domingo, 22 de enero de 2023

De humanos y de perros


    Esta vez empiezo mi artículo por la conclusión: una de las señales por las que podemos asegurar que la decadencia del mundo occidental ya está aquí es que ha llegado un momento en que una parte significativa de la sociedad pretende -y lo está consiguiendo- equiparar a mascotas y a personas en cuestión de derechos. Esto dicho con todos los matices del mundo.

He escuchado algunas conversaciones y he observado algunas cosas. Todas ellas me dejan perplejo. Asisto a la celebración de un cumpleaños en una terraza. Se habla de los planes para el verano. Uno de los asistentes comenta que marchará para Santander a pasar unos días en la playa para llevar al perro al mar porque el “pobre tiene derecho a disfrutar del agua y de la arena”. La madre, presente, espeta al hijo: “¿Así que el perro tiene derecho a que le lleves a la playa,  y tu abuelo, que camina con dificultad, no tiene derecho a que le saques a la calle a pasear una tarde?.

Cafetería en el centro de Valladolid. Una mujer entra con su perro, se sienta y sienta en otra silla también al perro. El camarero hace un gesto mohín, pero no dice nada. La mujer y el perro se quedan poco tiempo. A continuación, entran una madre y una niña de corta edad y van directas a sentarse en las dos sillas apenas desalojadas. Menos mal que el camarero aparta la silla antes de que la niña ponga sus posaderas en el mismo lugar que ocupaba el perro.

En una planta del Corte Inglés, una señora con un perraco al lado busca ropa. De repente el perro se orina abundantemente. Una mancha se extiende por el pavimento. La dueña del perro ni se inmuta. La dependienta avisa al servicio de limpieza. La chica de la limpieza, fregona en mano, empieza a recoger la micción perruna, con gesto de “¡no me lo puedo creer!”.

En una conversación de bar y ante la inminencia de la boda de un compañero, otro le pregunta, con total naturalidad: “¿Qué, perros o niños?”. La respuesta: “De momento, perros que no dan tantos quebraderos de cabeza”. Parece que muchas parejas se plantean ya este dilema.

Salgo a pasear a menudo por la senda de la Esgueva. Muchos de los caminantes van acompañados de perro. Hace décadas un perro de compañía era propio de las señoronas desocupadas y ociosas; hoy es la compañía solicitada por muchos jóvenes. Se da la casualidad que no veo a jóvenes paseando a sus abuelos. Cuando estos jóvenes eran niños, sus abuelos los cuidaron, les dieron la merienda en cualquier parque, corrieron detrás de ellos cuando amagaban cruzar a destiempo la carretera. Ahora que los abuelos ya no pueden ni moverse, dormitan en casa encima del sofá, apenas sin salir de casa. ¿Estamos dispuestos a sacar el perro en las mañanas más heladoras o cuando volvemos a las tantas del trabajo, y no estamos dispuestos a perder ni media hora, ya no por sacar de paseo a los abuelos, sino por acercarnos a su casa a darles un beso y preguntarles qué tal están?

En el pueblo siempre teníamos perros. Mi padre era pastor y los perros cumplían su tarea de arrear las ovejas y mantenerlas a raya para que no entrasen en los sembrados. Pero los perros tenían su lugar en el corral, y las personas en casa. Ahora, en cambio, permitimos que los perros laman a nuestros niños, pero no permitimos que un familiar anciano haga un repelús en la cabeza de esos mismos niños.

Ya hay más veterinarios que atienden a las mascotas que los que atienden al ganado de las granjas. Las clínicas de perros se multiplican. Llevamos al perro al dentista, a la peluquería e incluso al psicólogo, cuando lo vemos decaído. No está de más recordar que la mayoría de las personas mayores sufre, en algún momento, depresión y que en muchos casos la pasan sin que nadie se dé cuenta, con el ruido de fondo de la televisión como única compañía. Los alimentos de perros ocupan metros y metros en cualquier supermercado. Y en los tanatorios de mascotas, se organizan velatorios y se espera que familiares y amigos pasen a dar el pésame. Ya han surgido guarderías para perros, para que se les entretenga y divierta mientras sus dueños van a la oficina. El Financial Times, el periódico económico, invitaba a invertir en el sector de las mascotas porque en este 2023 será el sector que más crezca, a la par que el sector armamentístico, por razones obvias. Los bajos de cualquier inmueble están a todas horas llenos de orines de perros. Pero si vemos que un anciano se acerca a un arbusto a aliviarse porque su próstata no aguanta más, nos parece un guarro y un descarado. Y, aunque la gran mayoría de los dueños de mascotas son muy civilizados, por la mañana en mi camino al trabajo no es raro encontrarme con alguna ‘plasta’ canina. Se ve que la noche es propicia para hacerse el desentendido y dejar en el suelo los excrementos.

Claro que las mascotas hacen mucha compañía. Claro que los perros son de una fidelidad absoluta. Esto nadie lo duda. Como nadie debería poner en duda que los animales deben ser bien tratados. Me parece cruel el abandono de un perro o el maltrato gratuito de cualquier animal. Esto está fuera de discusión.

¿Cuánto tiempo dedican semanalmente algunos hijos a sus padres y algunos nietos a sus abuelos? ¿Y cuánto tiempo dedican a sus perros? Nos da asco asear a nuestros seres queridos y, en cuanto podemos, les encasquetamos el marrón a la enfermera o a la cuidadora, probablemente una mujer emigrante. Y en cambio, nos pasamos la vida agachándonos para recoger las cacas de los perros y limpiar el trasero del animal de compañía. De seguir así, al ser humano de este momento se le terminará por denominar “homo recogecacas”.

Según la última estadística de la empresa de servicios Aon, el censo de mascotas en España alcanza la cifra de 29 millones. Y el gasto medio por mascota puede llegar a los 106 euros mensuales (70 euros por alimentación, a los que hay que sumar otros posibles gastos: desparasitación, vacunas, juguetes, abrigo, seguro, curas, hospitalización, intervenciones, etc.). Por otro lado, hace poco la plataforma social Pienso, luego actúo, después de llevar a cabo una encuesta, decía que sólo uno de cada cuatro españoles colaboraba de forma habitual con una organización benéfica. El importe medio aportado por los donantes rondaría los 107 euros por año.

Ya quisieran algunos mayores recibir tantas atenciones y tanto tiempo de sus familiares como reciben las mascotas. Ya quisieran muchos niños de África comer la dieta variada y rica de las mascotas y tener tantos juguetes. Ya quisieran tantas personas solas y tristes sentir la misma empatía y cariño que los perros. El dicho aquel de “lleva una vida de perros” ha perdido todo significado. O significa justo lo contrario.









2 comentarios:

  1. Hola. Tu artículo, y lo digo con todo el respeto de quien lo ha leído con interés y seriedad, es muy superficial, se queda en la cáscara, es pobre en la concepción y en la exposición, argumentativo y falto de perspectiva y de contacto con la realidad. Deberías leer la octava elegía de Duino y pasar un par de horas en un matadero. Seguramente tendrías una visión más amplia de por qué mucha gente tiene mascotas. La positividad bienintencionada tiene estas cosas, a veces es muy corta de miras. Un abrazo

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    1. Muchísimas gracias, por tu aportación. No pretendo que la gente esté de acuerdo con lo que escribo. Sólo faltaría. Y si algo agradezco es que la gente sinceramente enfoque el asunto desde otro ángulo. Por todo ello, gracias. Rainer María Rilke, precisamente en la elegía que mencionas, nos había enseñado que "nuestros ojos están como al revés". Un cordial saludo.

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