“Eso es lo que son, unos cobardes y unos
sinvergüenzas que son capaces de dejar a las mujeres y a las niños en manos de
esos desgraciados”. La sentencia
procede de un hombre jubilado que toma su primer café en el bar del pueblo. Son
las ocho y media de la mañana. He salido de mi casa cuando aún las luces
estaban encendidas en las calles de Quintanilla.
He recorrido los casi ocho kilómetros en un estado de gracia. Es esta la hora
que más gusta al caminante. La tierra huele a recién estrenada, los pajarillos
bailan sobre mi cabeza con sus trinos y sus chillidos, tres corzos brincan por
el pinar, el agua del Duero prosigue sin pausa su marcha hacia el mar en medio
de chopos y álamos. Cuando llego a Pesquera
de Duero, me encamino al bar Cañas y
barro, donde una jovial camarera me sirve, antes de pedirlo, mi café con
leche. En otra mesa de la terraza, dos hombres toman su café. Uno de ellos, voz
clara y seria, es el que pronuncia la frase que encabeza este escrito. Una
frase que en seguida entiendo: los “cobardes y los sinvergüenzas” son Estados Unidos,
Europa, la Otan y España; los “desgraciados” son los talibanes; las “mujeres y las niñas”
son las mujeres y niñas afganas.
Después de una
caminata pastoril, la realidad irrumpe abruptamente. Y en este caso no me llega
por el corresponsal en Kabul, asomándose al telediario, sino por la sentencia
acertada de un cliente del bar. La realidad violenta de Afganistán se impone
sobre pinares, vencejos, corzos y amaneceres.
Al volver a
casa, busco más noticias. Efectivamente en el aeropuerto de Kabul se están
viviendo horas dramáticas. Los seis mil soldados norteamericanos se ven
impotentes para contener a los miles de afganos que desesperadamente buscan una
plaza en algunos de los aviones fletados por las cancillerías para sacar a toda
prisa a los diplomáticos, a los ciudadanos extranjeros y a los traductores
afganos que colaboraron estrechamente con los soldados de muchas naciones. ¡Desesperados
afganos que se aferran como pueden al fuselaje de los aviones para, al
instante, caer sobre la pista de cemento.
Veo otra foto:
un grupo de afganos hacen cola ante la frontera de Pakistán e imploran piedad
para entrar en el país vecino. Van conduciendo carretillos sobre los que han
colocado a sus hijos pequeños y las maletas donde encierran toda una vida.
Después de
leer las noticias en varios periódicos, la sentencia airada del jubilado del
bar me parece un resumen excelente. Veinte años de esfuerzos diplomáticos,
miles de soldados, millones y millones de dólares invertidos no han servido
absolutamente para nada. ¿Qué estrategia ha seguido el presidente de Estados
Unidos, Sr Biden, para retirar súbitamente a sus tropas? ¿Qué fuentes manejaba
para declarar que el gobierno afgano estaba en condiciones de hacer frente a
los grupos talibanes? ¿Qué canales de información tenían las cancillerías extranjeras
para no percibir, ni de lejos, el rapidísimo avance de los talibanes y su
llegada a Kabul en pocos días? ¿Le importa algo a Naciones Unidas la suerte de
tantos afganos, sobre todo la suerte de tantas mujeres y niñas? ¿O es que tanto
los Estados Unidos o el resto de naciones con soldados en la zona lo han hecho
tan rematadamente mal que la población civil estaba tan harta que ha franqueado
el paso a los talibanes? ¿Dónde iba a parar el dinero que llegaba a espuertas
para la reconstrucción de Afganistán y para poner las bases de una pacificación
duradera? ¿Nadie va a rendir cuentas de esa corrupción generalizada que, según
los periodistas internacionales, nadie quería ver, hasta el punto de que
Occidente pagaba y armaba compañías y batallones del ejército afgano que no
existían más que en el papel? ¿Qué países o qué inconfesables intereses
económicos están detrás de esta victoria relámpago? ¿Quiénes han pagado la
factura del avance imparable de las milicias de talibanes? ¿Por qué la
comunidad internacional ha abandonado Afganistán a un régimen brutal, después
de poner sobre la mesa tantos recursos humanos y tantos dineros? ¿Han cambiado
los intereses de unos y de otros? ¿Ha tirado la toalla Occidente, tras
comprobar que democracia e islamismo son absolutamente incompatibles?
Los
periodistas que conocieron el anterior régimen talibán y que fotografiaron o
escribieron sobre las brutalidades cometidas, no se creen del todo el discurso
moderado de los jefes talibanes que hablan de respeto a los que colaboraron con
el gobierno afgano o con los soldados extranjeros desplazados, y que dicen
estar interesados en una transición pacífica y en poner las bases para la
pacificación del territorio afgano que tantas páginas dramáticas ha ocupado en
las últimas décadas. Gervasio Sánchez,
el fotógrafo y periodista y uno de los que mejor conoce Afganistán escribía hoy
mismo: "La comunidad internacional,
es decir Estados Unidos, la OTAN, España, la ONU... han dado una lección de
cobardía escandalosa, han actuado de manera vergonzosa, son unos cobardes
que han dejado empantanado a un país en manos de un régimen brutal"
Todos tenemos
en la memoria las imágenes de “bultos
andantes bajo el burka”. ¡Eran
mujeres, no eran bultos! Pero habían sido reducidas a simples bultos que
caminaban por las calles polvorientas de Afganistán.
La mitad de la población condenada a la invisibilidad. ¿Cuál será su destino a
partir de ahora? (Por cierto y entre paréntesis ¿Dónde está el clamor del
feminismo de este país, habitualmente tan vocero?) ¿Qué veneno de odio tan
eficaz encierra el discurso talibán para que un padre, un hermano, un hijo, un
amigo sea capaz de asentir a tamaña vileza? En fin, muchas preguntas y muy
pocas respuestas. Cuesta creer el discurso de algodón de azúcar de los
talibanes. Y también cuesta creer que los 20 años de ayuda internacional multimillonaria
se hayan desvanecido en pocos días. ¿Alguien lo entiende? ¿Qué razones oscuras
mueven a los hombres y a la Historia?
El solo
recuerdo de “aquellos bultos andantes”,
verdadera página ignominiosa de la Historia, nos debería avergonzar un poco y
presagiar lo peor.
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