La brillante serie de televisión Broken (de Ashley Pearce y Noreen Kershaw, 2017) cuenta la historia
de un cura católico en una ciudad provinciana del Norte de Inglaterra, y
todo los dilemas morales a los que tiene
que hacer frente en un barrio golpeado por la crisis económica. Uno de los
personajes que aparece es una mujer adicta a las casas de apuestas.
Aparentemente lleva una vida normal, casi exitosa, pero su incapacidad para
abandonar el juego hace que tome decisiones equivocadas que, al final, la
precipitan a un callejón sin salida o con una salida desesperada: el suicidio.
Al mismo tiempo que veía esta serie, notaba cómo
surgían en los barrios de mi ciudad, barrios obreros y humildes, casas de
apuestas por doquier. Conjugan las pequeñas apuestas, las máquinas tragaperras,
la cafetería y la retransmisión de importantes partidos de fútbol. Tras los
cristales biselados se intuía la emoción por la apuesta, la alegría por el
premio, la decepción por la pérdida, la
culpa, el arrepentimiento, la promesa de nunca más.
Desde el primer momento me llamó la atención que
muchos de los que cruzaban el umbral de esta casa de apuestas eran personas
humildes, trabajadores, emigrantes, parados y chicos jóvenes. Quizás mi observación
no sea exacta, pero no creo que me equivoque demasiado. Antes el Casino gozaba
de un cierto prestigio y de un cierto glamour. Estaba instalado en la parte
noble de la ciudad o en las afueras, en palacetes, y la gente que lo
frecuentaba, muy probablemente podía permitirse algunas pérdidas y algunas
deudas.
Al mismo tiempo que instalaban una o varias casas de
apuestas en cada barrio se multiplicaban las apuestas on line. Y lo que resulta
vergonzoso: unos cuantos personajes célebres y conocidos, muchos de ellos del
ambiente del fútbol, es decir, una especie de héroes a imitar, hacían
publicidad de las apuestas, y nos invitaban a jugar unos pocos euros porque rápidamente
se multiplicarían y podríamos olvidar un poco nuestras vidas vulgares y grises.
Como cualquier juego de dinero, las apuestas nos prometen el dinero rápido
envuelto en colorines de felicidad y superación de nuestras pobres existencias.
En un momento en que estaban prohibidos taxativamente
los anuncios de bebidas espirituosas y de tabaco, se daba una tolerancia
intolerable con la publicidad de casa de apuestas (sé que esto ha cambiado en
parte y parece que aún serán más estrictos en el futuro inmediato). Espero que
la tolerancia sea cero en este caso. No parece lógico que no se pueda anunciar
un vino, porque incita al alcoholismo, o una cajetilla de tabaco, porque incita
al tabaquismo y se pueda anunciar las apuestas que llevan a la ruina a tantas
familias, y que generan, además de endeudamiento, discusiones y rupturas en el seno familiar, y
bastante violencia.
“Las casas de
apuestas son la ruina de un barrio”, rezan de vez en cuando los grafittis y pasquines que protestan contra esta
lacra de las casas de apuestas. No sé si es la ruina de un barrio, pero sí la
ruina de muchas familias. El sueldo de un humilde trabajador merma un tanto
antes de llegarlo a compartir con la familia. Y algunos jóvenes prefieren
apostar los 20 euros de propina dominguera antes que ir al cine o a tomarse
unas cañas con los amigos. Y más de un emigrante se gasta la remesa destinada a
su familia en cualquier país de África o de Latinoamérica. Las adicciones –y
esta lo es- a veces arrastran a sus protagonistas a callejones sin salida,
donde nunca hubieran querido entrar.
El fenómeno de la multiplicación de las casas de
apuestas por los barrios y la explosión de las apuestas on line (algo que
cuenta con la discreción social) son datos sociológicos preocupantes. Y también
el síntoma de una sociedad que quiere escapar de la realidad y abandonar la mediocridad
económica por caminos equivocados que suelen pagarse caros. ¿O asistimos, quizás,
al resultado de una sociedad programada para las adicciones compulsivas?
¿Quiénes están tan interesados en ello?
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