La Divina liturgia de Kirill. Cuando cayó
el muro de Berlín y llegó la Perestroika a la Unión Soviética, la Iglesia Ortodoxa
fue recuperando paso a paso el protagonismo estelar que siempre tuvo en Rusia.
Los cristianos salieron de sus catacumbas y los templos volvieron a ser templos
(no olvidaré nunca la historia de aquel trabajador soviético en un gallinero. Un
día alza los ojos y descubre los mosaicos espléndidos de una antigua iglesia:
un Cristo mira dulcemente al pobre
granjero en el mismo lugar donde durante siglos se había rezado). Putin
convirtió a la Iglesia Ortodoxa en uno de los pilares de su proyecto político,
el pegamento necesario para cohesionar a todas las ‘rusias’, desde el mar
Báltico a Siberia. Ucrania siempre fue una nota discordante, porque la
población se reparte al 50% entre ortodoxos y católicos de rito oriental. En
esta guerra, el elemento religioso no es despreciable. Putin y Kirill mantienen
gran armonía ideológica en sus visiones del mundo y de Dios. Putin identifica
Rusia con Iglesia Ortodoxa y Kirill (Patriarca de Moscú y de toda Rusia) identifica
Iglesia Ortodoxa con el alma rusa. Así de sencillo. Pero ha llegado la guerra
donde a todo el mundo se le exige posicionarse. A Kirill, en razón de su cargo,
se le presuponía una aversión congénita a la guerra, a la destrucción y a la
muerte de los inocentes. Pero todo parece indicar que en él está prevaleciendo
el homo politicus por encima del homo religiosus. El hermano
universal cristiano queda muy por debajo del ciudadano ruso. ¡Ahí está su
tragedia! Comulga con Putin en demasiadas cosas y su visión del cristianismo resulta
bastante reduccionista: una moral de ciudadano patriota, heterosexual y
rezador. Un poco pobre, ¿no? Y ahora, como difícilmente puede justificar la
invasión rusa, la anexión, las matanzas de civiles, los millones de refugiados,
la pobreza que llegará también para sus propios compatriotas rusos, habla de un
Occidente corrupto, consumista, pansexualizado, descristianizado y sin valores.
Kirill en la Divina Liturgia del pasado domingo vino a decirnos, si no he
entendido mal, que un desfile gay en cualquier ciudad europea es mucho más reprobable
que el desfile mortífero de las tropas rusas en suelo ucraniano. ¡Pobre Kirill!
***
La única batalla permitida. Hace unas horas que estos cinco niños han
llegado a una casa en Rumanía. Les esperaban un plato caliente en la mesa, una
ducha reparadora y ropa limpia. Y después, después, un partido de futbolín.
Cuatro seminaristas guanelianos contemplan ensimismados a estos cinco niños.
Junto a otros 28 niños vivían en un pequeño orfanato de Ucrania. Cuando empezó
la guerra, sus cuidadores les sacaron a toda prisa del país, en medio de un
caos mayúsculo, en medio del silbido de las balas, del estruendo de las bombas,
del dolor amargo de todo un pueblo y de una despedida de besos y lágrimas de
sus cuidadores. En la frontera con Rumanía, como acordado, los entregaron a la
misión Guanella. Allí serán cuidados, amados y protegidos hasta que un día,
también como acordado, puedan volver a su patria, a su lengua, las canciones
infantiles, las comidas tradicionales… Mientras tanto, estos cinco niños, lejos
de la bruticie de los mayores y la sinrazón de los mandamases, juegan. Una
partida de futbolín es lo que estos niños necesitaban después de largas
jornadas de miedo e incertidumbre. Una partida de futbolín debería ser la única
batalla permitida en este mundo. En la habitación, al fondo de la misma, un
crucifijo parece la mejor metáfora para hablar de la inocencia masacrada en
estos tiempos de plomo. ¿Tendrán los señores de la guerra la última palabra?
Cinco niños felices juegan al futbolín. De alguna manera, ellos representan el futuro
de Ucrania.
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