miércoles, 11 de agosto de 2021

Multiplicación de las casas de apuestas

 




La brillante serie de televisión Broken (de Ashley Pearce y Noreen Kershaw, 2017) cuenta la historia de un cura católico en una ciudad provinciana del Norte de Inglaterra, y todo  los dilemas morales a los que tiene que hacer frente en un barrio golpeado por la crisis económica. Uno de los personajes que aparece es una mujer adicta a las casas de apuestas. Aparentemente lleva una vida normal, casi exitosa, pero su incapacidad para abandonar el juego hace que tome decisiones equivocadas que, al final, la precipitan a un callejón sin salida o  con una salida desesperada: el suicidio.

Al mismo tiempo que veía esta serie, notaba cómo surgían en los barrios de mi ciudad, barrios obreros y humildes, casas de apuestas por doquier. Conjugan las pequeñas apuestas, las máquinas tragaperras, la cafetería y la retransmisión de importantes partidos de fútbol. Tras los cristales biselados se intuía la emoción por la apuesta, la alegría por el premio, la  decepción por la pérdida, la culpa, el arrepentimiento, la promesa de nunca más.

Desde el primer momento me llamó la atención que muchos de los que cruzaban el umbral de esta casa de apuestas eran personas humildes, trabajadores, emigrantes, parados y chicos jóvenes. Quizás mi observación no sea exacta, pero no creo que me equivoque demasiado. Antes el Casino gozaba de un cierto prestigio y de un cierto glamour. Estaba instalado en la parte noble de la ciudad o en las afueras, en palacetes, y la gente que lo frecuentaba, muy probablemente podía permitirse algunas pérdidas y algunas deudas.

Al mismo tiempo que instalaban una o varias casas de apuestas en cada barrio se multiplicaban las apuestas on line. Y lo que resulta vergonzoso: unos cuantos personajes célebres y conocidos, muchos de ellos del ambiente del fútbol, es decir, una especie de héroes a imitar, hacían publicidad de las apuestas, y nos invitaban a jugar unos pocos euros porque rápidamente se multiplicarían y podríamos olvidar un poco nuestras vidas vulgares y grises. Como cualquier juego de dinero, las apuestas nos prometen el dinero rápido envuelto en colorines de felicidad y superación de nuestras pobres existencias.

En un momento en que estaban prohibidos taxativamente los anuncios de bebidas espirituosas y de tabaco, se daba una tolerancia intolerable con la publicidad de casa de apuestas (sé que esto ha cambiado en parte y parece que aún serán más estrictos en el futuro inmediato). Espero que la tolerancia sea cero en este caso. No parece lógico que no se pueda anunciar un vino, porque incita al alcoholismo, o una cajetilla de tabaco, porque incita al tabaquismo y se pueda anunciar las apuestas que llevan a la ruina a tantas familias, y que generan, además de endeudamiento,  discusiones y rupturas en el seno familiar, y bastante violencia.

“Las casas de apuestas son la ruina de un barrio”, rezan de vez en cuando los grafittis y pasquines que protestan contra esta lacra de las casas de apuestas. No sé si es la ruina de un barrio, pero sí la ruina de muchas familias. El sueldo de un humilde trabajador merma un tanto antes de llegarlo a compartir con la familia. Y algunos jóvenes prefieren apostar los 20 euros de propina dominguera antes que ir al cine o a tomarse unas cañas con los amigos. Y más de un emigrante se gasta la remesa destinada a su familia en cualquier país de África o de Latinoamérica. Las adicciones –y esta lo es- a veces arrastran a sus protagonistas a callejones sin salida, donde nunca hubieran querido entrar.

El fenómeno de la multiplicación de las casas de apuestas por los barrios y la explosión de las apuestas on line (algo que cuenta con la discreción social) son datos sociológicos preocupantes. Y también el síntoma de una sociedad que quiere escapar de la realidad y abandonar la mediocridad económica por caminos equivocados que suelen pagarse caros. ¿O asistimos, quizás, al resultado de una sociedad programada para las adicciones compulsivas? ¿Quiénes están tan interesados en ello?



No hay comentarios:

Publicar un comentario

A destacar

Una temporada en el infierno

            En una estación de París, desciende un joven de 16 años, cuerpo atlético, pelo alborotado y ojos azules. Se llama Arthur Rimbaud...

Lo más visto: