Decía José Jiménez Lozano
que es preferible no leer las biografías de las personas que admiramos mucho,
porque podrían defraudarnos bastante. Habían pasado pocas horas desde que me
había acercado a la Capilla del Santísimo, de la Catedral de la Almudena, para
permanecer unos minutos en silencio y, de paso, contemplar, una vez más, los
hermosos mosaicos de Marco Iván Rupnik, cuando me enteré, a través de una
noticia en la revista Vida Nueva, que el autor esloveno había sido denunciado por
abusos a varias mujeres. Parece ser que hubo una investigación, pero como los
hechos se remontaban a treinta años atrás, habían prescrito y, por lo tanto, no
se había producido ninguna sentencia. Sin embargo, la acusación ahí estaba. Y
no creo equivocarme si digo que el sufrimiento seguirá ahí, vivo, en sus
víctimas, porque, al contrario que la justicia del mundo, el sufrimiento no
prescribe casi nunca.
Creo que llevo siguiendo
el trabajo de Rupnik desde que un grupo de cardenales le encargaron en 1996,
como homenaje al Papa Juan Pablo II, la decoración de la capilla Mater
Redemptoris, dentro de los muros vaticanos. Al poco tiempo de su inauguración,
en la casa de un amigo, me encontré con un hermoso catálogo que daba buena
cuenta del trabajo de Rupnik y su equipo de colaboradores del Centro Aletti.
Probablemente Rupnik,
jesuita para más señas, es el artista de arte religioso más importante de
nuestra época. Sus trabajos que beben de la mejor tradición musiva del arte
bizantino, son un intento de fusionar la mirada oriental y occidental (los dos
pulmones del cristianismo) para releer, en clave artística, el Evangelio.
Rupnik crea conjuntos que verdaderamente invitan al silencio y a la
contemplación. Él no pinta cuadros, crea atmósferas de adoración con sus
mosaicos, de diferentes tamaños, donde las imágenes sagradas parecen flotar en
medio de mundos que sólo existen en los sueños o en lo profundo del al alma de
cada creyente (o no creyente).
Difícil olvidar su
interpretación de tantos pasajes del Antiguo y del Nuevo Testamento: la
adoración de los reyes Magos, el Buen samaritano, el encuentro de Emaús, las
Bodas de Cana, la creación de Adán y Eva, la Trinidad, el Buen Pastor, el
Bautismo de Cristo… En España existen buenos conjuntos de sus obras: Cripta de
Santo Domingo de la Calzada, Capilla del Santísimo y Sala Capitular de la
catedral de la Almudena, Cueva de San Ignacio en Manresa, Capilla de la
Conferencia Episcopal, en Madrid…
“El arte – ha escrito Rupnik- debe hacer percibir tanto la
verdad y la bondad como belleza”. Y probablemente ahí radica el secreto de los
trabajos de este artista esloveno: en la belleza del arte hay verdad, y esa
verdad puede inducirnos a la bondad.
Las últimas noticias
sobre la vida personal de este artista podrían provocar una devaluación de su
arte. Y probablemente así será, porque nos es difícil separar al autor de su
obra. Y porque toda obra, en cierta forma, queda iluminada o ensombrecida por
la vida de su autor. Y más en una sociedad como la actual que, de forma férrea
e implacable, cancela a una persona conocida y pública, por sus obras y
opiniones, a veces incluso por la sola divulgación de un rumor o de una noticia
que nadie averiguará nunca si era verdad o mentira.
A la luz de estas
noticias, me gustaría hacer dos consideraciones:
Una. De ser ciertos los
hechos de los que se le acusa (la presunción de inocencia debe aplicarse a
todos, nos guste o no) estaríamos ante conductas reprobables, y más en un
religioso, como es el caso. Y reprobables, independientemente de que hayan
prescrito legalmente.
Pero el cristiano que debe
escandalizarse y condenar el pecado, ¿le está permitido escandalizarse y
condenar al pecador? La Justicia debe investigar, juzgar y sentenciar los
hechos constitutivos de delito, y el autor debe acatar la justicia y cumplir la
condena. Más allá de la indignación momentánea que provoca una noticia, ¿nos es
lícito moralmente cancelar o anular a una persona o la obra de una vida?
Dos. El ser humano se
enfrenta cada día al misterio de la iniquidad. El cristiano conoce la gracia y
conoce la fragilidad. Su mirada es una mirada realista sobre el corazón humano.
El ser humano, a pesar de sus pecados y de sus crímenes, es capaz de crear una
obra bastante más grande que él mismo. A veces se tiene la sensación de que un
ángel guiaba las manos llenas de barro de un miserable artista, y que, por ese
motivo, la belleza que produjo en la construcción de un catedral, de una
partitura de música, de un poema o de un mosaico eran, sin lugar a dudas, mucho
más grandes que él mismo, mucho más dignas que su persona. A la vez que
exigimos que se haga justicia con las víctimas, ¿no será preciso conceder a
todo ser humano la posibilidad de arrepentirse, cambiar, convertirse y ser otro
muy diferente al que fue? ¿Cuándo prescribe a los ojos de esta sociedad bastante
hipócrita el crimen cometido en un momento determinado de la vida de un ser
humano?
Entrar en el convento de
Asís y quedarse anonadado por la belleza de los frescos de Giotto que relatan
la vida del Poverello es todo uno. Y sin embargo Giotto fue un usurero
que llevó a la ruina y a la desgracia a unos cuantos vecinos suyos. Pero los
frescos de Asís siguen iluminando a quien los admira. Rafael, mujeriego
contumaz, pintaba Madomnas bellísimas mientras fornicaba como un descosido. Y
sin embargo, ¡cuántos han rezado delante de esas Vírgenes! También esto forma
parte del misterio de la vida y de la iniquidad.
No está de más saber que,
a veces, los pinceles que pintan la belleza de Dios y la belleza del mundo, los
sostienen y guían manos manchadas.
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