Monjas con síndrome de Down. Cae en mis manos un vídeo sobre una comunidad
religiosa que admite a mujeres con síndrome de Down. En los años 80, una mujer
francesa, Line, con vocación religiosa conoce a Véronique, una adolescente con
síndrome de Down que le manifiesta sus deseos de hacerse religiosa. Empieza
para ellas una odisea de convento en convento, pero todas las puertas se
cierran con un portazo. Animadas por el científico Jerome Lejeune (investigador
de este síndrome), encontraron comprensión en el obispo de Tour, y así surgió
una congregación nueva, las Hermanitas Discípulas del Cordero, primer convento
en admitir a chicas con dicho síndrome. En este momento 10 mujeres forman esta
comunidad, de las cuales 8 de ellas tienen síndrome de Down.
Parece que la vida
pautada y ritmada de la clausura ayuda mucho a estas personas. Misa diaria,
horas de oración, trabajos en los talleres de tejido y cerámica, cuidado de las
plantas medicinales, son tareas que asumen con toda seriedad y con gran
profesionalidad. Madre Line afirma que “son personas dotadas de una gran
espiritualidad y traen alegría a la sociedad y, sobre todo, traen amor al mundo, que tanto
lo necesita".
Creo que este es
uno de los testimonios más hermosos de lo que significa tomarse en serio el
cristianismo y el mensaje de amor de Jesús que no excluye a nadie. ¿Podemos
pensar acaso que la inteligencia tiene algo que ver en la relación con Dios?
¿Quién conoce, efectivamente, por qué caminos van los sentires y los pensares
entre un corazón humano y el corazón de Jesús? ¡Quién lo sabe! La fe y el
sentimiento religiosos no son mensurables con ningún test de inteligencia.
Ojalá que, dentro
de no mucho, pueda ver a algunos de los chicos de Villa San José, a los que
conozco desde hace tiempo, como ministros extraordinarios de la comunión, por
ejemplo. Estoy pensando en José Antonio, Jesús, etc. ¿Puede haber manos más
dignas?
***
De empresarios a
oligarcas. Un megayate está inmovilizado en un puerto español, porque se sospecha que
es del oligarca ruso Igor Ivanovich, amigo de Putin. Ahora a los grandes empresarios rusos se les llama
oligarcas, y en medio mundo ya han empezado a confiscar sus bienes. Hasta ayer
mismo estos magnates se codeaban con sus iguales en la city financiera de Londres o veraneaban como señorones en Marbella,
organizaban grandes fiestas y lo más granado de cada sociedad acudía a ellas. Pero
las tornas han cambiado, y los estados se arrogan el derecho de poder confiscar
los bienes de estos multimillonarios. Y yo me pregunto: ¿sin juicio? ¿Pueden
los estados, por muy democráticos que sean, confiscar así porque así, los
bienes de unos señores particulares? ¿Cómo es que hasta el día antes de la
guerra de Ucrania estos magnates eran requeridos urbi et orbi para que hicieran
sus inversiones en territorio europeo o estadounidense? Si eran tan monstruosos,
si tenían tan malas artes comerciales, si eran tan corruptos, ¿cómo no se les
había investigado antes, encausado, juzgado y condenado? ¿Por qué se movían con
tanta libertad, admiración y respeto en los templos financieros?
Independientemente de la catadura moral de estos magnates, ¿un país democrático
puede, sin previo juicio y condena, arrebatar las propiedades de un ciudadano
particular, por muy popular que sea la medida y por muy irritados que anden los
ánimos por culpa de la guerra? ¿No debe cualquier país ofrecer garantías
jurídicas y procesales, aunque otro estado, por ejemplo Rusia, pisotee el
ordenamiento jurídico? ¿Puede la guerra justificar todas las tropelías y
demasías por muy mal que nos caiga Putin y por mucho que nuestro corazón esté
al lado de los ucranianos?
***
La cultura de la cancelación no es nueva. Probablemente ha existido siempre, pero en los
ultimísimos años la cultura de la cancelación, o lo que es lo mismo, la
dictadura de lo políticamente correcto se está convirtiendo en la peor de las
inquisiciones actuales. Alguien, es decir, quien lleva la batuta del
pensamiento, decide cada mañana la ética a imponer. Con precisión maoísta se
nos dice lo que es admisible y lo que es intolerable. Desde hace dos semanas la
cultura de la cancelación se impone
sobre todo lo que suene a ruso, procedente de Rusia o que simpatice con
las tesis de Putin. Hasta podría entender que a las consideradas ‘embajadas culturales’, totalmente
patrocinadas y pagadas por el gobierno de Putin, se les señalen restricciones o
prohibiciones. Pero preguntar a un bailarín, a un pintor, a un cantante o a un
escritor qué opina, si está o no está a favor de Putin, si condena o no condena
la invasión de Ucrania, está más allá de toda sensatez y de toda libertad. El
alcalde de Milán, Giuseppe Sala, y el superintendente de la
Scala, Dominique Meyer, pidieron al director de orquesta Valery Gergiev,
que condenara la invasión de Ucrania y como este dio la callada por respuesta,
se le cesó fulminantemente del gran templo operístico italiano. Y algo parecido
está sucediendo a decenas de artistas rusos. ¿Prohibirán dentro de unos días a
las librerías que sigan vendiendo a Dovstoieski, Gogol y Tolstoi? ¿Nos dirán
que dejemos de admirar los bellísimos iconos rusos, por ejemplo, la Trinidad de
Rublev? Lo que me extraña de todo esto
es la actitud de ‘amén’ de tantos intelectuales y pensadores. Dejemos que sea
el público, individualmente, el que decida que ópera escuchar, que libro leer y
que pintura admirar. Si exigimos en cada momento que los hombres piensen de una
determinada manera (cada día diferente), solo contribuiremos a hacer que la
hipocresía y la mentira campen a sus anchas. No tendremos ciudadanos sinceros y
libres sino mentirosos para salvar el pellejo. Tal vez, marionetas con un
ventrílocuo a sus espaldas.
***
Desaprender la guerra. Una mañana de noviembre 2003,
mientras la guerra de Irak llenaba las portadas de los periódicos, Luis
Guitarra, nada más acabar de leer la reseña de un libro titulado “Desaprender
la guerra”, de Anna Batisda, empezó a canturrear una melodía. Faltaban aún
siete meses para dar por concluido este canto a la paz. Hace varios años
escuché por primera vez esta canción en un concierto en Valladolid. Pero es
ahora, en estos tiempos infaustos de cañones y balas, de edificios derruidos,
vidas segadas, refugiados a la deriva, cuando esta canción ha cobrado toda su potencia
creadora.
El
cantautor va al fondo del problema. No se limita a los buenos deseos de paz,
sino que cree que solamente si en nuestros corazones ‘desaprendemos’ los
sentimientos de odio ahí agazapados, podremos construir un mundo mejor. Una
bella melodía es el vestido hermoso para unos versos hermosísimos.
Desaprender la
guerra es una cuestión de educación y de compromiso interior. No bastan un
eslogan y una pancarta en la manifestación. No son suficientes una foto en
whatsapp o una pintada en el muro. Se trata de una lenta y larga tarea de desaprender hábitos de guerra, odio,
codicia, fuerza, mentira, consignas, heridas, ira, miedo… Sólo así podremos reinaugurar
la risa, las caricias, la justicia, la brisa, la alegría, la Vida…
https://www.youtube.com/watch?v=EC-xvYC7ooU
Desaprender la guerra, realimentar la risa,
Deshilachar los miedos, curarse las heridas.
Difuminar fronteras, rehuir de la codicia,
Anteponer lo ajeno, negarse a las consignas.
Desconvocar el odio,
Desestimar la ira,
Rehusar usar la fuerza,
Rodearse de caricias.
Reabrir todas las puertas,
Sitiar cada mentira,
Pactar sin condiciones,
Rendirse a la Justicia.
Rehabilitar los sueños, penalizar las prisas,
Indemnizar al alma, sumarse a la alegría.
Humanizar los credos, purificar la brisa,
Adecentar la Tierra, reinaugurar la Vida.
Desconvocar el odio,
Desestimar la ira,
Rehusar usar la fuerza,
Rodearse de caricias.
Reabrir todas las puertas,
Sitiar cada mentira,
Pactar sin condiciones,
Rendirse a la Justicia.
Desaprender la guerra, curarse las
heridas.
Desaprender la guerra, negarse a las consignas.
Desaprender la guerra, rodearse de caricias.
Desaprender la guerra, rendirse a la Justicia.
Desaprender la guerra, sumarse a la alegría.
Desaprender la guerra, reinaugurar la Vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario