la justicia y la distribución equitativa de los bienes de la tierra. Y pide a las religiones que sean promotoras de la única globalización que merece la pena: la del bien y la de la paz entre creyentes y no creyentes. Cada página de esta encíclica está cargada de mensajes inspiradores, de frases a subrayar, de ideas que invitan a la reflexión y al cambio. En el encuentro celebrado en Abu Dabi con el Gran Imán de Ahmad Al-Tayyeb, ambos pudieron proclamar: “Asumimos la cultura del diálogo como camino, la colaboración común como conducta; el conocimiento recíproco como método y criterio”.

 

Javier Reverte, el escritor viajero con más lectores de este país, nos dejó el pasado otoño. Un buen libro de viajes, si es bueno, tiene que suscitar en el lector las ganas de hacer la mochila y coger el tren o el avión para presentarse en las calles y paisajes que el escritor nos ha descrito. A mí me sucedió con este libro. Pero este viaje italiano de Reverte tiene mucho de literatura y de amor a los escritores de una determinada geografía. Cuando Reverte viaja a Venecia, va en pos de Thomas Mann y su gran novela Muerte en Venecia. Cuando visita Trieste busca las huellas del delicado poeta Rilke y sus elegías de Duino. Y cuando se planta en Sicilia, no puede por menos que recorrer, como un creyente perseguidor  de reliquias, los lugares que Giuseppe Tomasi, Príncipe de Lampedusa y autor del Gatopardo, pisó, amó y detestó de su amada y odiada Sicilia. Y son las páginas dedicadas a este libro y a este autor las que a mí me han gustado más, quizás porque la novela de El Gatopardo me parece algo grande dentro de la narrativa italiana, y porque la bellísima película de Visconti aún danza en mi cabeza, como lo hicieron durante 40 minutos Burt Lancaster y Claudia Cardinale.


 Primero conocí al autor en una tanda de conferencias en la ciudad de Valladolid. Un comunicador nato y un hombre que transmitía una pasión ilimitada por el Libro de los Libros. Luego, lo conocí como lector. Este cuaderno titulado La casa sin paredes de la vida es un poético y profundo análisis del Cantico delle Creature o Cántico del Hermano Sol, de Francisco de Asís, y del que Borges diría que ‘contenía en sí todo el universo’. Leer este pequeño ensayo al lado del río Duero, o desde el altozano donde se contempla el atardecer, o junto a los campos de los girasoles, o de los trinos de los pájaros y las hierbas humildes del campo, ayuda bastante. No es que Francisco fuera un ecologista, ni un ‘verde’ de hace ocho centurias. Es mucho más. Francisco “escribe poco a poco este poema y el poema le va escribiendo a él”. El poverello es un hombre que se ha desnudado de todo para vestirse de Dios. Y de ahí procede su mirada inocente y virgen sobre el Criador y las criaturas: el sol, la luna, el agua, el fuego, la hierba, los frutos, la muerte y, sobre todo, los hombres que, perdonando por amor al Creador, consiguen no deformar la imagen de Dios en este mundo que sigue siendo hermoso. Francisco con su Cántico y Víctor con este cuaderno nos invitan a entender que “todo lo verdadero es frágil y de todo lo frágil emerge lo bello. Y de esta triple cuerda (verdad, fragilidad y belleza), la vida anuda el misterio de amor que nos alienta”.

 

José Jiménez Lozano fue un escritor total. Ensayos, novelas, cuentos, poesía y  diarios. Para mí, los Dietarios fueron lo mejor de su obra. Fueron los que más me enseñaron. Me dieron a conocer pensadores y escritores de los que yo no había oído hablar jamás, pero sobre todo me enseñaron a leer la realidad desde una perspectiva genuinamente humana y, al mismo tiempo, lejana de las modas, de los ‘ismos’,  y de las gafas de lo políticamente correcto. Jiménez Lozano fue el último de los ‘avisadores’, en el sentido de que nos avisó de por dónde se iba a despeñar el mundo si continuábamos practicando, acríticos, el credo de la modernidad (la ingeniería biológica y social, la cristofobia, el horror a los libros, el desprecio por la historia, etc., etc) y la insulsa felicidad que se nos ofrece ‘para nuestro bien”, como nos dicen los telediarios  y los portavoces de las ideologías imperantes cada día y cada noche.

Evocaciones y Presencias es el diario póstumo del escritor abulense que llevó siempre una vida retirada en Alcazarén.  Este dietario corresponde al periodo 2018-2019. El título –Evocaciones y Presencias- dice mucho. Jiménez Lozano evoca figuras, páginas, noticias, voces que son auténticas presencias en el día a día de los humanos. Pondré un ejemplo. El autor evoca una página de Enmanuel Levinas en la que recuerda su paso por el campo nazi, reducido a una rata, a un no-ser por sus guardianes y por unas ideas. Pero en el campo había un perro vagabundo que se había unido al pelotón y que les acompañaba al trabajo, y con ellos volvía ladrando y moviendo la cola. Y Levinas escribe. “Por él fuimos hombres”.

 

Empecé a leer este libro por curiosidad y también porque la autora es una Tordable (cuarto apellido en su caso), una lejana pariente de un apellido minoritario en España. El libro de Paz Velasco de la Fuente se ha convertido en poco tiempo en un manual imprescindible en las facultades y en los departamentos de policías y jueces donde se estudia la criminología como ciencia. Me rindo ante la capacidad sintetizadora de la autora, la falta de prejuicios a la hora de hablar de ciertos temas (por ejemplo de los crímenes cometidos por mujeres, que no son pocos), y sobre todo por ahondar en algunas ideas que considero de máximo interés: el problema del mal, las causas de los comportamientos criminales, las vidas rotas y las infancias truncadas detrás de muchos asesinos, la fascinación por el dominio sobre el otro, el deseo imperioso de hacer entender a la víctima que su vida depende de él, la apariencia de normalidad –incluso de ejemplaridad- que es connatural a muchos de los mayores criminales y asesino en serie,  la fascinación que muchos criminales y canallas de la peor calaña ejercen sobre algunas mujeres hasta el punto de convertirse en sus amantes o colaborar estrechamente en sus crímenes. Y sobre todo: dónde está la delgada línea que separa a un hombre corriente y normal de un asesino. ¿Estamos libres de cruzarla? Es algo verdaderamente inquietante. El libro suscita muchas preguntas, pero también da muchas respuestas.

  


Cuando concedieron el Premio Nobel de Literatura a Svetlana Alexievich fueron muchos los que dudaron de que el galardón fuera merecido. En el fondo, la escritora bielorrusa se había dedicado toda su vida a registrar en su grabadora las historias que otros le habían contado y a a transcribirlas. Y en cambio, ¿por qué gustan tanto sus libros? Tal vez porque, en cada uno de ellos, recoge todos los puntos de vista posibles y todas las voces que tuvieron que ver con algún acontecimiento. No son libros con un protagonista, sino con multitud. Son libros corales. Desde que leí su libro sobre la tragedia de Chernobyl, Svetlana ha sido una habitual en las lecturas de los últimos años. En esta ocasión, la autora recoge los testimonios de los que durante la Segunda Guerra Mundial, en una Unión Soviética alcanzada por el poder nazi, eran unos niños. Su infancia estuvo marcada por la violencia, el hambre, la escasez y los enormes sacrificios. Representan a la generación sin infancia, que pasó de la cuna a trabajar los campos o a cuidar a los heridos.  Toda la vida de estos niños ha consistido en tratar de entender lo que pasó, perdonarse  a sí mismos algunos de sus comportamientos, absolver a sus verdugos e intentar seguir adelante, a pesar de la violencia ejercida sobre sus pequeños cuerpos o almas.  


2.       2. Dos relecturas


Cuando el 1 de enero empecé la relectura de El Quijote, nada hacía presagiar que estábamos a las puertas de una de las bromas más pesadas de nuestras vidas: la pandemia. Cuarenta años después de la primera lectura y de varias relecturas, el Quijote me sigue haciendo reír y pensar. Y también me sigue asombrando y haciéndome feliz (una cualidad de algunos libros insuperables). Para Unamuno, El Quijote era el Evangelio que Dios había dado a los españoles. Y Camilo José Cela decía que España, el día del Juicio Final, podrá presentar el Quijote y La destrucción de las indias (Bartolomé de las Casas) para no ir de cabeza al infierno. Los novelistas, ya se saben, sólo deben rendir cuentas ante Cervantes. En mi biblioteca hay dos ejemplares del Quijote que salvaría de cualquier incendio y de cualquier diluvio: uno de ellos estaba en la Biblioteca del Colegio de Aguilar de Campoo y me fue regalado cuando se clausuró allá por 1991. El otro me fue regalado por un ‘anónimo’, tras atenderle, en mi oficina, “como merecía él y merecía su caso”, según él, después de llamar a mil teléfonos y mil ventanillas, me confesó.

 Siempre me he preguntado cómo habrá gente que, sabiendo que se va a morir,  no lee estos dos libros: la Biblia y El Quijote.

 

Decía George Steiner que, por muy ateo y agnóstico que uno sea, cuesta mucho afirmar que haya sido un ser humano el que haya escrito ciertos libros, entre ellos el Libro de Job. Releí el Libro de Job en pleno confinamiento duro del mes de abril, en la bellísima traducción que hizo Luis Alonso Schökel de este hermoso poema. Lo que sucede con los libros eternos es que saben leer nuestro presente. No es verdad que leemos libros. Son los libros –algunos pocos- los que nos leen a nosotros. En Job está el misterio del mal, las preguntas que nos suscitan la enfermedad y la desgracia. Job es el más impaciente de los pacientes y por ello se atreve a pedir cuentas a Dios de su dolor y de su miseria. Job no se conforma. Job quiere conocer cómo se mueve el corazón de Dios cuando los hombres injustamente sufren, se desesperan, lloran y mueren. En Job hay pocas respuestas, pero todas las preguntas del hombre moderno ya están en los bellísimos -amargos o dulces- versos de Job. El alma humana se retrató definitivamente en este libro de Job, escrito hacia el año 500 antes de Cristo.


3.     3.  Y un libro muy especial.


Me reconozco parcial y subjetivo al hacer la crítica de este brevísimo cuento escrito por chicos y chicas con discapacidad intelectual de Villa San José. Les conozco de cara y nombre y he frecuentado la casa donde viven y trabajan. Pero esto no quita mérito a este pequeño libro: la historia de Azahar, de su llanto por la pérdida de un ser querido, de su enamoramiento singular por un joven, de sus problemas de convivencia con sus compañeras, de su aprendizaje de cómo funciona su corazón y el corazón de los demás… Es un cuento que refleja la vida de tantos chicos y chicas con discapacidad, pero que también refleja nuestra vida, porque ninguna diferencia hay entre ‘ellos’ y ‘nosotros’. Todos somos capaces de muchas cosas y todos, a la vez, somos discapacitados para otras tantas. Las bonitas ilustraciones que acompañan al cuento hacen aún más valioso este paseo por el jardín de mis emociones.


***

Y dicho todo esto, ¿Te atreves a sugerirme algún libro que te haya gustado en 2020?

























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